domingo, 21 de marzo de 2010

Es necesario cambiar un sistema de salud perverso


Artículo publicado originalmente en The New York Times y divulgado el 21 de marzo de 2010 por La Nación
Traducción de Jaime Arrambide

En un sentido o en otro, el destino de la reforma del sistema de salud se decidirá en estos días. Si los líderes de la bancada demócrata de la Cámara de Representantes consiguen hoy 216 votos, casi de inmediato la reforma se convertirá en ley nacional.

De no ser así, es muy probable que se postergue por muchos años, incluso una década o más. Por lo tanto, parece una buena oportunidad para hacer un repaso de las razones que hacen necesaria esta reforma, por imperfecta que sea. De hecho, Reuters publicó esta semana una investigación que ilustra con contundencia la perversidad del actual sistema de salud.

Según se desprende del informe, la aseguradora Fortis, ahora parte de Assurant Health, aplicó la política sistemática de revocar las pólizas de sus clientes cuando éstos se enfermaban. El informe indica que el blanco preferido de esa política fueron todos y cada uno los beneficiarios que contrajeron VIH, para cuya baja se invocaba cualquier excusa, por endeble que fuera.

En el caso particular que sacó este tema a la luz, Assurant Health se sirvió de una nota con un obvio error de fechas escrita a mano por una enfermera, quien anotó "2001" en vez de "2002", para afirmar que la infección era una enfermedad preexistente que el cliente no había declarado, y revocarle la póliza.

La maniobra era ilegal, y la firma debía saberlo. Después de confirmar una sentencia que le concedía al beneficiario estafado una enorme suma en concepto de daños y perjuicios. La Corte Suprema de Carolina del Sur dijo que había ocultado sistemáticamente su accionar para retirar la cobertura, no sólo en este caso, sino en cada oportunidad que tuvo.

Pero no se trata sólo de un caso sino de un ejemplo que deberían tener en cuenta quienes critican al presidente Obama por "demonizar" a las empresas aseguradoras. La verdad, ampliamente documentada, es que el modo de actuar de Assurant Health cunde en todas partes y por una simple razón: es lucrativo.

Un comité de la Cámara de Representantes estimó que, entre 2003 y 2007, la cancelación de las pólizas de personas que creían tener cobertura de salud le reportó a la empresa Assurant ganancias por 150 millones de dólares, una cifra que eclipsa completamente la multa impuesta por la corte en este caso en particular.

Además, se trata de algo que sólo puede pasar en Estados Unidos. En el resto de las naciones desarrolladas, la cobertura de salud está garantizada para todos, sin importar su historia clínica. Nuestro sistema es único por su crueldad. Y algo más: el sistema de obras sociales de los trabajadores, que ya está regulado para impedir este tipo de abusos, está en proceso de desintegración.

Menos de la mitad de los trabajadores de pymes tenía cobertura el año pasado, contra el 58% de hace una década. Esto significa que sin la reforma cada vez serán más los norteamericanos que estarán a merced de empresas como Assurant Health.

¿Cuál es entonces la salida? La abrumadora mayoría de los norteamericanos está a favor de garantizar la cobertura de quienes tienen enfermedades preexistentes, pero es imposible aplicar esa medida sin propiciar una reforma de fondo.

Para que el seguro de salud sea asequible, es necesario mantener a todas las personas sanas dentro del sistema, lo que implica exigirles que todas o casi todas paguen algún tipo de cobertura. Eso no es posible sin otorgar ayuda financiera a los hogares de menores ingresos, que de otra manera no podrían pagar las primas de los seguros médicos. Se llega, por lo tanto, a una política tripartita: eliminación de discriminación médica, cobertura obligatoria, y cuotas subsidiadas.

¿Estamos en condiciones financieras de afrontarla? Sí, dice la Oficina de Presupuesto del Congreso, que el jueves concluyó que la ley propuesta reduciría el déficit en 138.000 millones de dólares durante su primera década en vigencia y al 0,5% del PBI, alrededor de 1,2 billones de dólares durante su segunda década.

¿Pero no deberíamos pensar más en controlar los costos que en extender la cobertura? En realidad, la reforma propuesta apunta más a controlar los costos médicos que ninguna otra legislación precedente, pues prevé pagar la ampliación de la base de personas con cobertura con la reducción de los costos.

Y esta combinación no es accidental: hace mucho tiempo que los expertos en políticas sanitarias tienen claro que ambas problemáticas van de la mano.

Estados Unidos es la única nación avanzada que no cuenta con cobertura universal de salud, y también es, por lejos, el país con los costos de salud más elevados.

El plan que está sobre la mesa es fiscalmente responsable y nos hará un país mejor, más justo y más decente. Lo único que hace falta es que un puñado de dubitativos legisladores haga lo correcto. Así lo espero.

martes, 16 de marzo de 2010

Chicas golpeadoras


Editado en la columna "Pensamientos incorrectos". La Nación, 17 de marzo de 2010

Estamos viviendo un tiempo de intenso cambio social. Dos varones homosexuales se casan por civil en la ciudad de Buenos Aires, que es la segunda urbe gay-friendly del mundo, detrás de Berlín pero antes de San Francisco, Barcelona y Miami. ¡Buenos Aires, la cuna del tango, los malevos, los guapos de lengue, cuchillo y faso! Las chicas de toda edad se besan en la boca de manera larga y húmeda, dicen que para excitar a los impasibles varones, lo cual en sí mismo es un noble propósito. Hay señoras de 60 años que mantienen amoríos con chicos de 30, al revés de lo que sucedía antes: hombres de 60 con chicas de 22. Se habla más de transexuales, travestis y drag-queens que de mujeres. La vedette del año resulta ser un muchacho. Como rezaba un título de Charles Bukowski: "El capitán bajó a tomar una copa y los marineros tomaron el barco". Algo de eso se respira en el aire.

La última novedad es que las chicas se agarran a trompadas por "asuntos de pantalones". No es que se arañen ni se tiren de los pelos, no: puños cerrados, guardia en alto, dientes rotos y ceja partida. A lo macho. No se trata de chicas del bajo fondo ni de trotacalles en copas, qué va: son chicas bien, con colegio bilingüe, profesión, papá y mamá, marido e hijos, casa en el country, pasaporte viajado. Chicas con clase y mundo. Incluso artistas. Parece ser que cuando el marido de una muchacha es "conversado" por alguna otra, dado que él carece de autonomía para decidir si le hará caso o no, la "propietaria" debe salir a cuidarlo. Para ello acecha a la posible ladrona, la espera en la puerta de un club o en la esquina de su casa, y allí le da tres o cuatro puñetazos. Cuando sale de su desmayo, la infractora comprende que no debe repetir la intentona. El muchacho, halagado, vuelve mimoso con su legítima dueña.

El periodismo celebra estas incidencias. La agresora explica sus motivos: "Yo por mi familia mato a cualquiera, o por lo menos le bajo los dientes". La golpeada acepta la paliza con una sonrisa culpable: "Me agarró de sorpresa, no tuve tiempo de reaccionar". Los hombres lo encuentran simpático. Las mujeres se solidarizan fervorosamente. Algunos se atreven a opinar que la golpeadora debería encarar seriamente a su propio esposo, que finalmente es una persona adulta y debe asumir sus compromisos. Pero nadie le da mucha importancia a estas acotaciones.

El marido es una cosa más que posee la mujer, así como tiene departamento, auto, hijos, bienes, reloj, perros o zapatos.

Hace cosa de diez siglos los hombres se batían a duelo por las mujeres. Los duelos están ahora prohibidos por ley: se consideran una antigualla. Tampoco existe hoy una pelea entre machos por la hembra: es cosa de animales. En general el hombre-que-golpea es visto socialmente como un perro rabioso, un monstruo de cuidado y un enemigo público. Padre golpeador, marido golpeador, hombre violento, son términos que sobran para fulminar a un varón. Incluso pueden mandarlo a la cárcel. Sin embargo, la mujer que golpea es vista como un personaje simpático, original y justiciero. Desde Telma y Louise en adelante. Obsérvese, en el cine, la cantidad de escenas reideras donde una mujer apalea, trompea, derriba o abofetea a un hombre. Son divertidísimas. En cambio, el hombre que golpea a una mujer es un depravado. Debe ser alejado de su domicilio familiar y privado de sus hijos. No merece vivir.

Dicho sea de paso: la "violencia de género" es el crimen más horrendo que reconoce la sociedad actual, y se trata de una figura penal asombrosa, ya que la víctima siempre es mujer y el victimario siempre es hombre. Caso hipotético: una chica que asesina al marido de seis tiros, por ejemplo, puede ser acusada de homicidio pero sin duda, al mismo tiempo, resultará víctima evidente de la "violencia de género", ya que, para que la pobre llegara a esos extremos, es de suponer que el marido la habría abofeteado, antes de ser difunto.

Esta nueva estética ha ocasionado que los combates de boxeo no se anuncien en los diarios. Muchos opinantes libres, incluso cronistas deportivos estiman que el boxeo es, sencillamente, el show de dos pobres muchachos que se dan puñetazos hasta que uno cae desvanecido. De más está decir que estos cronistas han visto tantos combates de box como yo puedo haber visto volcanes en erupción. Pero ellos y otra gente han establecido que el pugilismo no debe figurar en la "guía de espectáculos deportivos para hoy" porque no constituye un deporte, sino una rémora de tiempos bárbaros como la lidia de toros o la riña de gallos, espectáculos que ellos tampoco han visto.

Para mayor desconcierto, las chicas se vuelcan decididamente al ring y nace el boxeo femenino. Desmañado y sin técnica pero lleno de coraje. Y se lo ve con cierta simpatía.

Algunos sostienen todavía que vivimos en un mundo machista. A mi modo de ver, nuestro mundo es feminista-paroxístico. Las reivindicaciones de Simone De Beauvoir, Betty Friedan y Gloria Steinem han desaparecido. Ya no se trata de "a igual trabajo, igual paga", "fuera los corpiños que constriñen nuestro cuerpo", "no necesitamos que nos alimenten, nos vistan, nos dirijan y nos crucen la calle", "somos libres de ejercer nuestra sexualidad con quien nos dé la gana, hombre o mujer"... y "también podemos andar desnudas por la vía pública sin que nadie se crea autorizado a molestarnos". No, todas esas consignas pertenecen a otro siglo. El tiempo que vivimos otorga a la mujer impunidad garantizada para golpear, insultar, calumniar, mentir, difamar y traicionar. La mujer puede y debe apropiarse de los hijos y del salario del ex marido... y quien dice los hijos dice la casa donde viven esos hijos. El ex marido no es más que un esclavo condenado a trabajar para solventar los gastos de ella... y de su próxima mujer. Si ella no asume todas estas conquistas, es... una "susanita", una pobre ingenua que todavía cree en el amor, una candidata a que cualquier pelafustán la mande, la mantenga, la besuquee y la posea sexualmente... ¡Sin pedirle permiso! En suma, un marido violador.

Tal vez por este feminismo del tiempo nuevo -entendido como impunidad para todo, sin responsabilidad en nada- hay una cantidad enorme de varones que deciden pasarse al sexo opuesto. Y ejercen de mamás, de queridas o de bebotas con trompita y minifalda. Es una elección razonable, dados los tiempos que corren, donde ser hombre tiene tan poca gracia. Y tan mala prensa.

En otro tiempo hubo mujeres que combatieron como hombres: Juana de Arco, Juana Azurduy, las Amazonas... tal vez George Sand fue mujer-hombre para "ser alguien" en un universo masculino. Ahora es exactamente al revés: sólo cuentan con la simpatía de "la popular" los hombres un poco virados a lo femenino. A veces, más que virados, se han pasado con armas y bagajes al otro bando.

Cuando uno (que finalmente es una especie de varón, dentro de lo que cabe) comenta estas cosas, las chicas exclaman horrorizadas: "¡Oh, un machista!".

Como si hubieran descubierto un cangrejo en la catedral de Notre Dame.

Ya se ha perdido hasta la noción de lo que el machismo real era, allá en el Pleistoceno, cuando los hombres convivían con el mastodonte.

Rolando Hanglin

jueves, 11 de marzo de 2010

Desestabilizan la democracia quienes violan sus compromisos


Por Carlos Carranza, Diputado Nacional
Columna de Opinión, editada por La Nación on line, jueves 11 de marzo de 2010.

La actitud de la Senadora Latorre la tiene que explicar ella misma, sobre todo porque eso es lo que esperan quienes la votaron en la Provincia de Santa Fe el 28 de junio del año pasado. Lamentablemente, esto es un acto de transfugización política digna de quienes no tienen compromiso alguno con la gente, ni con la política, ni con el peronismo; y pone en duda la verdadera autenticidad de su representación y mandato, porque puede ocurrir lo mismo en el futuro.

Quienes la votaron creo que nunca pensaron que Latorre iba a hacer lo que hizo, espero que reflexione y vote en la dirección que votó la gente y lo que pretende la mayoría del pueblo argentino, que es poner límites al autoritarismo de los Kirchner; porque nadie ha puesto en discusión la honestidad o los antecedentes de la Dra. Marcó del Pont, sino que lo que está en juego en la decisión del Senado, es si va a haber más inflación, más autonomía del Banco Central, mayor independencia del Poder Ejecutivo, y en definitiva, si vamos a defender el valor de nuestra moneda; sin perjuicio de la persona de la presidenta del Banco Central.

La senadora debe recordar que el 28 de junio del 2009 el kirchnerismo sacó el 9% de los votos en la provincia de Santa Fe y que su decisión no responde legítimamente a la voluntad popular expresada en las urnas y ha herido su ejercicio soberano por lo que quiebra el contrato moral y ético que debe tener un senador de la nación con su pueblo y sus representados.

Aunque busque justificaciones en la desestabilización o en una fantasiosa conspiración destituyente -cosa que no existe y está totalmente equivocada pues la pérdida de las mayorías parlamentarias de un gobierno suelen ser la consecuencia de esa soberanía popular-, su actitud en el Senado de la Nación ha vulnerado el principio y la base fundamental de toda democracia que es aceptar las reglas de juego, el debate con las nuevas mayorías y gobernar en el sentido que han indicado las urnas.

En el caso de "Santa Fe Federal", la alianza que llevó su nombre en la boleta, y ante el primer gesto de afinidad que tuvo la senadora con el oficialismo, nuestra actitud política fue pública, categórica, coherente. En forma transparente fue separada del bloque y la repetición de este hecho confirma que lo ocurrido en su decisión anterior, de habilitar el tratamiento de las facultades delegadas en agosto del 2009 y que permitió al Ejecutivo mantener la presión tributaria sobre el sector productivo más importante y dinámico del país, nos demuestra que no fue casual sino un ejercicio deliberado de mutar su voto por razones que deberá explicitar mejor, porque no se puede creer que acuse sin sentido a todo el mundo de golpistas, pero que no se exprese concretamente sobre las personas, hechos y circunstancias que supuestamente pondrían en peligro la gobernabilidad de esta gestión presidencial y justifique con esas falsas acusaciones sus propios desatinos.

domingo, 7 de marzo de 2010

Los Kirchner y la sociedad se deben una autocrítica


Ensayo de Juan José Sebreli

Ante un Congreso adverso, Cristina Kirchner pronunció ayer un previsible discurso pleno de autoelogios, defensa del modelo económico y ataques a la oposición y a los medios. La Presidente parece desconocer que su ciclo ya terminó y cuando opone "el país irreal de los medios" al "país real" del kirchnerismo muestra una ilusoria visión donde no existe la inflación y los altos índices de pobreza y desigualdad.

Es significativo que el kirchnerismo y sus opositores se enfrenten en el recinto del Congreso, porque allí se sabrá, en el transcurso del año, hasta qué punto difieren o coinciden con el pensamiento oficial aquellos sectores del arco opositor que aspiran a sucederlo. El kirchnerismo cree haber iniciado una nueva etapa histórica en la política argentina y muchos de sus adversarios, aunque con signo negativo, piensan lo mismo. Por consiguiente, el fin de su gobierno significaría, para los seguidores, un retroceso y para los detractores, la terminación de los males y el comienzo de una época mejor. Ambas visiones son simétricamente equivocadas.

El kirchnerismo, como todo fenómeno político, tiene sus aspectos singulares e irrepetibles, no obstante forma parte de una tradición política argentina personalista, autoritaria, no republicana y de una línea económica de nacionalismo antiexportador y aislacionista, anacrónica en un mundo global y posindustrial. Esas posiciones no son originales, ya existían antes de la aparición de los Kirchner y, por lo tanto, es de temer que los sobrevivan.

El kirchnerismo expresó en su forma más exagerada características que mostraron, desde mediados del siglo pasado, no sólo los regímenes populistas sino, de modo atenuado, también los democráticos. No faltaron modelos de gobierno, cualquiera fuera su procedencia, que incurrieron en sus mismas distorsiones y sustituyeron el sistema de partidos por el movimiento, la división de poderes por el predominio del Ejecutivo, las instituciones públicas por las corporaciones, el diálogo por el decisionismo, la representación ciudadana por el plebiscito, el respeto a las minorías por el dominio irrestricto de las mayorías, el adversario político por el enemigo, los derechos sociales por el clientelismo, el federalismo por la sumisión de las provincias al poder central, el bien común por los intereses sectoriales, el empresariado eficiente y competitivo por el capitalismo prebendario y subsidiado por el Estado; la obediencia a la ley y el incumplimiento de los contratos por su transgresión permanente.

La crisis argentina actual no es un problema coyuntural: es un momento de la decadencia institucional que lleva más de medio siglo, resultado del desconocimiento de las normas constitucionales y del deterioro del sistema democrático de partidos que exige el cambio profundo de los existentes y el surgimiento de otros más modernos. Es difícil alentar esa esperanza frente a los políticos que, aprestándose a suceder a los Kirchner, tratan de disimular la carencia de un proyecto de país y aun de un programa de gobierno con el atractivo de sus personas en la televisión nocturna. Muchos creen que las ideas de los Kirchner fueron buenas y sólo malos sus métodos autoritarios y la corrupción, por lo que bastaría con una reforma gatopardista.

Pienso, por el contrario, que aun sin autoritarismo y sin corrupción, el modelo K seguiría siendo equivocado.

En su discurso de ayer, Cristina Kirchner anunció la derogación del decreto del Bicentenario pero en su lugar anuncia otros dos que no difieren demasiado. El primer test de la oposición más cercana al kirchnerismo será aceptar o no las medidas propuestas y las que se vayan sucediendo. Le resultará difícil a la oposición del peronismo "no K", o del llamado "centroizquierda" rechazar ciertas medidas que están muy próximas a su manera de pensar. Lamentablemente tampoco la oposición no peronista, salvo meritorias excepciones, formula un nuevo modelo económico y político de largo plazo y menos aún parece tener la voluntad de llevarlo a cabo. Algunos retoques harán posible la salida de esta crisis, pero no de la decadencia ya que, como en otras oportunidades, las mejoras no alcanzarán el nivel del anterior período de bonanza.

Dejar atrás ese círculo vicioso requiere transformaciones sólo factibles si se enfrentan intereses arraigados y se exigen sacrificios que serán impopulares y provocarán resistencia. Los partidos deben dejar de pensar sólo en el corto plazo desentendiéndose de los resultados finales y deben estar predispuestos a pagar ese costo político. Lo otro es seguir como hasta ahora, repitiendo los mismos errores, gastando más de lo que ingresa y tratando vanamente de subsidiar y distribuir sin producir riqueza, recurriendo, cuando la deuda es impagable y nadie presta más, al saqueo de los ahorros de los jubilados o de las reservas del Banco Central.

Esas ilusiones durarán poco y culminarán inevitablemente en las consecuencias de siempre: déficit fiscal, ajuste, devaluación, hiperinflación, depresión, default o estanflación con la secuela del aumento de la pobreza, la desigualdad y la marginación. Si bien la clase política tiene la responsabilidad esencial en la crisis, no es la única.

Es preciso que la sociedad argentina haga una profunda autocrítica y deje de encontrar chivos expiatorios de sus males en el gobierno de turno en la hora de su cuenta regresiva, o en la mano invisible del imperio, del FMI o de la globalización, y admita que la decadencia es el resultado de los malas y reiteradas conductas de los propios argentinos. Si no surge una conciencia clara sobre los errores cometidos y la voluntad de rectificarlos, no habrá ninguna salida.

Publicado en el periódico Clarín, el día 2 de marzo de 2010.