miércoles, 28 de agosto de 2013

La economía populista pasa la factura


De eso no se habla
Por  
Sergio Massa cree que la economía seguirá empeorando en 2014, con más inflación, más impuestos, más devaluación, menos empleo y más pobreza. A la misma conclusión arriban la mayoría de los especialistas, que descartan un giro significativo del Gobierno que permita recuperar confianza y revertir el deterioro económico y social.
El alcalde de Tigre supone que el malestar de la ciudadanía con la Casa Rosada se va a profundizar en las elecciones de octubre, y que las dificultades económicas se llevarán puestas también las aspiraciones presidenciales de Daniel Scioli.
El gobernador de Buenos Aires comparte el diagnóstico económico de su adversario. Sabe de las dificultades que vienen, aunque prefiere creer que, en la derrota, Cristina terminará negociando con él la sucesión. Y supone que tendrá cierto apoyo del establishment peronista, que hoy respalda a la jefa del Estado para enfrentar el vertiginoso ascenso de su vecino de Tigre.
"Hace mal los cálculos. Scioli se olvidó de que hay ballottage y Massa es el único que les gana a todos en segunda vuelta", insisten los renovadores.
También se están probando los trajes de luces en el espacio socialdemócrata. Radicales, socialistas y demás aliados de centroizquierda prometen para 2015 una fórmula unificada y competitiva para disputarle el poder al peronismo. Ruegan que no se repita la experiencia de la Alianza: recibir en 2015 una bomba de tiempo económica si el Gobierno persiste en evitar el ajuste y el Banco Central sigue perdiendo dólares.
La oposición, en general, reclama un desdoblamiento cambiario para evitar que el turismo y la importación de bienes de lujo vacíen las reservas. Sabe que no es solución de fondo, pero supone que la transición será así más o menos ordenada, según los valores que queden en caja para el próximo mandato. Los economistas profesionales calculan que, de no mediar correcciones, el Gobierno podría terminar en 2015 con menos de 10.000 millones de dólares en el Central.

Todos se preparan para suceder a Cristina. Lo preocupante es la percepción unánime en los contendientes: explican sus chances en la mayor penuria que se viene para la población en 2014 y 2015. Como si bailaran sobre la cubierta del Titanic.
También la Presidenta está anoticiada de la situación. No en vano, luego de la derrota electoral, lo primero que hizo fue intimar a empresarios y banqueros "a ver qué quieren hacer con la Argentina". En esta preocupación se inscribe también la polémica reapertura del canje y el cambio del lugar de pago de la deuda anunciados anteayer. La jefa del Estado, más allá de su vehemencia pública, es consciente del enorme desajuste económico que enfrenta su administración y de las dificultades para subsistir dos años más en medio de la inflación y la crisis de confianza que desató el cepo cambiario. Pretende, claro, que las consecuencias del populismo económico que viene administrando desde hace seis años no le exploten a ella. Que la paguen otros: los bancos, la UIA, la oposición, los economistas, Clarín.
Un detalle no menor es observar dónde se coloca la opinión pública en este debate sobre el futuro económico. Será vital en el proceso de transición compleja que se abre en el país. No se trata de la primera vez que la Argentina se enfrenta a un proceso de populismo económico con explosión de gasto público que ya no se puede financiar y va llegando a su fin. Ocurrió, con distintos matices, por derecha y por izquierda: en 1974/75 antes del Rodrigazo; en 1981, con el fin de la tablita de Martínez de Hoz; después de la derrota electoral de Raúl Alfonsín en 1987, y, el más recordado, el estallido de la convertibilidad a fines de 2001.
Posiblemente la experiencia Menem-De la Rúa sea la más aleccionadora. La Alianza prometió evitar el ajuste y ganó con más de 50% . "Conmigo: un dólar, un peso", decía De la Rúa. Después de ganar tuvo que hacer el ajuste igual vía el impuestazo de Machinea y la espiral de endeudamiento externo, que ni siquiera le alcanzó. Ya era demasiado tarde, pero conviene recordar que cuando Ricardo López Murphy propuso un ajuste serio de la economía ocho meses antes para evitar la megadevaluación que finalmente llegó con Eduardo Duhalde, la opinión pública y la dirigencia política lo crucificaron.
También Cristina ganó con el 54% de los votos hace dos años. En la campaña electoral, la Presidenta advertía: "Si quieren el ajuste, busquen a otra", mientras los especialistas advertían sobre la explosión del gasto, la crisis energética, la inflación y la fuga de capitales. Ganó las elecciones con apoyo de la clase media que ahora la rechaza, pero la realidad le impuso el peor de los ajustes: control de cambios con un insólito cepo al dólar. En dos años, perdió la mitad de los votos y casi la mitad de las reservas. Ganó las elecciones con el dólar libre 4 a 1, pero no pudo mantener el régimen y terminó sucumbiendo en las urnas.


Algo pasa con la sociedad argentina, atrapada hace años entre desajustes y ajustes económicos solapados y sin salida pacífica. Tal vez todavía Cristina tenga una ventaja en la disputa que se viene, ya que sus adversarios no se animan a explicitar lo que se necesita para combatir la inflación y normalizar la economía. Hay que frenar el despilfarro de gastos en el Estado para reducir el déficit fiscal y la emisión sin respaldo. Y recrear las condiciones que permitan reabrir el crédito internacional para el país y sus empresas. Con la ventaja, además, de que con los actuales precios de las materias primas -sobre todo, de alimentos- el ajuste para no terminar en un nuevo estallido no sería tan salvaje en términos de reducciones de gastos y tamaño del Estado.
Pero aun así, nadie en la oposición quiere hablar del tema. Todavía Cristina logra correr por izquierda a sus críticos acusándolos de desestabilizadores o, peor aún, de ser nostálgicos de los 90. Todavía Cristina, sin nadie enfrente, logra que buena parte de los argentinos perciba que la devaluación, una tragedia que trae siempre inflación y pobreza, es una consecuencia del mercado, y no del Estado, que es quien deprecia la moneda por el déficit y la emisión. Desde que llegó en 2008, la jefa del Estado depreció el peso 70% en el mercado oficial y 160% en el blue. Pero los devaluadores son otros.
En la Argentina decir la verdad en materia económica no paga. FIEL acaba de informar que en la "década ganada" creció 52% el empleo público, contra 22% del sector privado. Las provincias aumentaron 47% su dotación y los municipios, 80%. En las empresas estatales había unas 30.000 personas cuando llegaron los Kirchner. Ahora suman más de 100.000. Se consolidó un gasto público indexado para asistencia social que deberá mantenerse y que alcanza a unos 13 millones de personas. Allí está todo el problema que nadie quiere enfrentar.
No hay devaluación ni inflación que alcance para financiar semejante explosión del gasto, a tal punto que se termina cobrando impuesto al salario a maestros de escuela o encargados de edificios. Según la consultora Idesa, por culpa de la inflación, una familia tipo de clase media tributa hoy en la Argentina 35% de impuesto a las ganancias, la misma alícuota que se le impone a una multinacional. Por la inflación, trabajadores y empresas pagan cada vez más tributos sobre ganancias ficticias y por eso crece frenéticamente la economía en negro.

Nadie quiere mencionar la necesidad de un ajuste. Tal vez porque nadie quiere escuchar esas propuestas. ¿Aceptaría hoy la sociedad debatir en serio el tremendo estatismo económico que sobrevino en el país con creciente apoyo popular y de las clases medias tras la debacle de la convertibilidad? ¿Cuánto cuesta en términos de inflación y devaluación mantener el despilfarro en la Anses, Aerolíneas, YPF, Enarsa, el Correo, Fútbol para Todos, o la corrupción generalizada en los contratos privados de obras y servicios para el Estado?
Ha sido notable la capacidad que han tenido los políticos profesionales en la Argentina para quitarse la responsabilidad de sus acciones de gobierno y colocar las culpas en el mercado y el sector privado por los estallidos económicos: los bancos, las privatizadas, las AFJP, las grandes empresas, Estados Unidos, el FMI, la década del 90 y los fondos buitre son ejemplos de los chivos expiatorios que se han presentado para ocultar la explosión de gasto público que desata inflaciones, devaluaciones y pobreza.
Por cierto, no ha sido una tarea solitaria de Néstor y Cristina Kirchner estos años. El estatismo creciente que ahora se torna extremo, asfixia y hace perder elecciones, contó con la aprobación y exaltación de amplios sectores de la sociedad desde la administración Duhalde hasta la fecha. Con particular aliento de ciertos sectores del periodismo, que demoniza a las empresas, a la iniciativa privada y a la economía de mercado por las penurias de la gente. Parece evidente que los problemas no residen exclusivamente en Cristina Kirchner. La culpa no es sólo de los que gobiernan; también somos nosotros.
© LA NACION.

viernes, 16 de agosto de 2013

El mito del imbatible aparato bonaerense

El voto no tiene dueño


Hay una interpretación simplista de cómo funciona la política entre los pobres, pero el control del dispositivo estatal, que da una ventaja a los oficialismos, ni determina la conducta de los votantes ni garantiza la victoria
Por   | Para LA NACION 

Se habla y se escribe sobre el "aparato" político del conurbano bonaerense y sobre su poder para salir victorioso de las contiendas electorales. El imaginario colectivo parece remitir, con esta palabra, a la visión de un dispositivo mecánico y único, comandado por una voluntad política que lo dirige. Entonces esa voluntad ordena "votar a tal" y de modo automático, en el cuarto oscuro, las manos de los votantes humildes, que en esta mirada vienen a funcionar como una suerte de rebaño del aparato, toman la boleta de tal y la colocan en la urna. Esta interpretación simplista de cómo funciona la política entre los pobres, más allá de los prejuicios que encierra, resulta falsa. Extendida como se encuentra es, además, la mejor publicidad para seguir construyendo el mito de su imbatibilidad. Si el aparato es invencible, ¿qué se puede hacer frente a él? Nada.
Una perspectiva más real sugiere pensar que el aparato no es ni más ni menos que el control del poder estatal en sus tres niveles: local, provincial y nacional. En realidad, la expresión "aparato" es un eufemismo para decir Estado, y su valor radica en los recursos que provee el control del Estado: nadie ignora cómo, a la hora de las elecciones, todos los medios del Estado -desde materiales hasta simbólicos- se ponen al servicio del candidato oficialista. Los aparatos locales no funcionan exclusivamente en períodos electorales. Sus diferentes mecanismos trabajan todo el año; pues se trata de la organización de "militantes rentados", o beneficiarios de programas sociales controlados por el municipio, coordinados para cumplir con una tarea de persuasión política, control electoral, movilización a los actos, difusión y propaganda. En algunos casos, incluso, fuerza de choque temida entre los mismos pobres.
La manipulación de este dispositivo otorga, sin dudas, una ventaja a los oficialismos, pero ni determina la conducta de los votantes más humildes ni garantiza la victoria. Aunque es preciso aclarar dos puntos. En primer lugar, estos instrumentos estatales ejercen mayor presión en los períodos de elecciones a intendentes, que es cuando se pone en juego la permanencia en el poder de los jefes locales. En segundo lugar, el peso del aparato aparece con mayor relevancia en el conurbano bonaerense y en las grandes ciudades del interior (La Plata, Mar del Plata, Bahía Blanca) que en las pequeñas localidades.
Ahora bien, para calibrar mejor los límites del "aparato", conviene hacer un poco de historia que ayude a despejar el mito de la realidad política. El 9 de julio de 1988, en la competencia interna cerrada bonaerense, Carlos Menem ganó por el 6% de los votos al propio gobernador Antonio Cafiero. Como bien recordaba un fiscal cafierista: "Ese día los compañeros bajaban de los colectivos de línea, nadie los traía, cuando vi que volaban las boletas de Menem me di cuenta de que venían a votarlo a él". Tiempo después, las manzaneras, a las cuales por estas horas todos parecen haber olvidado, se constituyeron en la gran red capaz de contener a las madres humildes del conurbano bonaerense, comandadas por Hilda "Chiche" González de Duhalde, mujer del gobernador más poderoso que haya tenido la provincia desde la llegada de la democracia.
Fue en aquellos tiempos que, gracias al Fondo de Reparación Histórica del Conurbano Bonaerense, se fortaleció el consabido "aparato", merced a los cuantiosos recursos adicionales recibidos por los barones del conurbano. Un domingo de 1997, Graciela Fernández Meijide, una frepasista al frente de la coalición con la UCR, disputó al peronismo en la elección legislativa, y venció a "Chiche", a sus manzaneras y al aparato, por 49 a 42% de los sufragios, al triunfar en varios distritos del conurbano. En 2009, la coalición entre Francisco De Narváez, Mauricio Macriy Felipe Solá se impuso al propio Néstor Kirchner junto con Daniel Scioli y muchos intendentes que iban como candidatos en las listas testimoniales. 
Estos ejemplos que recorren treinta años de historia no hacen más que confirmar que en las elecciones nacionales abiertas, sean internas o generales, la decisión de la ciudadanía es fundamental. Y las franjas más necesitadas de la sociedad, al igual que las capas medias y altas, tienen sus amores y sus odios. ¿Significa esto que los intendentes no reparten boletas con sus preferencias? ¿Significa esto que no existen amenazas sobre los beneficiarios de los programas sociales? ¿Significa esto que no hay un intento de intercambiar favores por votos que a veces puede salir bien y otras no tanto? Por supuesto que todo esto existe y el aparato estatal constituye una carta a favor de quienes lo manejan. Pero el peronismo bonaerense funciona de forma más monolítica en las urnas cuando hay un liderazgo fuerte a nivel nacional. Cuando ese liderazgo inicia su ocaso, como se preveía y confirman las cifras de las PASO últimas, al tiempo que en su lugar emerge una nueva figura con capacidad de conducirlo, aquella verticalidad comienza a resquebrajarse. Un dato más por tener en cuenta es que para vencer al oficialismo en la provincia de Buenos Aires se precisa captar el apoyo electoral de una franja tanto de la clase media como de los sectores populares. Fernández Meijide, en su momento, y Massa, hoy, lograron armar esa coalición social-electoral.
Los intendentes que apoyaron a Martín Insaurralde contaron con su propia estructura y con los recursos adicionales de los gobiernos nacional y provincial, mientras que los massistas sólo dispusieron de los medios provistos por sus respectivas estructuras municipales. A pesar de la asimetría en los recursos de unos y otros, la balanza se inclinó a favor del tigrense, lo cual hizo más relevante su performance. Algunos números aclaran la incidencia real de los aparatos. En primer lugar, en los distritos kirchneristas de Lanús, Avellaneda, Presidente Perón, Morón, Ituzaingó, Moreno, José C. Paz y Tres de Febrero, el FR venció pese a carecer allí de aparato alguno. En segundo lugar, en las intendencias oficialistas, donde ganó su candidato, lo hicieron con una diferencia promedio del 10%; que van del 23%, en Lomas de Zamora, al 0,20% en Merlo. En tanto que en las intendencias del massismo, la distancia promedio a su favor fue del 28% (oscilando entre 48 y 10%). Estos números prueban que si bien los aparatos inciden a la hora del voto pueden no ser determinantes si la voluntad popular se inclina por una alternativa diferente a la que sostienen esas estructuras. En una palabra, cuando hay una voluntad de la mayoría de investir a un candidato, los dispositivos políticos tienen un poder limitado para torcer el resultado electoral. Por el contrario, la sinergia entre el aparato y la voluntad popular agigantan la distancia a favor del candidato preferido: el massismo obtuvo por sobre el kirchnerismo diferencias tales como 48%, en Tigre; 39%, en San Fernando; 38%, en San Isidro; 35%, en Malvinas Argentinas; 24%, en San Martín; todos distritos gobernados por el FR.
El fenómeno del Frente Renovador, si bien integra en su seno a representantes de distintos sectores, como la UIA, la CGT y figuras independientes, se articula en torno a una red de intendentes que han decidido asumir el protagonismo de la política nacional detrás de Sergio Massa. Este acuerdo entre jefes locales con desarrollo y poder territorial puede otorgarle al Frente Renovador una estabilidad que no suelen tener los alianzas de cúpula, siempre más sujetas a las vanidades de sus dirigentes.

martes, 13 de agosto de 2013

El clientelismo del Sur

El Gobierno de Argentina usa las instituciones para hacer proselitismo


En la España de la Restauración, el fraude electoral era tal que hasta los muertos —literalmente— votaban. Analfabetos en vida llenaban sus boletas con letra prolija luego de muertos; usualmente apoyaban al Partido Conservador, pero también al Liberal. Los comités formados para fiscalizar los resultados solían dejar el número de votos final en blanco, para que los gobernadores pudiesen insertar la cantidad que les convenía a su gusto. Incluso algunos periódicos llegaron a publicar los resultados electorales antes de que se celebraran las elecciones.
Lo que no era fraude era clientelismo —un término que surgió en la Roma antigua y que en nuestro tiempo se refiere a la “compra” de votos de una u otra manera—. Hoy España es diferente. Pero al margen de los métodos más obscenos, muchas de estas prácticas transaccionales todavía dañan la democracia en América Latina.
Este domingo se celebraron en Argentina las PASO —primarias abiertas, simultáneas y obligatorias—. Cuando las crearon, el Gobierno de los Kirchner presentó la idea de primarias como una reforma para revitalizar la política local. Pero aparte de servir como una encuesta obligada antes de las elecciones el 27 de octubre, las del domingo fueron casi inútiles.
Solo algunos partidos utilizaron las PASO para elegir candidatos. La gran mayoría —incluido el oficialismo kirchnerista y los principales referentes de la oposición— habían elegido ya sus candidatos a dedo.
Las primarias son un ejercicio necesario cuando existen estructuras partidarias fuertes, pero lo que queda del bipartidismo en Argentina todavía no se ha recuperado de la profunda crisis de 2001. En medio de una recesión que terminó convirtiéndose en una suspensión de pagos, la Alianza del entonces presidente implosionó sin que se revitalizara la Unión Cívica Radical, antagonista histórico del peronismo que hoy solo le hace frente a nivel regional.
El kircherismo ya no centraliza al peronismo como lo hacía hace cinco años. Y las listas “peronistas” se multiplican. La oposición está lejos de estar unificada. Esto creará un problema para promover una verdadera alternativa en las presidenciales del 2015, ni que hablar en octubre.
El domingo fue una derrota para el Gobierno, pero solo una parcial. Es muy prematuro hablar del “fin de una era”.

El domingo perdió el kirchnerismo, pero es prematuro hablar de “fin de una era”
Para unas primarias casi inútiles, el kirchnerismo no dejó de utilizar el poder del Estado para promover a sus candidatos. Las usuales “cadenas nacionales” \[los mensajes del Gobierno de transmisión obligatoria en radios y televisión\] de la presidenta ya tienen un nuevo personaje: Martín Insaurralde, el candidato oficialista en la provincia de Buenos Aires, donde se pelean el 38% de los votos del país.
La verdadera campaña comenzó ayer —y el Gobierno solo profundizará su estrategia—. Insaurralde y otros candidatos oficialistas aparecerán con la presidenta. Y se puede esperar una continuación de la ola de buenas noticias: crecimiento tan alto que parece tan irrisorio como las estadísticas oficiales de la inflación, una sospechosa y sorpresiva caída del desempleo, apertura de fábricas, y muchas obras públicas mágicamente planeadas en las zonas electorales más disputadas.
No bastó inventar romances entre Insaurralde y famosas modelos locales o llevarlo a ver al Papa en Brasil con la comitiva presidencial. Los 75 días que quedan de campaña son una eternidad política en Argentina. Kirchner hará más, nunca menos.
Este es el clientelismo moderno: la implícita transacción de votos en dádivas, obras, y subsidios promovidos desde el Estado mientras se usan las instituciones para el proselitismo propio. Al Gobierno poco le importó el uso de recursos oficiales para viajes o anuncios en las primarias. Menos le importará ahora.
La historia del peronismo sugiere que los herederos políticos nunca respetan a sus padres, así que el plan kirchnerista es no buscarlos. Los ataques contra la libertad de prensa, la independencia judicial, la propiedad privada y hasta la independencia estadística sugieren que, en la teleología kirchnerista, las instituciones son maleables ante la “santidad” de un proyecto político.
Es por eso por lo que, como ya anunciara la misma presidenta, este Gobierno “va por todo”. En vez de promover cambios, los fieles el domingo prometían “profundizar el modelo”. Hoy la reforma constitucional que desean para “la Cristina eterna” parece lejana. Pero creer que un Gobierno como el argentino podría dejar que los resultados electorales cambien sus objetivos es confundir la esperanza con la realidad.

El error filosófico del autoritarismo —y de la lógica que perpetúa al clientelismo— es creer que una persona o un ideal está por encima de las estructuras republicanas. Quizá los que lograban la alquimia de que los muertos votasen pensaban que protegían a España. Pero lo único que lograban era quitar legitimidad a un Estado políticamente débil, socialmente fragmentado y económicamente atrasado.
Eran la propia enfermedad de la que proponían ser la cura. Que el principio del siglo XXI en Argentina no sea como el principio del siglo XX en España.
Pierpaolo Barbieri es fellow de la Escuela Kennedy de Gobierno en Harvard. Su libro Hitler’s shadow empire será publicado por Harvard University Press este año. Su próximo proyecto se centra en la historia económica de América Latina.
Tomado de El País, España.

domingo, 4 de agosto de 2013

Elecciones sin partidos

Una democracia “fulanista-menganista” que va hacia el cesarismo. Lo mismo en el oficialismo que en la oposición

Por Dante Caputo 

Uno de los cambios de la vida política aquí es la desaparición de los partidos políticos. Es probable que gran parte de los argentinos, agitados en el torbellino de nuestra cotidianeidad, no lo haya advertido. Sin embargo, la transformación es mayor y tendrá consecuencias en la manera en que funciona nuestra democracia, en la calidad de la selección de quiénes ocuparán los más altos cargos del Estado y, sobre todo, en el tipo de oferta programática que llegará a los ciudadanos.
Los dos partidos que estuvieron en el centro de la disputa política en los últimos setenta años, justicialismo y radicalismo, en la práctica han dejado de existir. El radicalismo fue reduciendo sostenidamente su caudal electoral para los cargos nacionales. Desaparece porque se achicó hasta un punto en el que sólo puede competir aliándose con otras fuerzas y, por lo general, en situación minoritaria. Mantiene su presencia provincial y municipal, pero se extinguió como fuerza política nacional. En la Ciudad de Buenos Aires, un distrito que históricamente le fue favorable, todo indica que no obtendrá ningún diputado para las próximas elecciones.
En cambio, el justicialismo desaparece porque se agrandó demasiado. El caso más elocuente es el de la provincia de Buenos Aires. Alrededor del 75% de los candidatos que serían votados son de origen peronista. Sin embargo, es una filiación abstracta: el peronismo va a esa elección sin candidatos partidarios. Con 75% de votantes a favor no hay ningún candidato del PJ que haya sido elegido por un procedimiento partidario.
La desaparición del PJ se hizo evidente hace unas semanas cuando la Justicia Electoral anunció que se le retiraría la personería porque no funciona, no tiene congresos ni cumple con ninguna de las actividades a las que obliga la ley.
Los partidos han sido reemplazados por individuos. En lugar de justicialismo hay “kirchnerismo” o “massismo” o lo que usted guste; dirigentes que son a la vez candidatos y partidos. Sus programas nacen y terminan con sus personas.
Un hecho excepcional, que confirma estas tendencias, es que el Frente para la Victoria, a pesar de su larga permanencia en el Gobierno, no ha tenido en este tiempo ninguna manifestación partidaria: nunca se oyó hablar de congreso del Frente ni de la elaboración de programas. De hecho, recuerde que las últimas elecciones en las que se reeligió a Cristina Kirchner, a la hora de presentar la plataforma ante la Justicia Electoral, el FPV copió la que había servido para la elección anterior.
Así, Argentina ya no cuenta con partidos, de los cuales solía decirse que eran una condición necesaria para el funcionamiento del sistema democrático. Hemos pasado de los partidos al “fulanismo-menganismo”.
La “democracia fulanista-menganista” tiene algunas consecuencias importantes. En una democracia sin partido lo único que garantiza la continuidad de un proyecto político es quien lo dirige. En otras palabras ¿cree usted lector que el programa de gobierno actual aseguraría su continuidad a través del FPV? ¿Quién puede seguir con el proyecto kirchnerista sin Cristina? En efecto, parece poco probable. De allí que las reelecciones indefinidas sean mostradas como la garantía de la continuidad política. 
Si existiese un partido de gobierno, probablemente el principal argumento para la reelección presidencial desaparecería. El partido daría continuidad a su programa. Pero, el partido no existe, no hay herencia posible, no hay custodio de las ideas (supuesta su existencia), no hay garantía de continuidad. Por lo tanto, el sistema se adecua perfectamente al interminable deseo de ocupación del poder.
En Chile, la Concertación gobernó durante veinte años y lo volverá a hacer a partir de diciembre. En ese tiempo no hubo reelección ni alguien propuso que la hubiera. Sin embargo, los cuatro presidentes que se sucedieron (los dos últimos dejaron el gobierno con alrededor de 80% de imagen positiva) ejecutaron durante dos décadas un proyecto con continuidad cuyos resultados están a la vista. Los partidos fuertes son la garantía de la continuidad política y también son un límite a la natural tendencia al surgimiento de presidentes monarcas.
Otra consecuencia de la democracia con partidos, es que usted sabe en qué lugar del espectro ideológico se sitúa el candidato. ¿Centroizquierda o centroderecha? El partido, su historia, su programa se lo dirán. En cambio, al ver la situación en la provincia de Buenos Aires, resulta difícil saber dónde se ubican el pensamiento y los proyectos de los candidatos. Esto permite que funcione un elemento clave de la trampa electoral: el uso de una historia para llevar adelante una política que nada tiene que ver con ella.
Hay tres candidatos que reclaman su cuna peronista, pero que no poseen casi nada en común. Es imaginable que uno de ellos sea, en realidad, la apuesta del centroderecha para llegar al poder; también es  probable que otro represente la posibilidad de un giro más bien conservador y finalmente, el favorito de la Presidenta, es un instrumento para  su continuidad en el poder. ¿De quién será sucesor Massa? ¿De Menem o de Cámpora? 
Así, el amplio y mutante peronismo ha concluido su tarea y sólo queda una lejana pertenencia que ningún candidato se esfuerza en recordar. ¿Quién es Massa? Sólo Massa. ¿Quién es Scioli? Sólo Scioli. ¿Quién es Insaurralde? Cristina.
Por el lado de la oposición las referencias partidarias no son más claras.
En este estado de cosas, usted votará por individuos, no por partidos, y como los individuos en cuestión poco dicen de lo que quieren hacer y silencian todo acerca de cómo lo harían, el voto se basará en una confusa intuición acerca de los que unos u otros harán una vez que sean electos. La ausencia de partidos conduce a la ausencia de proyectos y, por tanto, a la continuidad en el poder de quienes gobiernan; a su vez, realimentando el proceso, la irrefrenable tendencia a mantener el poder, lleva a la evaporación de los partidos, temible fuente de reclutamiento de nuevos dirigentes.
Este nuevo sistema de funcionamiento en nuestro país, poco o nada tiene que ver con las maneras en que se organizan en otras democracias. En EE.UU. los partidos no funcionan como en Europa ni como solía ser en Argentina. Sin embargo, garantizan los cambios de dirigencia, el surgimiento de nuevas elites políticas, la competencia entre los precandidatos y una razonable unidad ideológica. En Europa, los candidatos nacen de partidos cuyas estructuras, ideologías y aparatos cuentan de manera decisiva para la elección y para el Gobierno.
En Argentina los partidos son recuerdos.
Así vamos en un país cuyo sistema republicano es débil y en el que el presidencialismo se ha transformando en cesarismo. Hemos logrado una democracia “fulanista-menganista” de monarcas sin control donde la autosucesión es el objetivo más codiciado de la gestión.