domingo, 4 de abril de 2010

La pesadilla circular


Se extiende una visión sesgada de la lucha por los Derechos Humanos
La pesadilla circular
Beatriz Sarlo

Ensayo de Beatriz Sarlo publicado el miércoles 31 de marzo en el periódico La Nación.

En el teatro político donde la genuina investigación puede confundirse con el carpetazo de informaciones sospechosas y miserables operaciones de prensa, es mejor estar seguro del pasado. Es mi caso. Viví de manera semiclandestina bajo la dictadura (que me buscó y no me encontró, aunque asaltó y vació la oficina de una revista que dirigía en 1976); publiqué y distribuí personalmente, desde marzo de 1978, otra revista, casi invisible hasta 1983, que muchos consideran un aporte a la rearticulación intelectual durante esos años; promoví y firmé solicitadas contra las leyes de obediencia debida y punto final; lo mismo contra el indulto.

No son méritos personales, sino de un grupo. Sobre el balance histórico de la violencia armada y de la izquierda revolucionaria, tuve, desde los años ochenta, profundas diferencias con quienes se resistían a mirar críticamente ese pasado. Me han atacado por ese motivo.

Tampoco en esto soy original. Les ha pasado a otros.

Es una humillante obligación presentar los papeles antes de opinar, pero tengo la sensación de que así están las cosas. Por un lado, porque abundan los conversos recientes, devenidos custodios; por el otro, porque se calumnia, no sólo bajo el anonimato cobarde, resentido y rabioso de los comentaristas de blogs.

Escuché el discurso de Estela Carlotto en la Plaza de Mayo, el 24 de marzo último. Después debí conseguir una copia de lo que leyó, porque no estaba convencida de haber oído bien. El camino a la politización de los dirigentes de derechos humanos lo abrió hace muchos años Hebe de Bonafini. Estela Carlotto no siguió esa ruta. Por el contrario: sostuvo la singularidad de su reclamo por los nietos apropiados durante la dictadura militar y consiguió, hasta hoy, 101 recuperaciones de identidad.

A Carlotto la ha rodeado una unanimidad de la que se excluyen sólo los sectores más recalcitrantes. Las cosas comenzaron a cambiar después del acto en la ESMA, en marzo de 2004, donde Kirchner, en un gesto de egolatría política típicamente suyo, se atribuyó el mérito, falto de sustancia para quien tuviera un poco de memoria no partidista, de que era el primer gobernante que hacía una reparación pública a las víctimas del terrorismo de Estado.

En el plano militar, ese acto no era peligroso, como lo fue el juicio a las juntas, una época sobre la cual la biografía de Kirchner no tiene capítulo conocido. En el plano simbólico, en cambio, la entrega de la ESMA a las organizaciones de derechos humanos fue un acto de indiscutible trascendencia. Era una deuda, y Kirchner la pagó. Las acciones de gobierno tienen repercusiones muy fuertes en la subjetividad, sobre todo en la de quienes, después de las leyes de obediencia debida y punto final, sintieron que la Argentina había interrumpido un curso de justicia que debía continuar. El acto de Kirchner fue reparador.

¿Era inevitable que esa reparación convirtiera en kirchneristas a quienes se habían mantenido independientes? A partir de ese momento, Bonafini siguió tronando contra todo, menos contra el Gobierno, al que no le arrojó los insultos, invectivas y maldiciones de que hizo objeto a Alfonsín. Carlotto, por su parte, se convirtió en la cara digna de los actos en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno. Estaba allí para aplaudir y sonreír a las cámaras (con esa moderada sonrisa que, años atrás, nos cautivó a todos).

Tiempo después, conflictos de poder en la Comisión Provincial por la Memoria de La Plata, de los que informó Horacio Verbitsky en Página 12 (20 de agosto de 2006), revelaban fisuras como las que recorren las organizaciones, por disidencias de pensamiento o por desavenencias en el reparto de cargos. Carlotto se volvía terrenal, no sólo porque ponía su imagen en la platea kirchnerista con una asiduidad que antes no había ofrendado a ningún político, sino porque le pasaban cerca las disputas por figuración y por cargos. Descendía al barro del día tras día del poder.

Muchos tratábamos de pasar por alto la imagen de una Carlotto partidaria para concentrarnos en esos momentos en los que la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo anunciaba la identificación de un chico apropiado. El kirchnerismo de Carlotto es inadecuado a su función, ya que las organizaciones de derechos humanos no deben ser un contingente más en los enfrentamientos cotidianos de la política. Defienden derechos que están más allá de los gobiernos, porque son compromisos universales. Su lugar es la esfera pública. Desde allí, irradian sobre la política transversalmente, atraviesan los partidos y trabajan para que ese núcleo fundante de las sociedades modernas sea el pacto constitutivo. Los derechos humanos son, hoy, nuestro acuerdo de civilización.

Por eso, el discurso de Carlotto del 24 de marzo me dejó estupefacta. No tanto porque fuera imprevisible, sino porque siempre se tiene la esperanza de que algo peor no suceda. Carlotto supo tener una palabra firme, pero moderada y, sobre todo, limitada al tema que le ganó relevancia y respeto. Eso fue cambiando: intervino a favor de Aníbal Ibarra durante los meses que precedieron a su juicio en la Legislatura porteña por el incendio de Cromagnon; hizo la exégesis de una de las metáforas más ridículas de los últimos tiempos, la de los "goles secuestrados", enunciada en un brote de descabellada oratoria presidencial. Al fin y al cabo, intervenciones innecesarias y menores.

En el discurso leído el 24 de marzo, Carlotto, de modo perfectamente adecuado a su función, expuso varios reclamos al Gobierno: la apertura de todos los archivos, la investigación de la desaparición no resuelta de Julio Jorge López, la protección eficaz de los testigos que declaren en juicios por terrorismo de Estado y un máximo de recursos para los tribunales que los estén tramitando.

Pero la pieza escuchada en Plaza de Mayo es mucho más. De ello no puede responsabilizarse sólo a Carlotto, ya que fue endosada por su organización, por Familiares, por Madres Línea Fundadora, por Hermanos y por Hijos e Hijas. Como la figura que parece colocada más arriba de los conflictos entre estas organizaciones, Carlotto tuvo el papel de lectora. Se la puede responsabilizar por aceptarlo, pero no directamente por redactarlo, aunque, de forma brutal, coincida también con la visión maniquea de país que tiene el kirchnerismo, cuya política exterior el documento apoya de manera enfática.

Lo que leyó Carlotto congela la historia de los últimos cuarenta años y deja fuera a todos los que no coincidamos con sus hipótesis. Impone la matriz de un relato único: la lucha actual sigue siendo la misma que llevaron a cabo los desaparecidos "por la liberación de nuestro pueblo"; se reivindica "su proyecto político de país, su amor y compromiso con los excluidos"; en la otra trinchera de una guerra idéntica hasta la actualidad, están los mismos asesinos y también los mismos "cómplices del hambre, que hoy pretenden volver a las recetas neoliberales" y defienden idénticos intereses con una represión que ya se prolonga 200 años.

Si es verdad lo que leyó Carlotto, no hubo cambios en dos siglos, y frente a los mismos enemigos, en algún momento, quizá sean necesarios los mismos métodos; los enemigos también repetirían los suyos y nada de lo hecho habrá valido la pena. Bajo una máscara entusiasta, hay pesimismo histórico. Quienes escribieron el discurso de Carlotto probablemente se enorgullezcan de su persistencia en el pasado. Sólo han cambiado algunos nombres: ahora no se dice Kadafi o Fidel Castro, sino Chávez y Evo Morales. Por supuesto, queda excluida una memoria plural. Para este discurso, existe sólo una memoria y sólo un relato tan inalterable como un mito.

Carlotto, que ha buscado la vida más allá de la muerte en la identificación de los hijos de desaparecidos, se ha puesto del lado de lo invariable y de lo cristalizado. Todos seguimos idénticos en el mismo lugar, todos hundidos en la infernal repetición de una pesadilla que recomienza.

© LA NACION

El Congreso ha dejado de ser una escribanía del Gobierno


Entrevista con Oscar Aguad"El Congreso ha dejado de ser una escribanía del Gobierno"
Implacable al criticar al kirchnerismo, el jefe de los diputados radicales alerta sobre el agravamiento de la situación social. Y también se atreve a revisar las culpas de la oposición: "Quizá pudimos haber cometido los mismos errores que criticábamos"

Reportaje realizado por Ricardo Carpena, para La Nación. Publicado el domingo 28 de marzo en el Suplemento Enfoques de dicho periódico.

"Quizá pudimos haber cometido los mismos errores que criticábamos. Tenemos que ser muy celosos del respeto por las formas y por la ley, considerar que las formas son el fondo y no creer que porque somos más podemos imponer las formas. Hemos cometido algún exceso entre todos, pero aprendimos de nuestros propios errores y es algo mínimo ante a lo que hemos logrado: que el Congreso deje de ser una escribanía del Gobierno. Y que al Gobierno no le resulte tan sencillo eludir al Congreso."

Que un político haga autocrítica es bastante inusual: el jefe del bloque de diputados de la UCR, Oscar Aguad, rompe una larga tradición de echarle la culpa a los otros, quizá obligado por el estridente fracaso de una sesión especial en la Cámara baja para declarar nulo el decreto que creó el Fondo del Bicentenario y que permitió que Elisa Carrió acusara a "algunos radicales", como el mismo Aguad, de complicidad con el Gobierno.

Ante Enfoques, de todas formas, el legislador de la UCR no carga las tintas contra Carrió pero le reclama que trabaje para cohesionar a las fuerzas contrarias al kirchnerismo. Y agrega que la líder de la Coalición Cívica "forma parte de la oposición y, si la critica, también se critica a sí misma".

Este dirigente cordobés de 59 años preside el bloque de diputados nacionales de la UCR y quedó atrapado en los vaivenes de este Congreso surgido del 28 de junio. La composición actual favorece a la oposición, pero, hasta ahora, no termina de alcanzar un funcionamiento que represente el sentido de lo que se votó en las últimas elecciones.

Casado, con cuatro hijas que van de los 30 a los 20 años y una nieta de ocho meses, es implacable al criticar al Gobierno y alertar sobre el agravamiento de la situación social durante este año como consecuencia de la inflación. De todas formas, no se muestra tan implacable cuando se le pregunta sobre quién debería ser el próximo candidato presidencial de la UCR. "Prefiero tener primero el programa. Una vez que lo tengamos, elijamos al candidato", sostiene.
El legislador radical fue miembro del directorio del diario La voz del interior , secretario de Gobierno de la Municipalidad de Córdoba, convencional constituyente en 1994 y ministro de Asuntos Institucionales y Desarrollo Social de la provincia durante la gestión de su correligionario y padrino político, Ramón Mestre. Y cuando éste fue ministro del Interior en el gobierno de la Alianza, designó a Aguad como interventor federal en Corrientes (que le originó una causa judicial por administración infiel, de la que resultó sobreseído hace tres años). Fue elegido diputado nacional en 2005 y dos años después comenzó a presidir el bloque de diputados de la UCR.

-Es un momento raro de la política: la oposición parece desdibujada, con una estrategia confusa en el Congreso, y los Kirchner repuntan en las encuestas. ¿A qué obedece?

-Es solamente una imagen, pero no es la realidad. Y esto lo ha construido el Gobierno a partir de las cosas que dicen , de las cosas que informan, pero, de hecho, hay un logro muy importante de la oposición que no se ha visualizado aún: el Congreso ha dejado de ser una escribanía del Gobierno. Se paralizó esto de que los proyectos entraban por una puerta y salían como ley por la otra. El Congreso hoy debate y estudia los temas. Y le ha puesto un freno al Gobierno. El otro tema es cuándo vamos a empezar a sancionar leyes que reviertan la grave situación institucional a que este gobierno nos ha llevado. Pero no hace un mes que el Congreso empezó a funcionar normalmente. El cambio en el impuesto al cheque, que revierte una situación federal inequitativa, está a las puertas de ser tratado en el Senado. La reforma del Consejo de la Magistratura es probable que tenga despacho antes de fin de mes en la Cámara de Diputados y nos estamos esforzando para que el presupuesto, que es la ley más importante, vuelva a ser tratado en el Congreso.

-Usted se quejó de que había opositores funcionales al Gobierno. ¿Quiénes son?

-No quiero personalizar porque este es un momento para tratar de cohesionar. Pero es indudable que hay un estrategia del Gobierno para desarticularnos y hay algunos que son funcionales...

-¿Funcionales por qué?

-Porque se esmeran en mostrar a la oposición desarticulada y eso es falso: estamos trabajando en conjunto, aunque tenemos matices, diferencias y somos de partidos distintos.

-Más allá de cualquier estrategia de los Kirchner, ustedes no encontraron hasta ahora un funcionamiento ideal en el Congreso y algunas declaraciones no ayudan, como las de Elisa Carrió, que lo acusó a usted de complicidad con el Gobierno.

-Carrió forma parte de la oposición y, si la critica, también se critica a sí misma. Luis Juez hace exactamente lo mismo. En el caso de Carrió, un día criticó y al lunes siguiente, en la televisión, dijo que había sido una sobreactuación. Bueno, estas cosas tenemos que superarlas.

-¿Cómo?

-Hablando; todo se arregla conversando. Fijando una estrategia. Hasta diciembre, la oposición funcionó muy bien, sin ningún problema. No existe razón para que ahora no funcione igual. Debemos advertir que el Gobierno tiene una maquinaria de poder puesta al servicio de que nosotros nos desarticulemos, nos peleemos y, además, aparezcamos frente a la opinión pública como desarticulados, incoherentes, imprecisos.

-Carrió lo criticó, pero me imagino que le reconoce que cuando ella dice que el Gobierno va a hacer trampa, acierta...

-(Hace el gesto de cerrarse la boca con una cremallera.) No hablo.

-¿Siente que ella le marca límites a la oposición? ¿Que los expone públicamente"

-Carrió tiene que colaborar para cohesionar a la oposición. Es una actora muy importante del sistema y tiene esa gran responsabilidad, que es la de beneficiar la cohesión opositora. Lo está haciendo, pero tiene que ponerle más enjundia.

-Más allá de lo que reclama Carrió, ¿qué autocrítica se haría como jefe de bloque?

-Quizá pudimos haber cometido los mismos errores que criticábamos. Tenemos que ser muy celosos del respeto por las formas y por la ley, considerar que las formas son el fondo y no creer que porque somos más podemos imponer las formas. Tenemos que tener como límite la ley. Hemos cometido algún exceso entre todos, pero aprendimos de nuestros propios errores y es una cosa mínima frente a lo que hemos logrado: que al Gobierno no le resulte tan sencillo eludir al Congreso.

-Pero el Gobierno, hasta ahora, parece estar logrando ese objetivo.

-Falta un actor que todavía no actuó: llegó el turno de la Corte. Nosotros hemos hecho nuestro trabajo, la Corte tiene que hacer el suyo. ¿Cuál es? Tiene que fijar posición para mejorar la calidad institucional del país en dos temas fundamentales: primero, decir cuál es el límite jurisdiccional de los jueces con respecto a los otros poderes del Estado. ¿Pueden los jueces revisar decisiones políticas y administrativas de otro poder del Estado? No, no pueden. Lo que hizo ese juez [ N. de la R.: Enrique Lavié Pico], resolver cómo debe funcionar una comisión del Senado, es un disparate tan grande como que el Congreso le diga a la Cámara, que ahora va a tratar la apelación de Julio Cobos, cómo se tiene que conformar. Y el otro tema que tiene que resolver la Corte es cuál es la necesidad y la urgencia que se requiere para dictar un decreto de necesidad y urgencia. Cuando la Corte aclare esto, no va a haber más atajos para eludir al Congreso.

-¿La gente común entiende este tipo de disquisiciones intrincadas, visualiza claramente qué está en juego en todo esto?

-No lo visualiza. Hoy, en una radio, me preguntaron qué le importaba a la gente el Fondo del Bicentenario. Este fondo agrava la situación de la inflación en la Argentina. La falta de credibilidad en el país, la falta de certidumbre en las reglas de juego; agrava la caída de la tasa de inversión en el país, y la tasa de inversión afecta directamente al empleo. El tema social, ¿cómo se soluciona? Generando puestos de trabajo, no planes sociales. ¿Qué es lo que genera los puestos de trabajo? La inversión. En la Argentina, la inversión cayó un 13%. Eso se refleja inmediatamente en los puestos de trabajo, en el nivel de los salarios y en el nivel de la exclusión y de la pobreza. Hay una ecuación clave: para bajar un punto la tasa de desempleo hace falta un crecimiento del 4% del PBI. Para que haya ese crecimiento tiene que haber una inversión del 25% sobre el PBI. Esta es la situación que tenemos que defender.

-La Presidenta dice que ustedes no tienen propuestas y que quieren un ajuste.

-No, el ajuste lo está haciendo el Gobierno.

-¿A través de la inflación?

-Claro.

-¿Y cuál es la propuesta de ustedes?

-Inversiones. ¿Por qué hay inflación? Porque hay una sobreoferta de recursos económicos en el mercado sin la correspondiente tasa de inversión que cree los bienes que necesita el mercado. Es decir, hay una gran demanda de bienes, porque hay recursos económicos, pero quienes tienen que invertir frente a la incertidumbre no invierten y lo que hacen es aumentar los precios. Ese es el problema de la inflación. El Gobierno dice: el ajuste no lo vamos a hacer nosotros. Mentira. El ajuste lo está haciendo: va a haber una tasa de inflación de entre el 20 y el 25 por ciento. Es más grave el ajuste inflacionario que el ajuste tarifario, por ejemplo. Segundo tema, el Gobierno dice que en el Congreso no se discute nada importante y nosotros queremos discutir el presupuesto que es la ley más importante. ¿Por qué? Porque el Gobierno calculó una tasa de inflación de 6 puntos y la tasa de inflación va a estar arriba de los 20. Esto sugiere que el Gobierno va a recaudar mucho más de lo que tiene previsto recaudar, entonces hay que rever el presupuesto. El Gobierno calculó un crecimiento del 2% y el país va a crecer al 4%. Más recursos para el Gobierno. Y, además, nos enteramos de que tiene un déficit en el gasto de 50.000 a 70.000 millones de pesos. Hay que rever el presupuesto, la ley de leyes, la más importante, pero tiene que ser una iniciativa del Poder Ejecutivo, no podemos decirle en qué va a gastar la plata, pero sí tenemos que decir cuál va a ser la previsión de ingresos que va a tener el Gobierno y cuál es el gasto donde va a derivar esos recursos. Entonces, todo esto que está creando el Gobierno es artificial. Estamos dando una batalla decisiva, por más que no tengamos la claridad suficiente para que la opinión pública la entienda.

-Hay un escenario en el que ustedes avanzarán con una agenda legislativa que, en el mejor de los casos, el Gobierno va a terminar vetando. ¿Qué van a hacer?

-El Gobierno va a comprender la realidad que estamos viviendo cuando vea los desbarajustes que le va a causar la inflación. Tengo mis dudas de que no la esté provocando...

-¿Por qué?

-Para licuar los pasivos. Lo que está haciendo el impuesto inflacionario es autofinanciar al Gobierno. No se dan cuenta de los desbarajustes que el problema social les va a traer. Estamos en el peor de los mundos, en el mejor tiempo de la Argentina. Esta es la paradoja: nunca las commodities valieron lo que valen hoy y nosotros seguimos perdiendo el tiempo. La impugnación a los Kirchner, más allá de los atropellos institucionales, de haber quebrado la confianza en el país, es el tiempo perdido. Nos están haciendo perder el mejor tiempo que ha vivido la historia del país.

-¿A quién prefiere como candidato presidencial de la UCR? ¿Cobos? ¿Alfonsín? ¿Sanz?

-Prefiero primero tener el programa de gobierno y una vez que lo tengamos, elegir el candidato. Falta mucho para 2011. El candidato del radicalismo debe ser el que la gente suponga que es el mejor para llevar adelante un programa de gobierno, porque éste, sin el respaldo del poder que transmite el pueblo, no puede ser ejecutado. Muchas veces los partidos privilegian sus problemas internos a las decisiones de la sociedad. Se equivocan porque el poder lo transmite el pueblo. Quedó demostrado en la crisis del campo: cuando el pueblo le sacó el poder, el Gobierno cayó por knock-out. El poder no nace de la billetera ni de sentarse en el sillón de Rivadavia sino del pueblo y, cuando éste te retira el poder, se terminó. Es lo que le ha pasado a este gobierno. Uno puede recomponerlo, pero tiene que volver a ganarse la voluntad de la sociedad, que es lo que este gobierno no hace y sigue enfrentando a la sociedad. Consecuencia: sigue sin poder. Si alguien quiere ejecutar un programa de transformación tiene que tener el apoyo de la sociedad. Por eso reitero: primero el programa, después el candidato.

-¿Qué le diría a una presidenta que en cada discurso habla de los errores de la Alianza?

-Este gobierno toma decisiones equivocadas basándose en los errores que se cometieron antes. Doble torpeza: está justificando sus malas acciones por las malas acciones que se hicieron antes. Esa permanente prédica sobre el retorno al pasado no lleva a ningún lado. Lo que queremos escucharle al Gobierno es qué va a hacer para adelante, no qué pasó antes. Todos saben lo que pasó antes. Y es más: en el radicalismo hemos aprendido y estamos aprendiendo de nuestros propios errores. Seríamos unos torpes si no los hiciéramos, y hemos cometido muchos. Y esos errores muchas veces los pagó la sociedad argentina. Cada vez que la Presidenta nos marca un error nos sirve como referencia para no volverlo a cometer. El problema es que el Gobierno comete los mismos errores que cometimos nosotros.

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