lunes, 20 de enero de 2014

Einstein, la locura y las crisis recurrentes del populismo

Por Emilio Ocampo 

“La locura es hacer siempre lo mismo y esperar resultados distintos.” Supuestamente fue Albert Einstein quien acuñó esta genial definición, aunque la controversia persiste. Sea quien fuere su autor, quizás sirva como hipótesis para entender la historia económica argentina desde 1946. Este período, al que podríamos denominar “La Gran Decadencia”, se ha caracterizado por subperíodos de populismo alternados con inevitables ajustes para corregir sus excesos.
Lo más desconcertante es, primero, que, como señalaba hace ya casi cuarenta años Adolfo Canitrot, el populismo redistributivo en Argentina es “una experiencia destinada a la frustración”; y segundo, que, a pesar de su carácter esencialmente autodestructivo, los políticos lo sigan ensayando y reciban votos de una parte importante del electorado.   
El fracaso recurrente de las experiencias populistas en América Latina durante los años ochenta generó gran interés entre los economistas. En un libro publicado en 1991, Rudiger Dornbusch y Sebastián Edwards intentaron explicar este singular fenómeno. Lo más desconcertante, señalaban, es que el resultado final del experimento populista “ha sido una inflación galopante, crisis y el colapso del sistema económico”. Es decir, que el populismo inevitablemente termina perjudicando no sólo a toda la sociedad sino especialmente a aquellos que pretende ayudar. Su conclusión no fue muy alentadora: ciertos países de América Latina exhibían una incapacidad de aprender de sus propias experiencias (errores) y las de sus vecinos. La pregunta obvia es si los políticos que insisten con estos programas populistas (y quienes los votan) sinceramente esperan un resultado distinto. De ser así estaríamos frente a un caso de demencia colectiva.
El experimento populista de la última década en Argentina, Venezuela y otros países reavivó el interés de una nueva generación de economistas, entre los que se destacan Daron Acemoglu (MIT) y James Robinson (Harvard). La locura ciertamente no está entre las hipótesis que proponen para explicar los ciclos populistas. También rechazan la hipótesis de la ignorancia. En su opinión, los políticos que adoptan políticas populistas saben cual serán sus consecuencias y quienes los votan, probablemente también. Para explicar el populismo en América Latina, especialmente en Argentina, hay que remontarse a los efectos de la crisis de 1930 (especialmente sobre la distribución del ingreso) y considerar factores políticos, sociales y culturales. Las teorías desarrolladas por Acemoglu, Robinson y varios de sus colegas agregan una perspectiva interesante sobre el tema.
Según una de ellas, en ciertos países de América Latina, debido a una debilidad institucional crónica, una parte importante del electorado teme que los políticos se vendan a la “oligarquía” y que una vez en el poder favorezcan sus intereses. Esta percepción hace que vote a aquellos candidatos que proponen plataformas populistas. Como consecuencia, incluso los políticos moderados adoptan una retórica populista para enviar una señal al electorado de que “no se venden” (y conseguir más votos). Este “sesgo populista” sería mayor cuanto mayor la divergencia entre las preferencias del votante medio y de los intereses de la elite y cuanto mayor la percepción de corrupción entre los políticos. Una extensión de esta teoría explica porqué los líderes populistas han logrado socavar las instituciones democráticas con amplio apoyo del electorado. La raison d’être de las instituciones (léase división de poderes) es justamente limitar la capacidad que tienen los gobernantes de extraer rentas de ciertos sectores de la economía (como por ejemplo el sector agropecuario). Esto significa que cuanto más sólidas las instituciones, más fácil sería para ciertos grupos o sectores económicos “comprar” a quienes gobiernan.

Otro fenómeno a explicar, especialmente en Argentina, es la relación entre el populismo y los ciclos de precios de los commodities agrícolas. En la fase alcista de cada ciclo –con picos de precios en los años 1951, 1974 y 2012– el gobierno de turno ensayó un experimento populista-redistribucionista (es decir, el auge fue condición suficiente aunque no necesaria). Al último de estos experimentos parece aguardarle el mismo destino que a los anteriores. El problema ya no es sólo el inevitable ajuste sino también haber perdido una excelente oportunidad para sacar al país de su trayectoria decadente.
¿Por qué ocurre esto? Robinson sostiene que en países con instituciones débiles, el auge de precios de las materias primas aumenta los beneficios de permanecer en el poder para quienes gobiernan, ya que pueden extraer más rentas de los sectores exportadores. Estas rentas a su vez les permiten influir sobre las elecciones mediante políticas clientelistas que generan fuertes distorsiones e ineficiencias en la economía (por ejemplo, subsidios y aumentos del empleo público). Conclusión: aquellos países con instituciones fuertes se benefician cuando hay un auge en el precio de loscommodities, mientras que aquellos con instituciones débiles caen en la tentación populista.
Más allá de todas estas teorías, hay una realidad insoslayable: si seguimos como hasta ahora, nuestra decadencia económica generará tensiones sociales que incluso podrían poner en peligro la democracia. Si extrapolamos las tasas de crecimiento de PBI de los últimos treinta años a los próximos treinta, en 2029 nos habrá superado Chile, en 2035 lo hará Colombia y en 2043, Perú. Olvidémonos que en 1930 el PBI de la Argentina superaba al de toda América Latina; en 1984 era un 27% superior al de esos tres países sumados y hoy es casi la mitad. Hay que cambiar. Caso contrario, digan lo que digan los académicos, estamos todos locos.
(Tomado del blog del autor: "La era de la burbuja")