lunes, 6 de septiembre de 2010

Entrevista con Juan José Sebreli, por Ricardo Carpena


Entrevista con Juan José Sebreli
"Hay un desliz hacia el totalitarismo en la modificación de la historia"
Reconocido sociólogo y ensayista, este liberal de izquierda, como él mismo se define, critica el uso pragmático y populista que el Gobierno hace de las banderas del progresismo, y cuestiona la falsificación del pasado en que incurrió la Presidenta al hablar de la década del 70

Por Ricardo Carpena
Domingo 5 de setiembre de 2010 | Publicado en edición impresa

Para el que tenga su corazoncito cerca del peronismo, esta entrevista puede ocasionarle serios problemas coronarios. Y para el que lo tenga, específicamente, más cerca del kirchnerismo, no hay aurícula ni ventrículo que resista a un Juan José Sebreli de definiciones infartantes: en apenas una hora y cuarto de diálogo, calificó al ex presidente de "autoritario, con un desliz hacia el totalitarismo", "pragmático que no es de izquierda ni de derecha", con "una falta total de escrúpulos" y causante de "un grado espectacular de corrupción".

Este pensador y escritor se ha puesto tan antikirchnerista que, aun como un asumido homosexual, ni siquiera puede reconocerle a la Casa Rosada el impulso para la ley de matrimonio igualitario: "Los gays les deben importar poco y nada. El tema es conquistar un sector del electorado, de clase media más o menos progresista, que les resultó adverso en las elecciones. Algo parecido a lo que hizo Perón en 1954, que de golpe sacó una serie de medidas muy progresistas, como el divorcio o el reconocimiento a los hijos naturales, nada más que para molestar a la Iglesia. Y ahora también es un poco para eso. Es típica manipulación política."

Claro que el autor de Los deseos imaginarios del peronismo tampoco deja indemne a la oposición, que no tiene, dice, "una visión clara de lo que hay que hacer en el país", y critica sin piedad a Eduardo Duhalde, Pino Solanas, Francisco de Narváez y Felipe Solá, pero rescata a Mauricio Macri porque es "novedoso y no peronista" y elogia a Elisa Carrió por su "coherencia", aunque cree que su futuro político es "incierto" y que no tendrá posibilidades de llegar a la Presidencia.

Es difícil que Sebreli, a sus 80 años y con una obra que incluye reconocidos libros y colaboraciones en revistas culturales como Sur y Contorno , tenga un club de admiradores en la política argentina, como así tampoco los tiene entre los seguidores de muchos exponentes del posmodernismo o del tercermundismo, los fanáticos del fútbol, o los simpatizantes del "Che" Guevara, Carlos Gardel o Diego Maradona, en todos los casos víctimas de su punzante análisis.
Sociólogo, ensayista, historiador, crítico literario y filósofo, Sebreli es, también, un provocador que está lejos de querer convertirse en un adalid de lo políticamente correcto. Un intelectual que pasó del existencialismo sartreano al lopezmurphismo, pasando por el marxismo y el peronismo de izquierda, hasta recalar en su actual definición ideológica: socialista liberal. Un hombre que sonríe poco, con escasa vida social y que, según admite, habla con gente que tiene ideas más o menos parecidas a las suyas. Un obsesivo que se muestra inquieto al hablar sobre su nuevo libro, Cuadernos, editado por Sudamericana, porque no se parece a nada de lo que hizo antes.

Allí, en ese género que rescata notas escritas a lo largo de los años como en un diario personal, Sebreli enhebra una fascinante colección de reflexiones sobre la cultura, el cine, las ciudades, el sexo, la vida cotidiana y algunos personajes curiosos, además de su gran pasión, la política.

-¿Qué sintió cuando la presidenta Kirchner presentó el informe sobre Papel Prensa?

-Lo primero que pensé es que, si bien califico al régimen kirchnerista como autoritario, nunca se me ocurrió que fuera totalitario. Pero acá hubo un desliz hacia el totalitarismo en la modificación de la historia, del pasado inmediato: lo que hizo Cristina fue dar una clase sobre historia del siglo XX, particularmente sobre la década del 70, falsificándola, algo típico de las historias estalinistas, que, por ejemplo, suprimían personajes. Uno de los personajes fundamentales en esta historia son los montoneros, obviamente, porque todo comienza con el dinero de [David] Graiver de los montoneros que los militares querían recuperar, y la presión que ejercieron los montoneros para que les devolvieran la plata después de la muerte de Graiver. Eso no aparece en la historia. Y sí algo en lo que hasta ahora nunca se había incurrido: la falsificación del pasado. Es la primera vez porque Perón, que evidentemente fantaseaba mucho, no se metió con la historia, podía falsificar hechos del presente, pero el pasado no le interesaba. A este gente, sí.

-¿Y para qué? ¿Cuál es la motivación?

-Es una manera de justificar un hecho concreto. En los regímenes totalitarios, la falsificación de la historia nunca es por razones historiográficas sino de política inmediata. El objetivo es quedarse con Papel Prensa.

-De todas formas, ¿los medios tienen la real entidad de una corporación que puede poner en peligro a cualquier gobierno?

-No, de ninguna manera, aunque influyen. Hay una famosa frase de Perón acerca de que había ganado las elecciones con todos los diarios en contra y cuando los tuvo a todos a favor, porque fueron estatizados, perdió. Los medios expresan la realidad, pueden exagerarla o tomar un aspecto más que otro, pero no la modifican, nunca lo han hecho.

-Hace poco, Néstor Kirchner dijo: "Los progresistas somos nosotros". ¿Es así?

-Kirchner es, básicamente, un pragmático. Un populista, en términos generales, y los populistas no son de izquierda ni de derecha, son de izquierda o de derecha de acuerdo con las circunstancias. Hay una faceta progresista en medidas como el matrimonio gay o el tema de los derechos humanos, algo que tomó como una bandera pero que le importa poco porque se empezó a ocupar desde que fue presidente, y los gay le deben de importar poco y nada. El tema es conquistar a un sector del electorado, la clase media más o menos progresista, que le resultó adverso en las elecciones. Me hace acordar al PRI mexicano: era también la dictadura perfecta, como dijo Octavio Paz, pero tenía esa faceta progresista, como enseñar marxismo en las universidades. Algo que no tiene el peronismo clásico, decididamente de derecha.

-Usted es implacable con el kirchnerismo, pero, como homosexual, debería reconocerle haber impulsado la ley de matrimonio igualitario. ¿Qué siente?

-Me molesta porque, evidentemente, vuelve a ser una utilización política. Soy partidario del amor libre y hubiera votado por algo muy difícil que se sancionara: vínculo civil para heterosexuales y homosexuales, y el matrimonio limitado a las religiones. No me interesa en absoluto el matrimonio gay, pero sí creo que mientras exista el matrimonio heterosexual y mientras haya homosexuales que quieran casarse, tienen que tener esa posibilidad. Si no, sería una desigualdad. No es mi deseo más profundo, pero estoy de acuerdo.

-¿No le parece sincera la postura del kirchnerismo?

-No creo que les interese en lo más mínimo. Es algo parecido a lo que fue hizo Perón en 1954, que de golpe sacó una serie de medidas muy progresistas, como el divorcio o el reconocimiento a los hijos naturales, nada más que para molestar a la Iglesia. Y ahora también es un poco para eso. Una típica manipulación política.

-Los Kirchner perdieron las últimas elecciones, pero parecen con más poder e iniciativa que la oposición, que fue la que ganó bancas. ¿Qué es lo que está pasando?

-Es indudable que los Kirchner tienen una gran habilidad política, unida a una falta total de escrúpulos. Y después siguen teniendo el poder. Con respecto a la oposición, tengo una posición dual. En el corto plazo, a pesar de todas las dificultades y la debilidad con que actúa, en el Congreso está frenando al kirchnerismo. A mediano plazo, soy más pesimista. Porque no veo en la oposición una visión clara de lo que hay que hacer en el país. Tiene claridad respecto de las pequeñas reformas, pero este es un país en el que hay que hacer reformas muy importantes, que implican un costo político muy elevado.

-¿Cuáles, por ejemplo?

-Dos temas que son imprescindibles. La libertad sindical, que significa tomar medidas contra este estado anómalo del sindicalismo argentino, el modelo del sindicato único, que sería una reforma fuerte que ocasionaría un cambio de toda esta burocracia de los Moyano. Y segundo: terminar con el subsidio al "capitalismo de amigos", ineficiente, sin capacidad exportadora alguna y que ha vivido siempre de la asistencia del Estado. Esos dos aspectos son fundamentales para salir de la decadencia del país, que se arrastra desde mediados del siglo XX porque Kirchner, en realidad, no es la causa del estado en que estamos sino la consecuencia de un largo proceso. Y en el caso de que existieran algunos políticos que tuvieran conciencia, no sabemos si van a tener la posibilidad de hacerlo. [Raúl] Alfonsín intentó la reforma sindical y fracasó. Si fuera un país normal muchos de los políticos de la oposición podrían gobernar perfectamente. Es gente honesta, seguramente con ellos no habría el grado espectacular de corrupción que hay con el kirchnerismo, tampoco el autoritarismo. Pero este no es un país normal. Con eso solo no bastaría. Vamos a seguir con el mismo modelo económico del kirchnerismo y de esa forma, aun sin corrupción ni autoritarismo, no saldremos de la decadencia.

-Usted escribe en su libro Cuadernos algo que es muy duro: "La única lección que deja la historia del peronismo es que nadie aprende nunca nada de ella".

-Claro... por ejemplo, sacando al radical Alejandro Armendáriz, la provincia de Buenos Aires está gobernada desde el regreso de la democracia por el peronismo. Además, históricamente gobernó más tiempo que el radicalismo y que los militares: tiene buena parte de responsabilidad de lo que nos pasa. Pero tampoco tenemos que tomar como chivos expiatorios a los políticos, alguna vez dijimos "que se vayan todos" y después se quedaron todos... La clase política es expresión de la sociedad civil y, además, ha sido votada. Aun en el caso de las dictaduras, tuvieron apoyo hasta tal punto de que se puede hablar, en casi todos los casos, de golpes cívico-militares. Pero no eximiría a la clase política porque si fuera inteligente, lúcida y avanzada no sería como la nuestra, que lee y vive de las encuestas y hace lo que opina la gente. Sigue a una sociedad civil muy volátil, frívola y caprichosa, en lugar de guiar y ponerse al frente de la sociedad civil. Esa es la responsabilidad que les cabe. Pondría un caso típico de una de las grandes transformaciones políticas: España conoció siglos de decadencia y un siglo XX terrible, con la guerra civil y cuarenta años de dictadura franquista y, sin embargo, tuvo una transición perfecta, pero gracias a unos conductores que estuvieron muy por encima de lo que era la sociedad civil. Por ejemplo, la izquierda y la derecha españolas estaban en contra de la entrada a la Unión Europea y fue la política persuasiva de Felipe González la que convenció a una sociedad que no sabía qué hacer. Acá no hay un político que actúe como educador de la sociedad civil.

-Probablemente uno de los últimos que se destacó por el peso de sus ideas y que guió a la sociedad haya sido Raúl Alfonsín.

-Generó esa ilusión. Alfonsín tenía una idea por la que pasó a la historia, que es la instauración de la democracia. Eso lo hizo Alfonsín. Si hubiera triunfado [Italo] Luder no hubiera habido democracia. Pero [a Alfonsín] no le interesaba la economía y en lo poco que le interesaba estaba equivocado...

-Usted dijo que el papel de Alfonsín desde 2001 fue nefasto.

-Sí, nefasto porque él contribuyó en cierto modo a la caída de [Fernando] De la Rúa. Además, después de haberse tenido que ir antes de tiempo por la hiperinflación, insistía en que un poco de inflación no está mal. Lo mismo creen otros dirigentes de la oposición. Algunos, como Pino Solanas, son directamente kirchneristas auténticos, en el sentido de que creen que tienen que cumplir ese programa que Kirchner dejó de hacer y que ahora estaría traicionando.

-Le pregunto por otros dirigentes: Ricardo Alfonsín.

-Es candidato porque murió el padre. Si no, ni lo conocían. Eso revela la superficialidad de la ciudadanía argentina. Del mismo modo que [Julio] Cobos no era nadie, sólo un vicepresidente, hasta que le tocó desempatar una votación en el Senado.

-¿Y Eduardo Duhalde?

-El modelo económico de Duhalde es el de Kirchner, porque lo empezó él, con el mismo ministro de Economía. Puedo creer que Duhalde ha cambiado y mejorado mucho su posición política, pero tendría que hacer una profunda autocrítica de su política económica, que fue la que llevó a la miseria a buena parte de la sociedad argentina.

-¿Mauricio Macri?

-Tiene la ventaja de ser algo novedoso y de no ser peronista. Pero no va a poder ser candidato sin la apoyatura del peronismo anti-K. Entonces vamos a estar en lo mismo.

-¿Elisa Carrió?

-Sería lo único novedoso que hay en la política argentina y tiene su coherencia en su lucha contra el kirchnerismo. Pero tiene pocas posibilidades de ser presidenta. Es una gran analista política, pero la gente prefiere el político que le vende ilusiones. Su futuro es incierto.

-¿Francisco De Narváez?

-Un empresario que se ha dedicado a la política porque tiene mucho dinero. Y, además, es peronista.

-¿Felipe Solá?

-Es el peronista más presentable, pero no podemos olvidarnos de que fue kirchnerista hasta último momento. Ese es un grave problema.

-¿Un intelectual tiene que ser aséptico políticamente?

-El intelectual debe ser crítico, y la crítica implica también la duda. Y el político no puede dudar, tiene que actuar. Son dos rubros distintos. Yo siempre me he comprometido políticamente, pero nunca milité en ningún partido: no es conveniente para ser un intelectual libre.

-¿No le pesa haber apoyado a Ricardo López Murphy?

-No, porque lo apoyé desde afuera. Y el proyecto, que era mío y que después fue tomado por López Murphy, era una coalición de centroizquierda y de centroderecha, que fue lo que en cierto modo se hizo en la Capital y por eso triunfó. Luego, López Murphy se equivocó al meterse en la provincia de Buenos Aires. Después apoyé a Lilita Carrió y ahora no sé a quién apoyaré. No me identifico con ninguno. Cuando me preguntan con quién me identificaría plenamente digo que con Juan B. Justo, que murió hace unos cuantos años. (Se ríe.)

-Muchos lo consideran un "gorila de izquierda". ¿Es así?

-La palabra gorila debería ser descartada. Es un término muy superficial porque sale de un programa cómico de radio, es una forma de animalizar al adversario, un poco como el "gusano" de los cubanos, y una forma de insulto. Además, suponiendo que exista una categoría política, no tengo nada que ver con las idea políticas de [Jorge Luis] Borges o [Alvaro] Alsogaray, representantes típicos del llamado gorilismo. Me gustaría que trataran de definirme políticamente, que es un poco difícil también.

-¿Y usted cómo se define?

-Uno de mis mentores políticos de los últimos años ha sido Norberto Bobbio, que se decía "socialista liberal", como una síntesis superadora de la izquierda y de la derecha democráticas. ¿Por qué no socialista a secas? No puedo coincidir plenamente con la izquierda actual porque apoya a regímenes dictatoriales como el castrismo y el chavismo. Y no puedo llamarme liberal a secas porque el liberalismo argentino en el siglo XX ha cometido graves errores, como el apoyo, por ejemplo, a las dictaduras militares. No puedo estar con una izquierda que, en general, ha desdeñado las libertades individuales y tampoco con una derecha que desdeña totalmente el papel del Estado.

© LA NACION
MANO A MANO

Nadie puede decir que usa eufemismos, que es un tibio o que no se define. Juan José Sebreli es implacable, rotundo, inequívoco. Es un enemigo declarado del peronismo, aunque en el pasado lo rescataba por encontrarlo transgresor e incluso lo consideraba como la antesala del socialismo. Lo noté algo molesto cuando le comenté que para algunos era un "gorila de izquierda". Le pareció "una forma de insulto" y prefirió enrolarse con el filósofo y politólogo Norberto Bobbio, que se consideraba un "socialista liberal". Sebreli enlaza reflexiones, datos históricos y sentencias a borbotones. Cree que los intelectuales deben ser críticos y, por lo tanto, dudar, y por eso insiste en que no deben actuar en política, aunque asuman un compromiso. Aun con sus arbitrariedades, da la sensación de ser un hombre libre. Menos cuando le sacan fotos: allí se mostró tan preocupado por su imagen que le comenté que no lo imaginaba así. "No es que sea coqueto. Es que soy feo", dijo. Allí comprendí: ni él se salva de esa mirada que no perdona a nadie.

domingo, 4 de abril de 2010

La pesadilla circular


Se extiende una visión sesgada de la lucha por los Derechos Humanos
La pesadilla circular
Beatriz Sarlo

Ensayo de Beatriz Sarlo publicado el miércoles 31 de marzo en el periódico La Nación.

En el teatro político donde la genuina investigación puede confundirse con el carpetazo de informaciones sospechosas y miserables operaciones de prensa, es mejor estar seguro del pasado. Es mi caso. Viví de manera semiclandestina bajo la dictadura (que me buscó y no me encontró, aunque asaltó y vació la oficina de una revista que dirigía en 1976); publiqué y distribuí personalmente, desde marzo de 1978, otra revista, casi invisible hasta 1983, que muchos consideran un aporte a la rearticulación intelectual durante esos años; promoví y firmé solicitadas contra las leyes de obediencia debida y punto final; lo mismo contra el indulto.

No son méritos personales, sino de un grupo. Sobre el balance histórico de la violencia armada y de la izquierda revolucionaria, tuve, desde los años ochenta, profundas diferencias con quienes se resistían a mirar críticamente ese pasado. Me han atacado por ese motivo.

Tampoco en esto soy original. Les ha pasado a otros.

Es una humillante obligación presentar los papeles antes de opinar, pero tengo la sensación de que así están las cosas. Por un lado, porque abundan los conversos recientes, devenidos custodios; por el otro, porque se calumnia, no sólo bajo el anonimato cobarde, resentido y rabioso de los comentaristas de blogs.

Escuché el discurso de Estela Carlotto en la Plaza de Mayo, el 24 de marzo último. Después debí conseguir una copia de lo que leyó, porque no estaba convencida de haber oído bien. El camino a la politización de los dirigentes de derechos humanos lo abrió hace muchos años Hebe de Bonafini. Estela Carlotto no siguió esa ruta. Por el contrario: sostuvo la singularidad de su reclamo por los nietos apropiados durante la dictadura militar y consiguió, hasta hoy, 101 recuperaciones de identidad.

A Carlotto la ha rodeado una unanimidad de la que se excluyen sólo los sectores más recalcitrantes. Las cosas comenzaron a cambiar después del acto en la ESMA, en marzo de 2004, donde Kirchner, en un gesto de egolatría política típicamente suyo, se atribuyó el mérito, falto de sustancia para quien tuviera un poco de memoria no partidista, de que era el primer gobernante que hacía una reparación pública a las víctimas del terrorismo de Estado.

En el plano militar, ese acto no era peligroso, como lo fue el juicio a las juntas, una época sobre la cual la biografía de Kirchner no tiene capítulo conocido. En el plano simbólico, en cambio, la entrega de la ESMA a las organizaciones de derechos humanos fue un acto de indiscutible trascendencia. Era una deuda, y Kirchner la pagó. Las acciones de gobierno tienen repercusiones muy fuertes en la subjetividad, sobre todo en la de quienes, después de las leyes de obediencia debida y punto final, sintieron que la Argentina había interrumpido un curso de justicia que debía continuar. El acto de Kirchner fue reparador.

¿Era inevitable que esa reparación convirtiera en kirchneristas a quienes se habían mantenido independientes? A partir de ese momento, Bonafini siguió tronando contra todo, menos contra el Gobierno, al que no le arrojó los insultos, invectivas y maldiciones de que hizo objeto a Alfonsín. Carlotto, por su parte, se convirtió en la cara digna de los actos en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno. Estaba allí para aplaudir y sonreír a las cámaras (con esa moderada sonrisa que, años atrás, nos cautivó a todos).

Tiempo después, conflictos de poder en la Comisión Provincial por la Memoria de La Plata, de los que informó Horacio Verbitsky en Página 12 (20 de agosto de 2006), revelaban fisuras como las que recorren las organizaciones, por disidencias de pensamiento o por desavenencias en el reparto de cargos. Carlotto se volvía terrenal, no sólo porque ponía su imagen en la platea kirchnerista con una asiduidad que antes no había ofrendado a ningún político, sino porque le pasaban cerca las disputas por figuración y por cargos. Descendía al barro del día tras día del poder.

Muchos tratábamos de pasar por alto la imagen de una Carlotto partidaria para concentrarnos en esos momentos en los que la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo anunciaba la identificación de un chico apropiado. El kirchnerismo de Carlotto es inadecuado a su función, ya que las organizaciones de derechos humanos no deben ser un contingente más en los enfrentamientos cotidianos de la política. Defienden derechos que están más allá de los gobiernos, porque son compromisos universales. Su lugar es la esfera pública. Desde allí, irradian sobre la política transversalmente, atraviesan los partidos y trabajan para que ese núcleo fundante de las sociedades modernas sea el pacto constitutivo. Los derechos humanos son, hoy, nuestro acuerdo de civilización.

Por eso, el discurso de Carlotto del 24 de marzo me dejó estupefacta. No tanto porque fuera imprevisible, sino porque siempre se tiene la esperanza de que algo peor no suceda. Carlotto supo tener una palabra firme, pero moderada y, sobre todo, limitada al tema que le ganó relevancia y respeto. Eso fue cambiando: intervino a favor de Aníbal Ibarra durante los meses que precedieron a su juicio en la Legislatura porteña por el incendio de Cromagnon; hizo la exégesis de una de las metáforas más ridículas de los últimos tiempos, la de los "goles secuestrados", enunciada en un brote de descabellada oratoria presidencial. Al fin y al cabo, intervenciones innecesarias y menores.

En el discurso leído el 24 de marzo, Carlotto, de modo perfectamente adecuado a su función, expuso varios reclamos al Gobierno: la apertura de todos los archivos, la investigación de la desaparición no resuelta de Julio Jorge López, la protección eficaz de los testigos que declaren en juicios por terrorismo de Estado y un máximo de recursos para los tribunales que los estén tramitando.

Pero la pieza escuchada en Plaza de Mayo es mucho más. De ello no puede responsabilizarse sólo a Carlotto, ya que fue endosada por su organización, por Familiares, por Madres Línea Fundadora, por Hermanos y por Hijos e Hijas. Como la figura que parece colocada más arriba de los conflictos entre estas organizaciones, Carlotto tuvo el papel de lectora. Se la puede responsabilizar por aceptarlo, pero no directamente por redactarlo, aunque, de forma brutal, coincida también con la visión maniquea de país que tiene el kirchnerismo, cuya política exterior el documento apoya de manera enfática.

Lo que leyó Carlotto congela la historia de los últimos cuarenta años y deja fuera a todos los que no coincidamos con sus hipótesis. Impone la matriz de un relato único: la lucha actual sigue siendo la misma que llevaron a cabo los desaparecidos "por la liberación de nuestro pueblo"; se reivindica "su proyecto político de país, su amor y compromiso con los excluidos"; en la otra trinchera de una guerra idéntica hasta la actualidad, están los mismos asesinos y también los mismos "cómplices del hambre, que hoy pretenden volver a las recetas neoliberales" y defienden idénticos intereses con una represión que ya se prolonga 200 años.

Si es verdad lo que leyó Carlotto, no hubo cambios en dos siglos, y frente a los mismos enemigos, en algún momento, quizá sean necesarios los mismos métodos; los enemigos también repetirían los suyos y nada de lo hecho habrá valido la pena. Bajo una máscara entusiasta, hay pesimismo histórico. Quienes escribieron el discurso de Carlotto probablemente se enorgullezcan de su persistencia en el pasado. Sólo han cambiado algunos nombres: ahora no se dice Kadafi o Fidel Castro, sino Chávez y Evo Morales. Por supuesto, queda excluida una memoria plural. Para este discurso, existe sólo una memoria y sólo un relato tan inalterable como un mito.

Carlotto, que ha buscado la vida más allá de la muerte en la identificación de los hijos de desaparecidos, se ha puesto del lado de lo invariable y de lo cristalizado. Todos seguimos idénticos en el mismo lugar, todos hundidos en la infernal repetición de una pesadilla que recomienza.

© LA NACION

El Congreso ha dejado de ser una escribanía del Gobierno


Entrevista con Oscar Aguad"El Congreso ha dejado de ser una escribanía del Gobierno"
Implacable al criticar al kirchnerismo, el jefe de los diputados radicales alerta sobre el agravamiento de la situación social. Y también se atreve a revisar las culpas de la oposición: "Quizá pudimos haber cometido los mismos errores que criticábamos"

Reportaje realizado por Ricardo Carpena, para La Nación. Publicado el domingo 28 de marzo en el Suplemento Enfoques de dicho periódico.

"Quizá pudimos haber cometido los mismos errores que criticábamos. Tenemos que ser muy celosos del respeto por las formas y por la ley, considerar que las formas son el fondo y no creer que porque somos más podemos imponer las formas. Hemos cometido algún exceso entre todos, pero aprendimos de nuestros propios errores y es algo mínimo ante a lo que hemos logrado: que el Congreso deje de ser una escribanía del Gobierno. Y que al Gobierno no le resulte tan sencillo eludir al Congreso."

Que un político haga autocrítica es bastante inusual: el jefe del bloque de diputados de la UCR, Oscar Aguad, rompe una larga tradición de echarle la culpa a los otros, quizá obligado por el estridente fracaso de una sesión especial en la Cámara baja para declarar nulo el decreto que creó el Fondo del Bicentenario y que permitió que Elisa Carrió acusara a "algunos radicales", como el mismo Aguad, de complicidad con el Gobierno.

Ante Enfoques, de todas formas, el legislador de la UCR no carga las tintas contra Carrió pero le reclama que trabaje para cohesionar a las fuerzas contrarias al kirchnerismo. Y agrega que la líder de la Coalición Cívica "forma parte de la oposición y, si la critica, también se critica a sí misma".

Este dirigente cordobés de 59 años preside el bloque de diputados nacionales de la UCR y quedó atrapado en los vaivenes de este Congreso surgido del 28 de junio. La composición actual favorece a la oposición, pero, hasta ahora, no termina de alcanzar un funcionamiento que represente el sentido de lo que se votó en las últimas elecciones.

Casado, con cuatro hijas que van de los 30 a los 20 años y una nieta de ocho meses, es implacable al criticar al Gobierno y alertar sobre el agravamiento de la situación social durante este año como consecuencia de la inflación. De todas formas, no se muestra tan implacable cuando se le pregunta sobre quién debería ser el próximo candidato presidencial de la UCR. "Prefiero tener primero el programa. Una vez que lo tengamos, elijamos al candidato", sostiene.
El legislador radical fue miembro del directorio del diario La voz del interior , secretario de Gobierno de la Municipalidad de Córdoba, convencional constituyente en 1994 y ministro de Asuntos Institucionales y Desarrollo Social de la provincia durante la gestión de su correligionario y padrino político, Ramón Mestre. Y cuando éste fue ministro del Interior en el gobierno de la Alianza, designó a Aguad como interventor federal en Corrientes (que le originó una causa judicial por administración infiel, de la que resultó sobreseído hace tres años). Fue elegido diputado nacional en 2005 y dos años después comenzó a presidir el bloque de diputados de la UCR.

-Es un momento raro de la política: la oposición parece desdibujada, con una estrategia confusa en el Congreso, y los Kirchner repuntan en las encuestas. ¿A qué obedece?

-Es solamente una imagen, pero no es la realidad. Y esto lo ha construido el Gobierno a partir de las cosas que dicen , de las cosas que informan, pero, de hecho, hay un logro muy importante de la oposición que no se ha visualizado aún: el Congreso ha dejado de ser una escribanía del Gobierno. Se paralizó esto de que los proyectos entraban por una puerta y salían como ley por la otra. El Congreso hoy debate y estudia los temas. Y le ha puesto un freno al Gobierno. El otro tema es cuándo vamos a empezar a sancionar leyes que reviertan la grave situación institucional a que este gobierno nos ha llevado. Pero no hace un mes que el Congreso empezó a funcionar normalmente. El cambio en el impuesto al cheque, que revierte una situación federal inequitativa, está a las puertas de ser tratado en el Senado. La reforma del Consejo de la Magistratura es probable que tenga despacho antes de fin de mes en la Cámara de Diputados y nos estamos esforzando para que el presupuesto, que es la ley más importante, vuelva a ser tratado en el Congreso.

-Usted se quejó de que había opositores funcionales al Gobierno. ¿Quiénes son?

-No quiero personalizar porque este es un momento para tratar de cohesionar. Pero es indudable que hay un estrategia del Gobierno para desarticularnos y hay algunos que son funcionales...

-¿Funcionales por qué?

-Porque se esmeran en mostrar a la oposición desarticulada y eso es falso: estamos trabajando en conjunto, aunque tenemos matices, diferencias y somos de partidos distintos.

-Más allá de cualquier estrategia de los Kirchner, ustedes no encontraron hasta ahora un funcionamiento ideal en el Congreso y algunas declaraciones no ayudan, como las de Elisa Carrió, que lo acusó a usted de complicidad con el Gobierno.

-Carrió forma parte de la oposición y, si la critica, también se critica a sí misma. Luis Juez hace exactamente lo mismo. En el caso de Carrió, un día criticó y al lunes siguiente, en la televisión, dijo que había sido una sobreactuación. Bueno, estas cosas tenemos que superarlas.

-¿Cómo?

-Hablando; todo se arregla conversando. Fijando una estrategia. Hasta diciembre, la oposición funcionó muy bien, sin ningún problema. No existe razón para que ahora no funcione igual. Debemos advertir que el Gobierno tiene una maquinaria de poder puesta al servicio de que nosotros nos desarticulemos, nos peleemos y, además, aparezcamos frente a la opinión pública como desarticulados, incoherentes, imprecisos.

-Carrió lo criticó, pero me imagino que le reconoce que cuando ella dice que el Gobierno va a hacer trampa, acierta...

-(Hace el gesto de cerrarse la boca con una cremallera.) No hablo.

-¿Siente que ella le marca límites a la oposición? ¿Que los expone públicamente"

-Carrió tiene que colaborar para cohesionar a la oposición. Es una actora muy importante del sistema y tiene esa gran responsabilidad, que es la de beneficiar la cohesión opositora. Lo está haciendo, pero tiene que ponerle más enjundia.

-Más allá de lo que reclama Carrió, ¿qué autocrítica se haría como jefe de bloque?

-Quizá pudimos haber cometido los mismos errores que criticábamos. Tenemos que ser muy celosos del respeto por las formas y por la ley, considerar que las formas son el fondo y no creer que porque somos más podemos imponer las formas. Tenemos que tener como límite la ley. Hemos cometido algún exceso entre todos, pero aprendimos de nuestros propios errores y es una cosa mínima frente a lo que hemos logrado: que al Gobierno no le resulte tan sencillo eludir al Congreso.

-Pero el Gobierno, hasta ahora, parece estar logrando ese objetivo.

-Falta un actor que todavía no actuó: llegó el turno de la Corte. Nosotros hemos hecho nuestro trabajo, la Corte tiene que hacer el suyo. ¿Cuál es? Tiene que fijar posición para mejorar la calidad institucional del país en dos temas fundamentales: primero, decir cuál es el límite jurisdiccional de los jueces con respecto a los otros poderes del Estado. ¿Pueden los jueces revisar decisiones políticas y administrativas de otro poder del Estado? No, no pueden. Lo que hizo ese juez [ N. de la R.: Enrique Lavié Pico], resolver cómo debe funcionar una comisión del Senado, es un disparate tan grande como que el Congreso le diga a la Cámara, que ahora va a tratar la apelación de Julio Cobos, cómo se tiene que conformar. Y el otro tema que tiene que resolver la Corte es cuál es la necesidad y la urgencia que se requiere para dictar un decreto de necesidad y urgencia. Cuando la Corte aclare esto, no va a haber más atajos para eludir al Congreso.

-¿La gente común entiende este tipo de disquisiciones intrincadas, visualiza claramente qué está en juego en todo esto?

-No lo visualiza. Hoy, en una radio, me preguntaron qué le importaba a la gente el Fondo del Bicentenario. Este fondo agrava la situación de la inflación en la Argentina. La falta de credibilidad en el país, la falta de certidumbre en las reglas de juego; agrava la caída de la tasa de inversión en el país, y la tasa de inversión afecta directamente al empleo. El tema social, ¿cómo se soluciona? Generando puestos de trabajo, no planes sociales. ¿Qué es lo que genera los puestos de trabajo? La inversión. En la Argentina, la inversión cayó un 13%. Eso se refleja inmediatamente en los puestos de trabajo, en el nivel de los salarios y en el nivel de la exclusión y de la pobreza. Hay una ecuación clave: para bajar un punto la tasa de desempleo hace falta un crecimiento del 4% del PBI. Para que haya ese crecimiento tiene que haber una inversión del 25% sobre el PBI. Esta es la situación que tenemos que defender.

-La Presidenta dice que ustedes no tienen propuestas y que quieren un ajuste.

-No, el ajuste lo está haciendo el Gobierno.

-¿A través de la inflación?

-Claro.

-¿Y cuál es la propuesta de ustedes?

-Inversiones. ¿Por qué hay inflación? Porque hay una sobreoferta de recursos económicos en el mercado sin la correspondiente tasa de inversión que cree los bienes que necesita el mercado. Es decir, hay una gran demanda de bienes, porque hay recursos económicos, pero quienes tienen que invertir frente a la incertidumbre no invierten y lo que hacen es aumentar los precios. Ese es el problema de la inflación. El Gobierno dice: el ajuste no lo vamos a hacer nosotros. Mentira. El ajuste lo está haciendo: va a haber una tasa de inflación de entre el 20 y el 25 por ciento. Es más grave el ajuste inflacionario que el ajuste tarifario, por ejemplo. Segundo tema, el Gobierno dice que en el Congreso no se discute nada importante y nosotros queremos discutir el presupuesto que es la ley más importante. ¿Por qué? Porque el Gobierno calculó una tasa de inflación de 6 puntos y la tasa de inflación va a estar arriba de los 20. Esto sugiere que el Gobierno va a recaudar mucho más de lo que tiene previsto recaudar, entonces hay que rever el presupuesto. El Gobierno calculó un crecimiento del 2% y el país va a crecer al 4%. Más recursos para el Gobierno. Y, además, nos enteramos de que tiene un déficit en el gasto de 50.000 a 70.000 millones de pesos. Hay que rever el presupuesto, la ley de leyes, la más importante, pero tiene que ser una iniciativa del Poder Ejecutivo, no podemos decirle en qué va a gastar la plata, pero sí tenemos que decir cuál va a ser la previsión de ingresos que va a tener el Gobierno y cuál es el gasto donde va a derivar esos recursos. Entonces, todo esto que está creando el Gobierno es artificial. Estamos dando una batalla decisiva, por más que no tengamos la claridad suficiente para que la opinión pública la entienda.

-Hay un escenario en el que ustedes avanzarán con una agenda legislativa que, en el mejor de los casos, el Gobierno va a terminar vetando. ¿Qué van a hacer?

-El Gobierno va a comprender la realidad que estamos viviendo cuando vea los desbarajustes que le va a causar la inflación. Tengo mis dudas de que no la esté provocando...

-¿Por qué?

-Para licuar los pasivos. Lo que está haciendo el impuesto inflacionario es autofinanciar al Gobierno. No se dan cuenta de los desbarajustes que el problema social les va a traer. Estamos en el peor de los mundos, en el mejor tiempo de la Argentina. Esta es la paradoja: nunca las commodities valieron lo que valen hoy y nosotros seguimos perdiendo el tiempo. La impugnación a los Kirchner, más allá de los atropellos institucionales, de haber quebrado la confianza en el país, es el tiempo perdido. Nos están haciendo perder el mejor tiempo que ha vivido la historia del país.

-¿A quién prefiere como candidato presidencial de la UCR? ¿Cobos? ¿Alfonsín? ¿Sanz?

-Prefiero primero tener el programa de gobierno y una vez que lo tengamos, elegir el candidato. Falta mucho para 2011. El candidato del radicalismo debe ser el que la gente suponga que es el mejor para llevar adelante un programa de gobierno, porque éste, sin el respaldo del poder que transmite el pueblo, no puede ser ejecutado. Muchas veces los partidos privilegian sus problemas internos a las decisiones de la sociedad. Se equivocan porque el poder lo transmite el pueblo. Quedó demostrado en la crisis del campo: cuando el pueblo le sacó el poder, el Gobierno cayó por knock-out. El poder no nace de la billetera ni de sentarse en el sillón de Rivadavia sino del pueblo y, cuando éste te retira el poder, se terminó. Es lo que le ha pasado a este gobierno. Uno puede recomponerlo, pero tiene que volver a ganarse la voluntad de la sociedad, que es lo que este gobierno no hace y sigue enfrentando a la sociedad. Consecuencia: sigue sin poder. Si alguien quiere ejecutar un programa de transformación tiene que tener el apoyo de la sociedad. Por eso reitero: primero el programa, después el candidato.

-¿Qué le diría a una presidenta que en cada discurso habla de los errores de la Alianza?

-Este gobierno toma decisiones equivocadas basándose en los errores que se cometieron antes. Doble torpeza: está justificando sus malas acciones por las malas acciones que se hicieron antes. Esa permanente prédica sobre el retorno al pasado no lleva a ningún lado. Lo que queremos escucharle al Gobierno es qué va a hacer para adelante, no qué pasó antes. Todos saben lo que pasó antes. Y es más: en el radicalismo hemos aprendido y estamos aprendiendo de nuestros propios errores. Seríamos unos torpes si no los hiciéramos, y hemos cometido muchos. Y esos errores muchas veces los pagó la sociedad argentina. Cada vez que la Presidenta nos marca un error nos sirve como referencia para no volverlo a cometer. El problema es que el Gobierno comete los mismos errores que cometimos nosotros.

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domingo, 21 de marzo de 2010

Es necesario cambiar un sistema de salud perverso


Artículo publicado originalmente en The New York Times y divulgado el 21 de marzo de 2010 por La Nación
Traducción de Jaime Arrambide

En un sentido o en otro, el destino de la reforma del sistema de salud se decidirá en estos días. Si los líderes de la bancada demócrata de la Cámara de Representantes consiguen hoy 216 votos, casi de inmediato la reforma se convertirá en ley nacional.

De no ser así, es muy probable que se postergue por muchos años, incluso una década o más. Por lo tanto, parece una buena oportunidad para hacer un repaso de las razones que hacen necesaria esta reforma, por imperfecta que sea. De hecho, Reuters publicó esta semana una investigación que ilustra con contundencia la perversidad del actual sistema de salud.

Según se desprende del informe, la aseguradora Fortis, ahora parte de Assurant Health, aplicó la política sistemática de revocar las pólizas de sus clientes cuando éstos se enfermaban. El informe indica que el blanco preferido de esa política fueron todos y cada uno los beneficiarios que contrajeron VIH, para cuya baja se invocaba cualquier excusa, por endeble que fuera.

En el caso particular que sacó este tema a la luz, Assurant Health se sirvió de una nota con un obvio error de fechas escrita a mano por una enfermera, quien anotó "2001" en vez de "2002", para afirmar que la infección era una enfermedad preexistente que el cliente no había declarado, y revocarle la póliza.

La maniobra era ilegal, y la firma debía saberlo. Después de confirmar una sentencia que le concedía al beneficiario estafado una enorme suma en concepto de daños y perjuicios. La Corte Suprema de Carolina del Sur dijo que había ocultado sistemáticamente su accionar para retirar la cobertura, no sólo en este caso, sino en cada oportunidad que tuvo.

Pero no se trata sólo de un caso sino de un ejemplo que deberían tener en cuenta quienes critican al presidente Obama por "demonizar" a las empresas aseguradoras. La verdad, ampliamente documentada, es que el modo de actuar de Assurant Health cunde en todas partes y por una simple razón: es lucrativo.

Un comité de la Cámara de Representantes estimó que, entre 2003 y 2007, la cancelación de las pólizas de personas que creían tener cobertura de salud le reportó a la empresa Assurant ganancias por 150 millones de dólares, una cifra que eclipsa completamente la multa impuesta por la corte en este caso en particular.

Además, se trata de algo que sólo puede pasar en Estados Unidos. En el resto de las naciones desarrolladas, la cobertura de salud está garantizada para todos, sin importar su historia clínica. Nuestro sistema es único por su crueldad. Y algo más: el sistema de obras sociales de los trabajadores, que ya está regulado para impedir este tipo de abusos, está en proceso de desintegración.

Menos de la mitad de los trabajadores de pymes tenía cobertura el año pasado, contra el 58% de hace una década. Esto significa que sin la reforma cada vez serán más los norteamericanos que estarán a merced de empresas como Assurant Health.

¿Cuál es entonces la salida? La abrumadora mayoría de los norteamericanos está a favor de garantizar la cobertura de quienes tienen enfermedades preexistentes, pero es imposible aplicar esa medida sin propiciar una reforma de fondo.

Para que el seguro de salud sea asequible, es necesario mantener a todas las personas sanas dentro del sistema, lo que implica exigirles que todas o casi todas paguen algún tipo de cobertura. Eso no es posible sin otorgar ayuda financiera a los hogares de menores ingresos, que de otra manera no podrían pagar las primas de los seguros médicos. Se llega, por lo tanto, a una política tripartita: eliminación de discriminación médica, cobertura obligatoria, y cuotas subsidiadas.

¿Estamos en condiciones financieras de afrontarla? Sí, dice la Oficina de Presupuesto del Congreso, que el jueves concluyó que la ley propuesta reduciría el déficit en 138.000 millones de dólares durante su primera década en vigencia y al 0,5% del PBI, alrededor de 1,2 billones de dólares durante su segunda década.

¿Pero no deberíamos pensar más en controlar los costos que en extender la cobertura? En realidad, la reforma propuesta apunta más a controlar los costos médicos que ninguna otra legislación precedente, pues prevé pagar la ampliación de la base de personas con cobertura con la reducción de los costos.

Y esta combinación no es accidental: hace mucho tiempo que los expertos en políticas sanitarias tienen claro que ambas problemáticas van de la mano.

Estados Unidos es la única nación avanzada que no cuenta con cobertura universal de salud, y también es, por lejos, el país con los costos de salud más elevados.

El plan que está sobre la mesa es fiscalmente responsable y nos hará un país mejor, más justo y más decente. Lo único que hace falta es que un puñado de dubitativos legisladores haga lo correcto. Así lo espero.

martes, 16 de marzo de 2010

Chicas golpeadoras


Editado en la columna "Pensamientos incorrectos". La Nación, 17 de marzo de 2010

Estamos viviendo un tiempo de intenso cambio social. Dos varones homosexuales se casan por civil en la ciudad de Buenos Aires, que es la segunda urbe gay-friendly del mundo, detrás de Berlín pero antes de San Francisco, Barcelona y Miami. ¡Buenos Aires, la cuna del tango, los malevos, los guapos de lengue, cuchillo y faso! Las chicas de toda edad se besan en la boca de manera larga y húmeda, dicen que para excitar a los impasibles varones, lo cual en sí mismo es un noble propósito. Hay señoras de 60 años que mantienen amoríos con chicos de 30, al revés de lo que sucedía antes: hombres de 60 con chicas de 22. Se habla más de transexuales, travestis y drag-queens que de mujeres. La vedette del año resulta ser un muchacho. Como rezaba un título de Charles Bukowski: "El capitán bajó a tomar una copa y los marineros tomaron el barco". Algo de eso se respira en el aire.

La última novedad es que las chicas se agarran a trompadas por "asuntos de pantalones". No es que se arañen ni se tiren de los pelos, no: puños cerrados, guardia en alto, dientes rotos y ceja partida. A lo macho. No se trata de chicas del bajo fondo ni de trotacalles en copas, qué va: son chicas bien, con colegio bilingüe, profesión, papá y mamá, marido e hijos, casa en el country, pasaporte viajado. Chicas con clase y mundo. Incluso artistas. Parece ser que cuando el marido de una muchacha es "conversado" por alguna otra, dado que él carece de autonomía para decidir si le hará caso o no, la "propietaria" debe salir a cuidarlo. Para ello acecha a la posible ladrona, la espera en la puerta de un club o en la esquina de su casa, y allí le da tres o cuatro puñetazos. Cuando sale de su desmayo, la infractora comprende que no debe repetir la intentona. El muchacho, halagado, vuelve mimoso con su legítima dueña.

El periodismo celebra estas incidencias. La agresora explica sus motivos: "Yo por mi familia mato a cualquiera, o por lo menos le bajo los dientes". La golpeada acepta la paliza con una sonrisa culpable: "Me agarró de sorpresa, no tuve tiempo de reaccionar". Los hombres lo encuentran simpático. Las mujeres se solidarizan fervorosamente. Algunos se atreven a opinar que la golpeadora debería encarar seriamente a su propio esposo, que finalmente es una persona adulta y debe asumir sus compromisos. Pero nadie le da mucha importancia a estas acotaciones.

El marido es una cosa más que posee la mujer, así como tiene departamento, auto, hijos, bienes, reloj, perros o zapatos.

Hace cosa de diez siglos los hombres se batían a duelo por las mujeres. Los duelos están ahora prohibidos por ley: se consideran una antigualla. Tampoco existe hoy una pelea entre machos por la hembra: es cosa de animales. En general el hombre-que-golpea es visto socialmente como un perro rabioso, un monstruo de cuidado y un enemigo público. Padre golpeador, marido golpeador, hombre violento, son términos que sobran para fulminar a un varón. Incluso pueden mandarlo a la cárcel. Sin embargo, la mujer que golpea es vista como un personaje simpático, original y justiciero. Desde Telma y Louise en adelante. Obsérvese, en el cine, la cantidad de escenas reideras donde una mujer apalea, trompea, derriba o abofetea a un hombre. Son divertidísimas. En cambio, el hombre que golpea a una mujer es un depravado. Debe ser alejado de su domicilio familiar y privado de sus hijos. No merece vivir.

Dicho sea de paso: la "violencia de género" es el crimen más horrendo que reconoce la sociedad actual, y se trata de una figura penal asombrosa, ya que la víctima siempre es mujer y el victimario siempre es hombre. Caso hipotético: una chica que asesina al marido de seis tiros, por ejemplo, puede ser acusada de homicidio pero sin duda, al mismo tiempo, resultará víctima evidente de la "violencia de género", ya que, para que la pobre llegara a esos extremos, es de suponer que el marido la habría abofeteado, antes de ser difunto.

Esta nueva estética ha ocasionado que los combates de boxeo no se anuncien en los diarios. Muchos opinantes libres, incluso cronistas deportivos estiman que el boxeo es, sencillamente, el show de dos pobres muchachos que se dan puñetazos hasta que uno cae desvanecido. De más está decir que estos cronistas han visto tantos combates de box como yo puedo haber visto volcanes en erupción. Pero ellos y otra gente han establecido que el pugilismo no debe figurar en la "guía de espectáculos deportivos para hoy" porque no constituye un deporte, sino una rémora de tiempos bárbaros como la lidia de toros o la riña de gallos, espectáculos que ellos tampoco han visto.

Para mayor desconcierto, las chicas se vuelcan decididamente al ring y nace el boxeo femenino. Desmañado y sin técnica pero lleno de coraje. Y se lo ve con cierta simpatía.

Algunos sostienen todavía que vivimos en un mundo machista. A mi modo de ver, nuestro mundo es feminista-paroxístico. Las reivindicaciones de Simone De Beauvoir, Betty Friedan y Gloria Steinem han desaparecido. Ya no se trata de "a igual trabajo, igual paga", "fuera los corpiños que constriñen nuestro cuerpo", "no necesitamos que nos alimenten, nos vistan, nos dirijan y nos crucen la calle", "somos libres de ejercer nuestra sexualidad con quien nos dé la gana, hombre o mujer"... y "también podemos andar desnudas por la vía pública sin que nadie se crea autorizado a molestarnos". No, todas esas consignas pertenecen a otro siglo. El tiempo que vivimos otorga a la mujer impunidad garantizada para golpear, insultar, calumniar, mentir, difamar y traicionar. La mujer puede y debe apropiarse de los hijos y del salario del ex marido... y quien dice los hijos dice la casa donde viven esos hijos. El ex marido no es más que un esclavo condenado a trabajar para solventar los gastos de ella... y de su próxima mujer. Si ella no asume todas estas conquistas, es... una "susanita", una pobre ingenua que todavía cree en el amor, una candidata a que cualquier pelafustán la mande, la mantenga, la besuquee y la posea sexualmente... ¡Sin pedirle permiso! En suma, un marido violador.

Tal vez por este feminismo del tiempo nuevo -entendido como impunidad para todo, sin responsabilidad en nada- hay una cantidad enorme de varones que deciden pasarse al sexo opuesto. Y ejercen de mamás, de queridas o de bebotas con trompita y minifalda. Es una elección razonable, dados los tiempos que corren, donde ser hombre tiene tan poca gracia. Y tan mala prensa.

En otro tiempo hubo mujeres que combatieron como hombres: Juana de Arco, Juana Azurduy, las Amazonas... tal vez George Sand fue mujer-hombre para "ser alguien" en un universo masculino. Ahora es exactamente al revés: sólo cuentan con la simpatía de "la popular" los hombres un poco virados a lo femenino. A veces, más que virados, se han pasado con armas y bagajes al otro bando.

Cuando uno (que finalmente es una especie de varón, dentro de lo que cabe) comenta estas cosas, las chicas exclaman horrorizadas: "¡Oh, un machista!".

Como si hubieran descubierto un cangrejo en la catedral de Notre Dame.

Ya se ha perdido hasta la noción de lo que el machismo real era, allá en el Pleistoceno, cuando los hombres convivían con el mastodonte.

Rolando Hanglin

jueves, 11 de marzo de 2010

Desestabilizan la democracia quienes violan sus compromisos


Por Carlos Carranza, Diputado Nacional
Columna de Opinión, editada por La Nación on line, jueves 11 de marzo de 2010.

La actitud de la Senadora Latorre la tiene que explicar ella misma, sobre todo porque eso es lo que esperan quienes la votaron en la Provincia de Santa Fe el 28 de junio del año pasado. Lamentablemente, esto es un acto de transfugización política digna de quienes no tienen compromiso alguno con la gente, ni con la política, ni con el peronismo; y pone en duda la verdadera autenticidad de su representación y mandato, porque puede ocurrir lo mismo en el futuro.

Quienes la votaron creo que nunca pensaron que Latorre iba a hacer lo que hizo, espero que reflexione y vote en la dirección que votó la gente y lo que pretende la mayoría del pueblo argentino, que es poner límites al autoritarismo de los Kirchner; porque nadie ha puesto en discusión la honestidad o los antecedentes de la Dra. Marcó del Pont, sino que lo que está en juego en la decisión del Senado, es si va a haber más inflación, más autonomía del Banco Central, mayor independencia del Poder Ejecutivo, y en definitiva, si vamos a defender el valor de nuestra moneda; sin perjuicio de la persona de la presidenta del Banco Central.

La senadora debe recordar que el 28 de junio del 2009 el kirchnerismo sacó el 9% de los votos en la provincia de Santa Fe y que su decisión no responde legítimamente a la voluntad popular expresada en las urnas y ha herido su ejercicio soberano por lo que quiebra el contrato moral y ético que debe tener un senador de la nación con su pueblo y sus representados.

Aunque busque justificaciones en la desestabilización o en una fantasiosa conspiración destituyente -cosa que no existe y está totalmente equivocada pues la pérdida de las mayorías parlamentarias de un gobierno suelen ser la consecuencia de esa soberanía popular-, su actitud en el Senado de la Nación ha vulnerado el principio y la base fundamental de toda democracia que es aceptar las reglas de juego, el debate con las nuevas mayorías y gobernar en el sentido que han indicado las urnas.

En el caso de "Santa Fe Federal", la alianza que llevó su nombre en la boleta, y ante el primer gesto de afinidad que tuvo la senadora con el oficialismo, nuestra actitud política fue pública, categórica, coherente. En forma transparente fue separada del bloque y la repetición de este hecho confirma que lo ocurrido en su decisión anterior, de habilitar el tratamiento de las facultades delegadas en agosto del 2009 y que permitió al Ejecutivo mantener la presión tributaria sobre el sector productivo más importante y dinámico del país, nos demuestra que no fue casual sino un ejercicio deliberado de mutar su voto por razones que deberá explicitar mejor, porque no se puede creer que acuse sin sentido a todo el mundo de golpistas, pero que no se exprese concretamente sobre las personas, hechos y circunstancias que supuestamente pondrían en peligro la gobernabilidad de esta gestión presidencial y justifique con esas falsas acusaciones sus propios desatinos.

domingo, 7 de marzo de 2010

Los Kirchner y la sociedad se deben una autocrítica


Ensayo de Juan José Sebreli

Ante un Congreso adverso, Cristina Kirchner pronunció ayer un previsible discurso pleno de autoelogios, defensa del modelo económico y ataques a la oposición y a los medios. La Presidente parece desconocer que su ciclo ya terminó y cuando opone "el país irreal de los medios" al "país real" del kirchnerismo muestra una ilusoria visión donde no existe la inflación y los altos índices de pobreza y desigualdad.

Es significativo que el kirchnerismo y sus opositores se enfrenten en el recinto del Congreso, porque allí se sabrá, en el transcurso del año, hasta qué punto difieren o coinciden con el pensamiento oficial aquellos sectores del arco opositor que aspiran a sucederlo. El kirchnerismo cree haber iniciado una nueva etapa histórica en la política argentina y muchos de sus adversarios, aunque con signo negativo, piensan lo mismo. Por consiguiente, el fin de su gobierno significaría, para los seguidores, un retroceso y para los detractores, la terminación de los males y el comienzo de una época mejor. Ambas visiones son simétricamente equivocadas.

El kirchnerismo, como todo fenómeno político, tiene sus aspectos singulares e irrepetibles, no obstante forma parte de una tradición política argentina personalista, autoritaria, no republicana y de una línea económica de nacionalismo antiexportador y aislacionista, anacrónica en un mundo global y posindustrial. Esas posiciones no son originales, ya existían antes de la aparición de los Kirchner y, por lo tanto, es de temer que los sobrevivan.

El kirchnerismo expresó en su forma más exagerada características que mostraron, desde mediados del siglo pasado, no sólo los regímenes populistas sino, de modo atenuado, también los democráticos. No faltaron modelos de gobierno, cualquiera fuera su procedencia, que incurrieron en sus mismas distorsiones y sustituyeron el sistema de partidos por el movimiento, la división de poderes por el predominio del Ejecutivo, las instituciones públicas por las corporaciones, el diálogo por el decisionismo, la representación ciudadana por el plebiscito, el respeto a las minorías por el dominio irrestricto de las mayorías, el adversario político por el enemigo, los derechos sociales por el clientelismo, el federalismo por la sumisión de las provincias al poder central, el bien común por los intereses sectoriales, el empresariado eficiente y competitivo por el capitalismo prebendario y subsidiado por el Estado; la obediencia a la ley y el incumplimiento de los contratos por su transgresión permanente.

La crisis argentina actual no es un problema coyuntural: es un momento de la decadencia institucional que lleva más de medio siglo, resultado del desconocimiento de las normas constitucionales y del deterioro del sistema democrático de partidos que exige el cambio profundo de los existentes y el surgimiento de otros más modernos. Es difícil alentar esa esperanza frente a los políticos que, aprestándose a suceder a los Kirchner, tratan de disimular la carencia de un proyecto de país y aun de un programa de gobierno con el atractivo de sus personas en la televisión nocturna. Muchos creen que las ideas de los Kirchner fueron buenas y sólo malos sus métodos autoritarios y la corrupción, por lo que bastaría con una reforma gatopardista.

Pienso, por el contrario, que aun sin autoritarismo y sin corrupción, el modelo K seguiría siendo equivocado.

En su discurso de ayer, Cristina Kirchner anunció la derogación del decreto del Bicentenario pero en su lugar anuncia otros dos que no difieren demasiado. El primer test de la oposición más cercana al kirchnerismo será aceptar o no las medidas propuestas y las que se vayan sucediendo. Le resultará difícil a la oposición del peronismo "no K", o del llamado "centroizquierda" rechazar ciertas medidas que están muy próximas a su manera de pensar. Lamentablemente tampoco la oposición no peronista, salvo meritorias excepciones, formula un nuevo modelo económico y político de largo plazo y menos aún parece tener la voluntad de llevarlo a cabo. Algunos retoques harán posible la salida de esta crisis, pero no de la decadencia ya que, como en otras oportunidades, las mejoras no alcanzarán el nivel del anterior período de bonanza.

Dejar atrás ese círculo vicioso requiere transformaciones sólo factibles si se enfrentan intereses arraigados y se exigen sacrificios que serán impopulares y provocarán resistencia. Los partidos deben dejar de pensar sólo en el corto plazo desentendiéndose de los resultados finales y deben estar predispuestos a pagar ese costo político. Lo otro es seguir como hasta ahora, repitiendo los mismos errores, gastando más de lo que ingresa y tratando vanamente de subsidiar y distribuir sin producir riqueza, recurriendo, cuando la deuda es impagable y nadie presta más, al saqueo de los ahorros de los jubilados o de las reservas del Banco Central.

Esas ilusiones durarán poco y culminarán inevitablemente en las consecuencias de siempre: déficit fiscal, ajuste, devaluación, hiperinflación, depresión, default o estanflación con la secuela del aumento de la pobreza, la desigualdad y la marginación. Si bien la clase política tiene la responsabilidad esencial en la crisis, no es la única.

Es preciso que la sociedad argentina haga una profunda autocrítica y deje de encontrar chivos expiatorios de sus males en el gobierno de turno en la hora de su cuenta regresiva, o en la mano invisible del imperio, del FMI o de la globalización, y admita que la decadencia es el resultado de los malas y reiteradas conductas de los propios argentinos. Si no surge una conciencia clara sobre los errores cometidos y la voluntad de rectificarlos, no habrá ninguna salida.

Publicado en el periódico Clarín, el día 2 de marzo de 2010.

viernes, 19 de febrero de 2010

Elocuente columna en La Nación del Doctor Daniel Sabsay


Opinión
Un sorpresivo y peligroso precedente
Daniel Sabsay
Para LA NACION


La diputada Diana Conti ha presentado un proyecto de ley que regula las facultades del vicepresidente en el ejercicio del Poder Ejecutivo ante la ausencia temporaria del Presidente. Así se establece que frente a esa vacancia el primero "quedará sujeto a las instrucciones del Presidente" y "no deberá adoptar ninguna medida o acción contraria a las políticas establecidas por el presidente de la Nación".

Independientemente de los motivos políticos que han inspirado la elaboración de la iniciativa, ésta no se compadece con el claro texto de la Constitución, en cuyo artículo 88 determina que para todos los supuestos de acefalía, sea ella permanente o transitoria, el Poder Ejecutivo será ejercido por el vicepresidente. Dado el carácter unipersonal que tiene este poder, cuando lo asume, el vicepresidente lo hace con la plenitud de las atribuciones que a él le competen.

Por supuesto que dentro de un sistema democrático los titulares del Poder Ejecutivo deben ejercer sus funciones dentro de un espíritu de colaboración, pero, salvo que la Ley Fundamental así lo determine, ellos no pueden ver coartadas o de algún modo limitadas sus potestades por imperio de la decisión de un poder constituido como es el Congreso.

De convertirse en ley esta sorprendente iniciativa estaríamos sentando un peligroso precedente. Pues, en el futuro, la voluntad legislativa determinaría a su antojo el alcance de las facultades de las autoridades electivas, en contradicción con lo contemplado en normas constitucionales que, dada su claridad, deben ser interpretadas conforme a su propio texto, sin que para ello deba recurrirse a una argucia reglamentaria que, so pretexto de clarificar la cláusula, en realidad le está haciendo decir lo que ella no expresa con una intencionalidad coyuntural e interesada.

Además, ante la invocación del incumplimiento de dichas directivas o políticas, debería recurrirse al Poder Judicial para que declarara la nulidad de los actos del vicepresidente que se consideren contrarios a ellas. Así, la falta de seguridad jurídica sería inmensa: por un lado, en razón de su precariedad, la autoridad del vicepresidente no podría asegurar adecuadamente la continuidad del ejercicio del Poder Ejecutivo en contra del interés general. Y, por otra parte, asistiríamos a una judicialización de la situación, ya que la Justicia debería apreciar la validez de esas decisiones, sobre la base de parámetros políticos. La Constitución está hecha para ser cumplida dada su fuerza imperativa, que prevalece sobre las decisiones que se le opongan provenientes de los poderes constituidos del Estado.

En consecuencia, proyectos como el que se comenta carecen de razonabilidad y le hacen un flaco favor a la salud de la República.

El autor es profesor titular de Derecho Constitucional en la UBA
Este ensayo está tomado de la edición del jueves 18 de febrero, 2010, del periódico La Nación, con el solo interés de divulgar la profunda claridad expositiva del Dr. Sabsay.

Ilustración de Huadi, tomada de la nota: "El kirchnerismo intenta recortar las facultades que tiene Cobos", de Laura Serra.