sábado, 25 de mayo de 2013

Una década de batalla kirchnerista por la historia


Por   | Para LA NACION 

El sentido de una década, como medida temporal, adquiere los más diversos significados y resonancias, en el plano público y privado. Se sabe que el paso del tiempo es un registro subjetivo, ligado a las experiencias vitales y los acontecimientos sociales. Para unos es posible rememorar la infancia entre dos estaciones de subte, como le ocurría al Charlie Parker de "El Perseguidor", de Cortázar. Para otros, según nos recuerda el tango "Volver", dos décadas no son nada. Las variaciones pueden resultar infinitas, desconcertantes, porque el tiempo vivido es una longitud indescifrable y polémica.
En ciertas épocas, a las sociedades les ocurre lo mismo: el tiempo queda sujeto a discusión, su relevancia o intrascendencia, su carácter emancipatorio o tiránico, es objeto de debate e interpretaciones divergentes. Así, la historia de un país se convierte en un campo de batalla. Sin duda, uno de los legados del kirchnerismo, por ahora con final abierto e imprevisible, será haber desatado esta controversia cuando la Argentina ingresaba en el siglo XXI.
Hace hoy exactamente diez años, Néstor Kirchner se calzó la banda presidencial e inició una de las etapas políticas más polémicas y dramáticas de la historia contemporánea argentina. Ese ciclo, aún no concluido, es en muchos sentidos excepcional: incluyó su propia pasión y muerte, la construcción de una democracia plebiscitaria sin antecedentes, un período de recuperación económica después de una crisis terminal, la revisión de la política de derechos humanos, el descrédito de la Argentina en Occidente, la mala praxis administrativa y resonantes casos de corrupción. Más allá de las vicisitudes y polémicas, la muerte de Kirchner, un hombre joven y entregado a la política, les otorgó a estos años una peculiaridad trágica y épica, que no habían tenido los anteriores gobiernos desde la recuperación de la democracia.
Para consolidarse, después de un inicio débil, Néstor Kirchner optó por gestos inequívocos, cuyo sentido fue dejar en claro su intención de cambiar el curso de la historia. Las circunstancias eran propicias: el país salía con dificultades de una devastación, cargado de horror económico y careciente de autoestima y liderazgo político. El espacio para una amplia restitución material y simbólica estaba abierto. Lo posibilitarían tres factores: la nueva riqueza proveniente de la soja, la ausencia de oposición y la propia audacia política.
Tal vez sin saberlo, Kirchner se aventuró a contar la historia argentina al modo de Walter Benjamin, convirtiéndola en la aventura de los oprimidos. Abrazó a los humillados del presente económico y a los ofendidos del pasado político. Y señaló a los responsables de su sufrimiento: la represión militar de los 70 y el neoliberalismo de los 90. Con esta operación quebró el vínculo entre pasado y presente que había establecido la democracia a partir de 1983: el pasado era la dictadura, el presente eran las instituciones. Con Kirchner, el pasado regresó en bloque como experiencia trágica, sin distinción de régimen político. Así, los militares de la dictadura y los neoliberales de la democracia resultaron (y resultan) homologados. Según la interpretación del régimen, fueron equivalentes y produjeron lo mismo: desaparecidos, desempleados, explotados. Por eso, el 24 de marzo de 2004, a poco menos de un año de asumir la presidencia, Kirchner desconoció los juicios a los militares en los 80 como un logro de la democracia incipiente. Para el kirchnerismo no hubo gesta democrática hasta un día como hoy, hace diez años.
El recurso a la memoria es un requisito indispensable para que "el Otrora encuentre el Ahora" como quería Benjamin. A poco de andar, el kirchnerismo blandió la memoria como una herramienta clave. Y la utilizó al servicio de su particular interpretación de la historia argentina. Se arrogó nada menos que la administración de la memoria de un país. Esta audacia produjo un efecto hemipléjico, previsible, que el filósofo Paul Ricoeur describe como "el exceso de memoria aquí, el exceso de olvido allí?". Aunque deben reconocerse los logros en materia de derechos humanos y el rol del Estado en la economía, los estragos del reparto injusto de la memoria son perversos, nocivos para la sociedad.
Una década después la realidad se trastocó dramáticamente: al agonismo redentor del primer Kirchner, le siguieron la consagración autorreferencial de Cristina y la decadencia del modelo. El tiempo ya no es propicio, es adverso, aunque el Gobierno lo niegue. En esas condiciones, insistir en las batallas por la historia puede ser un error. Y asumir la defensa sesgada de los humillados puede tener consecuencias paradójicas. Hoy el pasado sigue incrustado en el presente, obturando el futuro. Y los que apostaron por los oprimidos no logran explicar por qué algunos compañeros de ruta amasaron fortunas incalculables y corruptas, propias de los opresores.
© LA NACION

lunes, 13 de mayo de 2013

Con el blanqueo, el Gobierno cierra un circuito de impunidad


POR SILVIA NAISHTAT

Entrevista a Javier González Fraga

Sobre su escritorio, un montón de papeles. Y en la biblioteca, distintas obras sobre Keynes. Por cierto, desde que acompañó en la fórmula a Ricardo Alfonsín en 2011, a Javier González Fraga no le queda una pizca de solemnidad. Y ha ganado en intensidad. Esta vez no será candidato. Pero advierte que la oposición debe tener como objetivo quitarle al oficialismo el control del Senado. “Hay que frenar los atropellos y defender las instituciones”, dice.
-¿Cómo califica el blanqueo?
-Lanzaron varias medidas desesperadas. Hay una huida hacia adelante. No terminan de cerrar el cerco a la Justicia y lanzan el blanqueo y antes de cerrarlo, lanzan lo de Papel Prensa. La intención es no permitirle a la sociedad tomar conciencia de lo que está pasando.
-¿Qué buscan con el blanqueo?
-Cierra el circuito de impunidad que abrió el blanqueo de 2009, que eliminó 4.000 denuncias penales sobre facturas truchas. Esa plata, que fue perdonada, no apareció en aquel momento y es la que viene ahora. Hay una evaluación pobre por parte del Gobierno, porque en un contexto donde la presión tributaria está cerca del 37%, ir a perdonar a los evasores es tirarse en contra a la mayoría de la población. Este blanqueo es la demostración de una filosofía donde son más importantes los dólares del lavado, de los evasores que los dólares de los exportadores o de los que quieren venir a invertir. Hubiera sido más sencillo generar un par de modificaciones cambiarias, no una devaluación, para que la brasileña Vale invierta los US$ 6.000 millones, generando trabajo. Ni hablar de los exportadores que sufren el atraso cambiario. La calle dice que estas medidas están hechas para que ellos salven su dinero y yo me pregunto sino será realmente así.
-Hay quienes sostienen que el peso está apreciado, ¿cree que hay que devaluar?
-Comparto con Kicillof y la Presidente la inconveniencia de devaluar. Pero en pesos de hoy ajustado por la inflación real, el dólar que tenía Cristina cuando asumió en diciembre de 2007 es el equivalente a 7u 8 pesos. La pregunta es por qué lo bajó a 5,20. Pero devaluar sin corregir las expectativas inflacionarias es ir a un Rodrigazo. En todo esto está la mentira del INDEC. Quien cree en el índice piensa que el kilo de pan vale $3,60 y el asado, $12,80. A partir de la mentira del INDEC se oculta el atraso cambiario. Néstor supo mantener un tipo de cambio competitivo. Hay que preguntarle a Cristina por qué no siguió con la misma política y transformó un superávit de 3% en un déficit de 3%.
-¿Es caro un dólar a $10?
-El precio de 10 no se explica por razones económicas, se explica por pánico. Este valor es el precio de un boleto para subirse al arca de Noé. No tiene que ver con lo que vale un dólar. La divisa está perdiendo terreno en el mundo y acá sube.
-¿Qué le aconsejaría a Cristina?

-Tengo la esperanza de que Cristina rectifique. Las soluciones de los desequilibrios fiscales y cambiarios no tienen porqué transitar por la generación de una oleada de pobreza como en 1989 y en 2001. Es inaceptable éticamente. Y además la paciencia política de los sectores perjudicados está colmada. No quiero vivir en un país donde vuelva a subir la pobreza al 35% porque no es vivible. Habría que echar mano al endeudamiento que en este contexto es aceptable. Tomás US$ 20.000 millones y se soluciona el mayor costo de las correcciones con una política de producción e inversión sin generar pobreza. En la medida que se tomen las medidas correctas duplicaría la asignación por hijo, la haría realmente universal, subiría las jubilaciones llegando al 82%. La salida de esta crisis no puede ser como en el 89 o 2001 con un golpe de devaluación e inflación. Cristina sabe lo que hay que hacer pero tiene objetivos políticos por encima de los económicos y no le importa el costo de mediano plazo. Su mundo termina el 27 de octubre y todo lo que le sirva para ganar las elecciones es bueno sin importarle el costo.
-Pero, ¿qué debería hacer?
-Hay que regularizar el INDEC, diseñar una política anti inflacionaria basada en metas que es lo que le permitió al mundo combatir la inflación sin recesión. No estoy de acuerdo en subir la tasa de interés ni creo en planchar el tipo de cambio, son soluciones monetaristas de la tablita de Martínez de Hoz o la convertibilidad de Cavallo. Hay que cambiar las expectativas a través de una gradual moderación de los resultados fiscales, controlando el desequilibrio fiscal y con eso bajo control se puede tener una inflación en suave descenso. En el interín habrá que bajar retenciones, desdoblar el mercado cambiario. Sería conveniente que las operaciones financieras o cancelaciones de préstamos y el turismo vayan a un mercado libre donde pueda actuar el Banco Central, eso generaría calma en el mercado paralelo.

Aparecido en Diario Clarín, edición 13/05/2013