miércoles, 28 de agosto de 2013

La economía populista pasa la factura


De eso no se habla
Por  
Sergio Massa cree que la economía seguirá empeorando en 2014, con más inflación, más impuestos, más devaluación, menos empleo y más pobreza. A la misma conclusión arriban la mayoría de los especialistas, que descartan un giro significativo del Gobierno que permita recuperar confianza y revertir el deterioro económico y social.
El alcalde de Tigre supone que el malestar de la ciudadanía con la Casa Rosada se va a profundizar en las elecciones de octubre, y que las dificultades económicas se llevarán puestas también las aspiraciones presidenciales de Daniel Scioli.
El gobernador de Buenos Aires comparte el diagnóstico económico de su adversario. Sabe de las dificultades que vienen, aunque prefiere creer que, en la derrota, Cristina terminará negociando con él la sucesión. Y supone que tendrá cierto apoyo del establishment peronista, que hoy respalda a la jefa del Estado para enfrentar el vertiginoso ascenso de su vecino de Tigre.
"Hace mal los cálculos. Scioli se olvidó de que hay ballottage y Massa es el único que les gana a todos en segunda vuelta", insisten los renovadores.
También se están probando los trajes de luces en el espacio socialdemócrata. Radicales, socialistas y demás aliados de centroizquierda prometen para 2015 una fórmula unificada y competitiva para disputarle el poder al peronismo. Ruegan que no se repita la experiencia de la Alianza: recibir en 2015 una bomba de tiempo económica si el Gobierno persiste en evitar el ajuste y el Banco Central sigue perdiendo dólares.
La oposición, en general, reclama un desdoblamiento cambiario para evitar que el turismo y la importación de bienes de lujo vacíen las reservas. Sabe que no es solución de fondo, pero supone que la transición será así más o menos ordenada, según los valores que queden en caja para el próximo mandato. Los economistas profesionales calculan que, de no mediar correcciones, el Gobierno podría terminar en 2015 con menos de 10.000 millones de dólares en el Central.

Todos se preparan para suceder a Cristina. Lo preocupante es la percepción unánime en los contendientes: explican sus chances en la mayor penuria que se viene para la población en 2014 y 2015. Como si bailaran sobre la cubierta del Titanic.
También la Presidenta está anoticiada de la situación. No en vano, luego de la derrota electoral, lo primero que hizo fue intimar a empresarios y banqueros "a ver qué quieren hacer con la Argentina". En esta preocupación se inscribe también la polémica reapertura del canje y el cambio del lugar de pago de la deuda anunciados anteayer. La jefa del Estado, más allá de su vehemencia pública, es consciente del enorme desajuste económico que enfrenta su administración y de las dificultades para subsistir dos años más en medio de la inflación y la crisis de confianza que desató el cepo cambiario. Pretende, claro, que las consecuencias del populismo económico que viene administrando desde hace seis años no le exploten a ella. Que la paguen otros: los bancos, la UIA, la oposición, los economistas, Clarín.
Un detalle no menor es observar dónde se coloca la opinión pública en este debate sobre el futuro económico. Será vital en el proceso de transición compleja que se abre en el país. No se trata de la primera vez que la Argentina se enfrenta a un proceso de populismo económico con explosión de gasto público que ya no se puede financiar y va llegando a su fin. Ocurrió, con distintos matices, por derecha y por izquierda: en 1974/75 antes del Rodrigazo; en 1981, con el fin de la tablita de Martínez de Hoz; después de la derrota electoral de Raúl Alfonsín en 1987, y, el más recordado, el estallido de la convertibilidad a fines de 2001.
Posiblemente la experiencia Menem-De la Rúa sea la más aleccionadora. La Alianza prometió evitar el ajuste y ganó con más de 50% . "Conmigo: un dólar, un peso", decía De la Rúa. Después de ganar tuvo que hacer el ajuste igual vía el impuestazo de Machinea y la espiral de endeudamiento externo, que ni siquiera le alcanzó. Ya era demasiado tarde, pero conviene recordar que cuando Ricardo López Murphy propuso un ajuste serio de la economía ocho meses antes para evitar la megadevaluación que finalmente llegó con Eduardo Duhalde, la opinión pública y la dirigencia política lo crucificaron.
También Cristina ganó con el 54% de los votos hace dos años. En la campaña electoral, la Presidenta advertía: "Si quieren el ajuste, busquen a otra", mientras los especialistas advertían sobre la explosión del gasto, la crisis energética, la inflación y la fuga de capitales. Ganó las elecciones con apoyo de la clase media que ahora la rechaza, pero la realidad le impuso el peor de los ajustes: control de cambios con un insólito cepo al dólar. En dos años, perdió la mitad de los votos y casi la mitad de las reservas. Ganó las elecciones con el dólar libre 4 a 1, pero no pudo mantener el régimen y terminó sucumbiendo en las urnas.


Algo pasa con la sociedad argentina, atrapada hace años entre desajustes y ajustes económicos solapados y sin salida pacífica. Tal vez todavía Cristina tenga una ventaja en la disputa que se viene, ya que sus adversarios no se animan a explicitar lo que se necesita para combatir la inflación y normalizar la economía. Hay que frenar el despilfarro de gastos en el Estado para reducir el déficit fiscal y la emisión sin respaldo. Y recrear las condiciones que permitan reabrir el crédito internacional para el país y sus empresas. Con la ventaja, además, de que con los actuales precios de las materias primas -sobre todo, de alimentos- el ajuste para no terminar en un nuevo estallido no sería tan salvaje en términos de reducciones de gastos y tamaño del Estado.
Pero aun así, nadie en la oposición quiere hablar del tema. Todavía Cristina logra correr por izquierda a sus críticos acusándolos de desestabilizadores o, peor aún, de ser nostálgicos de los 90. Todavía Cristina, sin nadie enfrente, logra que buena parte de los argentinos perciba que la devaluación, una tragedia que trae siempre inflación y pobreza, es una consecuencia del mercado, y no del Estado, que es quien deprecia la moneda por el déficit y la emisión. Desde que llegó en 2008, la jefa del Estado depreció el peso 70% en el mercado oficial y 160% en el blue. Pero los devaluadores son otros.
En la Argentina decir la verdad en materia económica no paga. FIEL acaba de informar que en la "década ganada" creció 52% el empleo público, contra 22% del sector privado. Las provincias aumentaron 47% su dotación y los municipios, 80%. En las empresas estatales había unas 30.000 personas cuando llegaron los Kirchner. Ahora suman más de 100.000. Se consolidó un gasto público indexado para asistencia social que deberá mantenerse y que alcanza a unos 13 millones de personas. Allí está todo el problema que nadie quiere enfrentar.
No hay devaluación ni inflación que alcance para financiar semejante explosión del gasto, a tal punto que se termina cobrando impuesto al salario a maestros de escuela o encargados de edificios. Según la consultora Idesa, por culpa de la inflación, una familia tipo de clase media tributa hoy en la Argentina 35% de impuesto a las ganancias, la misma alícuota que se le impone a una multinacional. Por la inflación, trabajadores y empresas pagan cada vez más tributos sobre ganancias ficticias y por eso crece frenéticamente la economía en negro.

Nadie quiere mencionar la necesidad de un ajuste. Tal vez porque nadie quiere escuchar esas propuestas. ¿Aceptaría hoy la sociedad debatir en serio el tremendo estatismo económico que sobrevino en el país con creciente apoyo popular y de las clases medias tras la debacle de la convertibilidad? ¿Cuánto cuesta en términos de inflación y devaluación mantener el despilfarro en la Anses, Aerolíneas, YPF, Enarsa, el Correo, Fútbol para Todos, o la corrupción generalizada en los contratos privados de obras y servicios para el Estado?
Ha sido notable la capacidad que han tenido los políticos profesionales en la Argentina para quitarse la responsabilidad de sus acciones de gobierno y colocar las culpas en el mercado y el sector privado por los estallidos económicos: los bancos, las privatizadas, las AFJP, las grandes empresas, Estados Unidos, el FMI, la década del 90 y los fondos buitre son ejemplos de los chivos expiatorios que se han presentado para ocultar la explosión de gasto público que desata inflaciones, devaluaciones y pobreza.
Por cierto, no ha sido una tarea solitaria de Néstor y Cristina Kirchner estos años. El estatismo creciente que ahora se torna extremo, asfixia y hace perder elecciones, contó con la aprobación y exaltación de amplios sectores de la sociedad desde la administración Duhalde hasta la fecha. Con particular aliento de ciertos sectores del periodismo, que demoniza a las empresas, a la iniciativa privada y a la economía de mercado por las penurias de la gente. Parece evidente que los problemas no residen exclusivamente en Cristina Kirchner. La culpa no es sólo de los que gobiernan; también somos nosotros.
© LA NACION.

No hay comentarios:

Publicar un comentario