lunes, 13 de agosto de 2012
El stand-up de la Presidenta
sábado, 4 de agosto de 2012
Si no hay castigo, no hay justicia
Por Diana Cohen Agrest | Para LA NACION
Retomar el rumbo perdido
Por Roberto Lavagna
Especial para La Nación
Los errores de discurso de Cristina
jueves, 31 de mayo de 2012
Mentirosos y mentirosas
Seré breve: Lanata fundó y dirigió Página/12. Otra vez: Lanata fundó y dirigió Página/12, y parece un chiste que yo esté escribiendo esta frase. Es público y notorio y comprobable que Jorge Lanata imaginó y fundó Página/12 en los primeros meses de 1987, que le inventó el estilo, que lo dirigió durante varios años y que convocó a los mejores periodistas que pudo convencer, que también contribuyeron a formarlo.
Digo: Lanata fundó y dirigió Página/12, y parece chiste que yo esté escribiendo esta frase –o que esta frase deba ser escrita– pero ese diario acaba de cumplir 25 años y lo celebró con un número especial que incluía a la mayoría de sus plumas actuales y ninguna –ninguna– de ellas hizo la menor referencia a Jorge Lanata: lo desaparecieron de su historia. Como si el diario hubiera salido solo, por generación espontánea, sin director, sin creador. O como si lo hubiera hecho un ente anónimo, secreto, clandestino. Va de nuevo: un suplemento de 40 páginas donde los periodistas y editores de un diario cuentan los principios de ese diario pero no nombran a su fundador y primer director. Lo callan, lo niegan. Y dicen que son periodistas. Todo terminó ayer miércoles cuando la señora presidenta de los argentinos, la doctora Jorgelina Griñones de Velotti, fue a una fiesta organizada para seguir celebrando tan magno evento y peroró y tampoco lo nombró –“la verdad que no quiero olvidarme de nadie”, dijo, y nada–, y otros peroraron y tampoco.
Nadie recordaría aquella foto de Lenin con Trotsky si Stalin la hubiera hecho publicar con un epígrafe tipo "el exiliado León Trotsky antes de traicionar a la revolución". Pero nos acordamos porque lo que Stalin hizo fue borrar la imagen de Trotsky de la foto: borrarlo de la historia. Por eso aquella foto fue un símbolo de un régimen siniestro. Más allá de los personajes: los procedimientos.
Se pueden discutir lecturas de la historia, interpretaciones de la historia, explicaciones de la historia. Pero no ciertos hechos precisos de la historia. Cambiarlos no se llama discutir: se llama mentir. Y si se tiene poder –el poder de reescribir esa historia desde un diario o un púlpito o un trono–, se llama abuso de poder, autoritarismo, estalinismo, canallada.
No estoy hablando de Jorge Lanata. A veces acuerdo con él, a veces no, es mi amigo, lo quiero, pero no es importante en este asunto. Y el asunto tampoco: en última instancia, que Lanata haya fundado o no Página/12 no es relevante. Es relevante –impresionante– que esas personas se ensucien así por algo tan menor. Es relevante que unas personas se crean que pueden falsificar gratis, y que ofrezcan con esto un ejemplo demasiado obvio de lo que hacen tan a menudo, tantas veces.
Digo: estoy hablando de unos idiotas que se creen que los demás somos tan idiotas como ellos y que pueden engañarnos con mentiras berretas. Estoy hablando de una banda de mentirosos y mentirosas que se jactan de respetar la Verdad y la Memoria y se cagan en cualquier verdad y cualquier memoria que no les guste o no les sirva, y se creen que pueden inventar cualquiera que sí, incluso cuando casi no importa –y más, por supuesto, cuando sí.
Estoy hablando de personas penosas, peligrosas. Personas que me están dando miedo. Por eso estoy hablando.
Publicado en Pamplinas, el blog que tiene el escritor y periodista en el diario "El país", españa.
domingo, 29 de abril de 2012
Expropiación de YPF: 10 preguntas para entender el problema
- PorRodolfo Terragno
¿Quiénes privatizaron YPF?
En 1992, el Presidente Menem envió al Congreso el proyecto de Ley de Privatización de Activos y Acciones de YPF, por el cual el Estado nacional y las provincias debían “enajenar conjuntamente las acciones de las que fueren titulares”.
El proyecto no sólo era rechazado por la UCR: enfrentaba resistencias entre los propios legisladores justicialistas. Pero éstos fueron por fin persuadidos. La tarea le correspondió a Néstor Kirchner, gobernador de Santa Cruz y presidente de la Organización Federal de Estados Productores de Hidrocarburos (OFEPHI). La entidad agrupaba a Chubut, Formosa, Jujuy, La Pampa, Mendoza, Neuquén, Salta y Santa Cruz.
El 22 de septiembre, los gobernadores de la OFEPHI se reunieron con el Ministro del Interior, José Luis Manzano. Kirchner sostuvo que, si todas las provincias petroleras daban su apoyo a la privatización, las bancadas oficialistas se verían en dificultades para votar en contra. Al salir del despacho de Manzano, Kirchner dio una conferencia de prensa en la misma Casa Rosada. Frente a las cámaras, pidió apoyo para el proyecto e instó a que, si algún legislador justicialista mantenía su disidencia, al menos diese quórum y se abstuviera. Al día siguiente, apareció en Clarín la foto del gobernador de Santa Cruz dando su conferencia de prensa. Ilustraba esta noticia: “Provincias petroleras hacen lobby por la aprobación”.
La tarea fue efectiva. Dos días más tarde, la Cámara de Diputados aprobó el proyecto. El diputado Oscar Parrilli, actual secretario general de la Presidencia, fue el miembro informante. Un año después, en su libro Cuatro años en el Congreso de la Nación, 1989-1993, Parrilli exhibió la privatización con orgullo: “Hoy YPF es la gran empresa petrolera privada nacional, que domina más de la mitad del mercado de los combustibles”.
En ese momento, 68 por ciento de la sociedad estaba en manos de bancos y fondos de inversión. Años más tarde, la española Repsol pasaría a tener 80 por ciento.
¿Cuáles fueron los objetivos de Menem y Kirchner?
Quizás, atraer inversiones y recuperar el autoabastecimiento de petróleo. Lo primero se hizo realidad en 1999, cuando Repsol puso 15.500 millones de dólares. Lo segundo fue un fracaso. La producción cayó y, en una década, la importación de hidrocarburos aumentó 717 por ciento.
¿Qué debieron haber hecho?
Conservar a YPF en manos del Estado y terciarizar la exploración y explotación. Lo sensato era que el país atrajera a compañías con enorme capacidad de inversión y alta tecnología, no para que se hicieran dueñas de YPF sino para que le sirvieran como contratistas, trabajando a “a comisión”: si sacaban petróleo, obtenían una pequeña parte; si no, se quedaban en cero.
¿No era utópico lograr eso?
En absoluto. Ya se había hecho dos veces en el país, y con éxito. Lo hizo Frondizi, que en 1958-1962 terminó con la importación de petróleo. Y lo hizo Alfonsín, con quien ejecutamos una política que, entre 1987 y 1989, le devolvió al país el autoabastecimiento, sin que se vendiera una sola acción de YPF y haciendo que la empresa estatal pasara del déficit al superávit.
¿Está bien que ahora se re-estatice?
No así. El oficialismo, ya en vida de Néstor Kirchner, se arrepintió del error cometido. Ahora quiso enmendarlo, pero lo hizo mal. Se podría haber logrado el 51% sin entrar en conflicto con otro país, ni alarmar a la comunidad internacional, ni ahuyentar inversores.
¿Cómo?
Mediante una desinversión consensuada. Repsol sabía que estaba en la cuerda floja y, si algo le interesaba, era mantener una fuerte presencia en la Argentina, para evitar el deterioro de su imagen internacional y concentrarse en la explotación de sus yacimientos en Brasil y México. Era fácil negociar que redujera su participación a 30%, que ya se había reducido a 57. Y nada habría sido más sencillo que desinteresar al segundo accionista, el Grupo Petersen, que es allegado al gobierno y entró a YPF sin poner un solo peso.
¿Es cierto que la confiscación alejará a los inversores?
Pensemos en un país cuya mayor empresa está en manos de una compañía internacional y, de repente, el Gobierno la interviene por decreto, la expropia y anuncia que no pagará indemnización. Los inversores pensarían dos veces antes de instalarse en tal país.
¿Cuánta inversión necesita la Argentina?
Para sostener la actual tasa de crecimiento hacen falta, sólo en energía, 7.000 millones de dólares por año. En infraestructura, tal vez más; todo depende del ritmo que se imprima a su ampliación. Ahora bien, el que pone dinero en grandes obras lo recupera recién a los 9, 10 u 11 años. ¿Quién va a ponerlo si cree que en cualquier momento le sacan todo?
¿Puede haber marcha atrás?
Lamentablemente, estamos frente a un hecho consumado. Ahora hay que pensar cómo seguimos. Ante todo, debemos contener el daño, negociando con Repsol, desde una posición de fuerza, las mejores condiciones posibles para la Argentina. Eso normalizará nuestras relaciones económicas internacionales. Luego, hay que poner en YPF una gerencia de primera línea, no de funcionarios, sino de expertos en hidrocarburos que tengan, además, una gran capacidad de gestión. Por último, si se vence la desconfianza exterior, atraer las mejores empresas que podamos, pero sólo como contratistas de YPF. Hay que entender esto: si una corporación internacional tiene yacimientos en varias partes del mundo, con reservas mucho mayores a las que necesita a corto o mediano plazo, concentrará la producción allí donde tenga los menores costos y la productividad mayor. Si no le conviene explotar en un país como la Argentina, a lo sumo tendrá una actividad moderada, para satisfacer una porción de la demanda interna.
¿Por qué la oposición apoya?
El Gobierno se envolvió en la bandera y algunos políticos temen que, si se oponen, se los supondrá vinculados a intereses antinacionales. No se ha entendido que los líderes políticos debe anticiparse a la opinión pública de mañana; no seguir a ciegas la circunstancial opinión pública de hoy. En 1982 había que estar contra la guerra y en 1999 contra la convertibilidad. Esta vez, había que estar en contra de la expropiación y a favor de una negociación inteligente.
sábado, 28 de abril de 2012
La UCR no puede acompañar otro error
Por Facundo Suárez Lastra | Para LA NACION
enía 9 años cuando mi padre fue designado por Arturo Illia presidente de YPF, y desde entonces llevo a YPF en mi corazón.
Recorrí yacimientos, dormí en campamentos al lado de los pozos y navegué en barcos petroleros. Pero sobre todo pude ver cómo mi padre durante toda su vida se preocupó por que la Argentina tuviera una política de hidrocarburos que no sólo lograra el autoabastecimiento, sino que contribuyera al desarrollo industrial y a la producción local de los fertilizantes de nuestras tierras.
Dicho esto, me animo a afirmar que estamos frente a una ilusión generada por la demagogia irresponsable de los que ayer privatizaron la empresa más grande de la Argentina y hoy la quieren mal reestatizar.
La YPF que defendemos y que queremos reencontrar no existe más por obra y gracia del peronismo. Esta, que se llama como aquélla, es una empresa de capitales mayoritariamente españoles, acompañados por empresarios argentinos ajenos al negocio del petróleo y cercanos al poder de los Kirchner. Esta YPF no es la que tenemos los argentinos en nuestro imaginario como la Gran Empresa Nacional. Esta ha sido deliberadamente vaciada por sus dueños con la complicidad de los gobiernos de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández de Kirchner. Si esto no se entiende, se puede caer en el equívoco de pensar que no acompañar la iniciativa del Gobierno es alejarse de la tradición radical. Un buen análisis nos lleva a la posición contraria. Esto es: rechazar por irresponsable e insuficiente la iniciativa de la Presidenta.
Desde que YPF fue convertida en una sociedad anónima, las áreas de exploración y explotación de la antigua YPF Sociedad del Estado se convirtieron en permisos de exploración y explotación otorgados por el Estado nacional a cambio de obligaciones específicas.
Estas obligaciones han sido incumplidas por YPF (que ya no es más nuestra YPF), y de acuerdo con el marco legal vigente el camino correcto en defensa de los intereses nacionales es el de la caducidad de la concesión de esas áreas y de reversión al Estado Nacional sin cargo alguno.
Son causales del cese de la concesión: "Incumplimiento sustancial e injustificado de las obligaciones estipuladas en materia de productividad, conservación, inversiones, trabajos o ventajas especiales".
Según lo claramente expresado por los funcionarios nacionales, estos presupuestos están dados y los incumplimientos son graves. La ley vigente sigue estableciendo: "Al caducar la concesión, la misma revierte plenamente al Estado" (?) "Anulado, caducado o extinguido un permiso o concesión revertirán al Estado las áreas respectivas con todas las mejoras, instalaciones, pozos y demás elementos que el titular de dicho permiso o concesión haya afectado al ejercicio de su respectiva actividad...".
Un Estado con vocación nacional y una clara política energética tiene que tomar otro camino del tomado por la Presidenta. El radicalismo no puede acompañar otro error más del peronismo, sobre todo cuando estos errores no sólo han perjudicado los intereses nacionales, sino que han significado espectaculares transferencias de recursos a grupos económicos amigos del poder.
Un premio
Se debe entender que no es necesaria la expropiación, ya que la empresa no es la propietaria de las aéreas, es una simple concesionaria que ha incumplido sus obligaciones. La expropiación más que un castigo, en este caso, es un premio, ya que cualquiera sea el precio que se pague será indebido.
YPF ya no es más la primera empresa de América latina, como lo supo ser; sólo tiene alrededor del 30% de las áreas de explotación de nuestro país. La mayoría de las empresas concesionarias, al igual que YPF, han disminuido sensiblemente sus niveles de explotación y exploración y han visto caer sus reservas. La principal razón de esto ha sido la inconsistencia de la política energética de los gobiernos peronistas con Menem y los Kirchner a la cabeza.
La expropiación parcial de YPF es un remedo de respuesta a una crisis que el gobierno nacional no sabe cómo manejar.
El Gobierno no acepta sugerencias ni modificaciones, pretende la aprobación de esta ley a libro cerrado.
Propone como interventores a los responsables de la falta de control de los concesionarios y de políticas de precios ridículas con las que se desalentó la producción y se estimularon sospechosos e insostenibles negocios de importación de combustibles.
No reconoce los errores del pasado ni permite controles para el futuro.
El tinte demagógico y populista de la puesta en escena de toda esta operación perjudica seriamente la inserción de la Argentina en la economía internacional, factor principal del crecimiento de los últimos años.
Acompañar la iniciativa en general es darle a un gobierno que no reconoce límites en lo legal una fuerte señal de que todo es posible y dejar a una gran parte del país sin una alternativa creíble y confiable como debería ser el radicalismo. No sigamos encuestas, sigamos principios.
El autor fue intendente de la ciudad de Buenos Aires