miércoles, 30 de noviembre de 2011

UCR: ¿el último partido que aun golpeado queda en pie? - Luis Alberto Romero


El radicalismo viene sufriendo en la última década sucesivas diásporas y caídas de respaldo electoral. Algunas de sus marcas distintivas, sin embargo, siguen disponibles.

Publicado en Clarín - Edición 30 de noviembre de 2011

Semanas atrás los radicales protagonizaron un episodio deprimente: en su Convención, las peleas, exacerbadas hasta la injuria y la agresión, les impidieron avanzar en una reforma institucional apoyada por la mayoría. “Internismo”, “parálisis”, “falta de vocación ganadora” son calificativos usualmente aplicados a los radicales. Sin duda, el vaso está medio vacío.
Pero hay un vaso medio lleno, que merece subrayarse: en la Argentina todavía existe un partido político, organizado horizontalmente, que cree valioso discutir sus orientaciones, y sobre todo, hacerlo en público, a la vista de la opinión.
En tiempos posmodernos, de “espacios”, jefes y videopolítica, la UCR sigue siendo lo que solía llamarse un “partido moderno”.
Tales partidos surgieron en Europa y Estados Unidos a fines del siglo XIX, para encauzar una democracia basada en la sostenida ampliación de los votantes. Los partidos se encargaron de empadronarlos y afiliarlos, de elaborar programas, designar candidatos y desarrollar una propaganda unificada, que alcanzó dimensión nacional. En lo interno, tuvieron afiliados, comités, convenciones, debates y elecciones internas. Procuraron que sus simpatizantes, además de seguir a sus dirigentes, asimilaran el ideario.
En la Argentina, hacia 1891 la UCR nació a la vida con este formato, y poco después se sumó el Partido Socialista. Con ese estímulo, Roque Sáenz Peña alentó en 1912 la formación de los partidos que llamó “de ideas” , que debían animar un juego de debate, competencia y alternancia.
Las realizaciones, como siempre ocurre, fueron algo más mediocres. La UCR de Yrigoyen mantuvo su ideario, escueto pero sustantivo. Formó una maquinaria basada en los caudillos locales y el uso de dineros estatales. No estuvo al margen de los oscuras procedimientos de financiación de la política, pero nadie lo convirtió en virtud. No fue ajeno a la tentación de identificarse con el pueblo y la nación, pero la controló. Fue un partido de líder, de Yrigoyen a Alfonsín, pero nunca verticalista. Alojó infinitas facciones, en equilibrio inestable, experimentó algunas rupturas espectaculares, pero también hubo muchos retornos, más silenciosos.
A menudo se encerró en sí mismo y limitó el ingreso de gente e ideas nuevas. Convencido de que atesoraba un núcleo ideal y moral difícil de compartir, fue reacio a la alianza con otras fuerzas.
Todo eso es cierto. Pero siguió siendo un partido, donde nadie es más que nadie. Afirmado en una forma de entender la política, ligada con el debate interno abierto y con la defensa de las instituciones públicas. Probablemente muchas de esas cosas lo han puesto en desventaja frente al peronismo.
El peronismo tiene poco que ver con el “partido moderno”. Se asemeja más a otro formato, desarrollado en la primera posguerra y con una respuesta distinta para la democratización: fue el movimiento nacional y popular, de líder y plebiscitario, mal encuadrado en la institucionalidad republicana y con vocación de convertirse en partido único. En Italia, Alemania, España y también en la Unión Soviética hubo buenos modelos.
Pocas veces el radicalismo pudo vencer al peronismo.
Sólo en ciertas ocasiones, como en 1983, logró captar de manera privilegiada el estado de ánimo colectivo.
Tampoco su organización, basada escuetamente en la militancia de los afiliados, resultó competitiva en un mundo de corporaciones. A diferencia del peronismo, no tuvo una retaguardia de organizaciones sindicales.
Protagonista de la gran ilusión democrática, institucional y pluralista de 1983, y de su versión más liviana de 1999, el radicalismo fue mucho más afectado que el peronismo por la desilusión democrática , que se insinuó en los 90 y eclosionó en 2001. Fue estigmatizado por la vetustez de su discurso, de su estilo y de sus dirigentes. Fue copartícipe menor de muchos de los vicios denunciados por la opinión indignada. Fue descalificado por quienes proclamaron su intención de transformar la política y sus procedimientos: la renovación peronista en 1987, el Frepaso en los 90 o el ARI en los 2000. Todos ellos criticaron el bipartidismo y se propusieron como la verdadera alternativa al estilo peronista de hacer política.
Todos ellos han pasado y el radicalismo sigue en pie . Como la tortuga de la fábula, que corría con la liebre. Suele dar espectáculos deplorables, presenta alternativas electorales timoratas, se desangra en escisiones, pero sigue siendo capaz de realizar convenciones y de discutir públicamente sus diferencias. Quizá no discutan programas, pero los hay detrás de cada uno de los pares que confrontan allí, para elegir simplemente al primero entre ellos. Fracasan en las elecciones presidenciales, pero mantienen un arraigo local y provincial sorprendente , que hoy los ilusiona con la idea de reconstruirse desde sus bases territoriales. Conserva, sobre todo, una idea de partido como institución pública que organiza la opinión; una idea de la política como espacio de confrontación y acuerdo, y una idea de las instituciones de la República como marco indispensable para la vida social civilizada.
Yo los miro desde afuera -no soy radical-, comparto muchas de las críticas, pero confieso que lo hago con simpatía. Son una de las pocas cosas sobrevivientes de una Argentina que ya no es, mucho mejor que la actual. Son también una de las cosas que querría conservar para construir una Argentina mejor.

LUIS ALBERTO ROMERO HISTORIADOR, MIEMBRO DEL CLUB POLITICO ARGENTINO

El Estado impone su propia épica - Luis Alberto Romero


Publicado en LA NACION - Edición 30 de noviembre de 2011

Un reciente decreto creó el Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego. De sus fundamentos se deduce que el Estado argentino se propone reemplazar la ciencia histórica por la epopeya y el mito.

El mito y la epopeya están en la prehistoria del saber histórico. Los mitos explicaban el misterio y el papel de lo divino; los relatos épicos exaltaban la acción de los héroes, entre divinos y humanos. La historia se ocupó, simplemente, de los hombres, y trató de entenderlos basándose en el razonamiento y la comprobación. En la Antigua Grecia, Herodoto y Tucídides fundaron la historia como ciencia y dejaron en el camino mitos y héroes. A mediados del siglo XIX, Wagner recurrió al mito y a la épica, pero sus óperas se representaban en los teatros; en las universidades estaban los historiadores tan notables como Mommsen.

Más o menos así estamos hoy en la Argentina. No tenemos ópera, pero hay abundantes cantantes, poetas y escritores de mitos y epopeyas, que conquistan la fantasía de su público. Los historiadores, por su parte, trabajan en las universidades y en el Conicet.

El Estado tiene otra idea: la épica debe ocupar el lugar de la historia. La tarea que le encomienda al Instituto de Revisionismo es rescatar y valorar la obra de los héroes fundadores de nuestra nación, sistemáticamente ignorada por la "historia oficial". Nadie se sorprendería si leyera esa propuesta en los escritos de Pacho O'Donnell, presidente del nuevo instituto. Su pluma y su verba son familiares. Lo insólito es que una prosa tan idiosincrática sea asumida, sin correcciones ni matices, por el Estado nacional a través de un decreto firmado por la Presidenta, el jefe de Gabinete y el ministro de Educación.

El decreto amonesta severamente a los historiadores. Obnubilados por el "liberalismo cosmopolita", abandonaron su misión -la reivindicación de los héroes patrios- y ocultaron la gesta de las grandes personalidades identificadas con el ideario nacional y con las luchas populares. Entre otros héroes olvidados se encuentran personajes como San Martín, Rosas, Yrigoyen, Perón y Eva Perón. También son culpables de haber olvidado el aporte de las mujeres y, sobre todo, la contribución de los sectores populares a estas luchas. Al nuevo instituto se le pide que elabore una reivindicación de los auténticos héroes, con la salvedad de que debe hacerse mediante un saber científico riguroso, ausente de la investigación histórica actual.

Los historiadores profesionales vivimos en el engaño. Creímos que la investigación histórica científica y rigurosa se había consolidado en las universidades y el Conicet. Computamos como hechos positivos no sólo la excelente formación profesional, sino la ampliación de nuestros temas, inclusive -entre tantos otros-, los referidos a las personalidades mencionadas. Nos enorgullecimos de haber superado viejas controversias esterilizantes. Acordamos que no existen verdades únicas ni definitivas y que el nuestro es un conocimiento en revisión permanente. No se si efectivamente lo logramos. Pero lo cierto es que hoy hay una enorme cantidad de historiadores excelentes y altamente capacitados, que se han formado y han sido examinados en sus capacidades por las rigurosas instituciones del Estado argentino: sus universidades, el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas o la Agencia Nacional de Investigaciones.

Creímos que retribuíamos al Estado lo que hizo por nuestra formación con buena historia, reconocida en todo el mundo. Pero a través de este decreto, la más alta autoridad nos dice que ha sido un trabajo vano, y que sus instituciones académicas y científicas han fallado. Todo lo que hemos hecho es historia "oficial", y, peor aún, "liberal".

El decreto también se ocupa del conjunto de los ciudadanos. Les advierte sobre los riesgos de las ideas equivocadas sembradas por los enemigos del pueblo. Los previene acerca del pernicioso relativismo del saber. Sobre el pasado -así como sobre el presente- hay una verdad, que el Estado conoce y que este instituto contribuirá a inculcar. Para ello se ocupará de la correcta educación de los docentes y los vigilará para que no recaigan en el error. Podrá además cambiar los nombres de las calles y las imágenes de los billetes, monedas y estampillas; crear museos y lugares de memoria, establecer nuevas celebraciones y, en general, promover la difusión de estas ideas a través de cualquier medio de comunicación. En estos prospectos, inquietantemente totalitarios, se dibuja una suerte de orwelliano Ministerio de la Verdad, del cual ya hemos visto algunos adelantos en la cuestión de la llamada "memoria del pasado reciente".

El revisionismo histórico, cuya tradición se invoca en este decreto, merecía un destino mejor. En esa corriente historiográfica militaron historiadores y pensadores de fuste. Julio Irazusta desarrolló una bien fundamentada defensa de Juan Manuel de Rosas, con sólida erudición, aguda reflexión y una prosa refinada. Ernesto Palacio dejó una Historia de la Argentina bien pensada y provocativa. José María Rosa, quizá más desparejo, tiene piezas de preciso conocimiento y convincente argumentación. Ellos y sus seguidores, como todos los buenos historiadores, cuestionaron las ideas establecidas, provocaron el debate y aportaron nuevas preguntas. Sobre todo, formaron parte de una tradición crítica, contestataria, irreverente con el poder y reacia a subordinar sus ácidas verdades a las necesidades de los gobiernos.

Quienes hoy hablan en su nombre impresionan por su mediocridad. El decreto los califica de "historiadores o investigadores especializados", capaces de construir un conocimiento "de acuerdo con las rigurosas exigencias del saber científico". Pero ninguno de ellos es reconocido, o simplemente conocido, en el ámbito de los historiadores profesionales. De los 33 académicos designados, hay algunos conocidos en el terreno del periodismo, la docencia o la función pública. Dos de entre ellos, Pacho O'Donnell y Felipe Pigna, son escritores famosos. En mi opinión, entre ellos hay muchos narradores de mitos y epopeyas, pero ningún historiador. Nada comparable con los fundadores del revisionismo.

Estos epígonos del revisionismo comparten con sus predecesores ciertos rasgos, disculpables en quienes reunían otros méritos. Uno de ellos es la idea de la conspiración. Los "vencedores" han mantenido oculta una historia verdadera, que ellos revelarán. Lo que hemos leído muchas veces a propósito de Rosas y de otros se aplica hoy a Manuel Dorrego, cuyos méritos enumera el decreto. A los historiadores siempre nos asombra este permanente descubrimiento de lo ya sabido. Personalmente, hace cincuenta años ya aprendí todo eso con Enrique Barba y Tulio Halperín Donghi. Desde entonces, aparecieron abundantes trabajos académicos, algunos brillantes, que están al alcance de cualquiera que se tome el trabajo de buscarlos.

La retórica revisionista, sus lugares comunes y sus muletillas, encaja bien en el discurso oficial. Hasta ahora, se lo habíamos escuchado a la Presidenta en las tribunas, denunciando conspiraciones y separando amigos de enemigos. Pero ahora es el Estado el que se pronuncia y convierte el discurso militante en doctrina nacional. El Estado afirma que la correcta visión de nuestro pasado -que es una y que él conoce- ha sido desnaturalizada por la "historia oficial", liberal y extranjerizante, escrita por "los vencedores de las guerras civiles del siglo XIX". Los historiadores profesionales quedamos convertidos en otra "corpo" que miente, en otra cara del eterno "enemigo del pueblo".

En nombre del pueblo, el Estado coloca, en el lugar de la historia enseñada e investigada en sus propias instituciones, a esta épica, modesta en sus fundamentos, pero adecuada para su discurso. Más aún, anuncia su intención de imponerla a los ciudadanos como la verdad. Quizá sea el momento de que, en nombre del pueblo, se le diga a quien encabeza el Estado que hay cosas que no tiene derecho a hacer.

El autor, historiador, es investigador principal del Conicet/UBA

jueves, 24 de noviembre de 2011

El mundo, en una crisis inédita - José Nun


"Los indignados" y los debates pendientes

Hace poco me ocupé aquí de "La bronca de los indignados". Me refería a la ola de descontento que cubre buena parte del mundo y me detenía, especialmente, en las causas de las movilizaciones que surgieron en Estados Unidos. Intenté llamar la atención sobre el profundo cambio de época que estamos viviendo y que ha sido escasamente tratado en nuestro país. Quiero volver sobre el tema y algunas de sus repercusiones.

Los levantamientos de los últimos meses (y resulta todo un síntoma) tomaron desprevenidos a los analistas políticos. Ya había pasado con la "primavera árabe". Los intelectuales de Trípoli o de El Cairo "parecieron sorprendidos y confusos ante un movimiento que no pudieron pronosticar" (The New York Times, 5/11/2011). En Occidente, un sociólogo de la talla de Zygmunt Bauman atribuyó de entrada las violentas manifestaciones de Londres a un consumismo impotente. El difundido filósofo esloveno Slavoj Zizek no se quedó atrás. En la London Review of Books (8/9/2011), su juicio fue mucho más lapidario e indiferenciado: abarcó desde las movilizaciones en los países árabes hasta "los indignados" de Madrid. Estaríamos ante "un grado cero de la protesta", "una revuelta sin revolución", "una acción violenta que no pide nada" y, en fin, "explosiones sin sentido".

Es curioso que pensadores como Zizek -que después intentó un giro- les exigiera a quienes se manifestaban (no importa dónde ni cuándo ni por qué) que llevasen ya preparado en sus mochilas un proyecto para "imponer una reorganización de la sociedad". Es decir, lo que ni él ni nadie posee precisamente porque el mundo ha ingresado en una crisis de proporciones y características inéditas cuya complejidad apenas permite, según los lugares, discutir los rumbos del cambio antes que formular grandes proyectos.

Pero dije que la posición de Zizek varió. Un par de días después de que publicara su crítica, se inició en las calles de Nueva York el "Ocupa Wall Street" (OWS). Y hacia allí se dirigió entonces el filósofo para expresarles un amplio apoyo a los manifestantes y urgirlos a que se mantuvieran firmes e imaginasen alternativas para su país. Sólo que, en su arenga, Zizek recuperó sus certezas y afirmó que los sucesos en curso indicaban claramente que "se acabó el casamiento entre la democracia y el capitalismo". Volveré sobre esto.

Más oportunas fueron las palabras del célebre lingüista Noam Chomsky al brindar su respaldo a los acampados en la Plaza Dewey, de Boston. Modificó allí una tesis famosa para señalarles que quienes desean transformar el mundo deben primero entenderlo. ¿Por qué más oportunas? Porque aunque Chomsky no lo haya dicho, su indicación invita a descifrar adecuadamente el significado mismo de las protestas. Y a tomar conciencia de que, desde los años 70, la dominación del capital financiero, la globalización y la crisis actual de los países centrales han terminado por arrojarnos a una era sin precedentes históricos, a una terra incognita para la cual carecemos de mapas.

De ahí la ausencia de interpretaciones serias (y no dogmáticas) que puedan servir de guía efectiva. De ahí también que los políticos, obligados a la acción, se contenten con echar mano de un conjunto de recetas que en las últimas décadas ya llevaron al fracaso tanto a los conservadores como a los socialdemócratas. Por eso no es extraño que el OWS, por ejemplo, constituya una novedad saludable que cuenta con la franca aprobación de por lo menos el 54% de los estadounidenses, según una encuesta de la revista Time .

Su acierto simbólico ha sido elegir ubicarse en Wall Street y no frente al Capitolio, en Washington. ¿Qué sentido tendría elevar demandas a un proceso legislativo que es considerado corrupto y en el cual la mayoría de los ciudadanos no confía? La imagen positiva del Congreso de Estados Unidos no llega hoy al 13%, y resulta la más baja de la historia. ¿Para qué darle legitimidad, entonces, a un sistema que la ha perdido? Mejor dirigir francamente la protesta al cuartel general de lo que el premiado economista Paul Krugman define como "una fuerza destructiva, económica y políticamente".

El presidente Obama declaró que "entendía a los manifestantes" y lamentó en varias ocasiones su impotencia ante las fuerzas económicas que, según él, bloquean o desvirtúan sus planes. Claro que para la campaña legislativa de 2010 su propio partido recibió diez veces más aportes de las grandes corporaciones que de los maltrechos sindicatos. Más aún, ese montón de millones de dólares provino, en total, de un magro 0,25% de la ciudadanía, de manera que los principales lobbies saben algo que Obama no ignora, y es que sus presiones están sólidamente apuntaladas, al margen de sus perniciosos efectos sobre la sociedad.

La revuelta encabezada por el OWS es ideológicamente variopinta y está lejos de representar lo que descubrió Zizek. Si lo hiciera, les estaría dando curiosamente la razón a los furibundos ataques que le dirige la derecha, que tildó a todos los acampados de ultraizquierdistas (Wall Street Journal, 18/10/2011). No sólo es falso esto último sino que la metáfora del casamiento no funciona porque nunca han existido ni un único tipo de capitalismo ni un único tipo de democracia. Otra cosa es declarar, como lo ha hecho el OWS, que "ninguna verdadera democracia resulta posible si sus modalidades están dictadas por el poder económico". Por eso, según subraya Jeff Goodwin, sus militantes "se oponen más bien a la «avidez financiera» que al capitalismo en cuanto tal" ( Le Monde Diplomatique , Nº 149).

Sucede que en los inciertos tiempos que corren es más necesario que nunca distinguir con cuidado entre un típico movimiento ideológico, que sabe de antemano aquello que se propone ver, y un movimiento sensibilizador como el OWS, que sugiere vigorosamente hacia dónde mirar. En este sentido, no es poca cosa que, en dos meses, haya opacado la cuestión del déficit para abrir un debate hoy imprescindible acerca de la igualdad y de la justicia social. Es un paso significativo en la dirección que recomendaba Chomsky.

Por su propia naturaleza, los movimientos que denomino sensibilizadores son heterogéneos, deben compatibilizar reivindicaciones múltiples y corren siempre riesgos de dispersión, más aún cuando rechazan los formatos institucionales corrientes. Pero, a la vez, si dan en el blanco, como en este caso, redirigen la mirada de la ciudadanía, logran que salgan a la superficie las silenciosas premisas mayores en las que se funda un orden injusto, impiden que se las siga naturalizando y llevan a discutir las alternativas posibles. Por eso son movimientos que se vuelven muy peligrosos para los beneficiarios de un orden semejante, aunque carezcan de un proyecto bien definido. No es casual que China -que con 500 millones de usuarios alberga a la mayor comunidad online del planeta- haya prohibido, primero, toda información sobre la "primavera árabe" y haya dispuesto que, desde este mes, desaparezca de sus redes sociales cualquier referencia al OWS.

¿Qué va a pasar con la bronca de "los indignados"? Nadie lo sabe. Pero no es esto lo central. En política, como escribió Sheldon Wolin, siempre han sido mucho más importantes las advertencias que las predicciones. Y tanto el OWS como el vendaval de protestas que se desató en Europa constituyen una formidable advertencia de que las cosas no pueden seguir como están y, menos todavía, ser arregladas por tecnócratas bendecidos por los mismos factores de poder que precipitaron al mundo en la crisis. Grecia, Portugal, Italia o España son naciones que han sido obligadas a hacer oídos sordos a la advertencia y ya veremos cuál será el desenlace. Algunos -como la presidenta del Fondo Monetario Internacional- agitan la amenaza de un colapso total si no se respetan sus órdenes. Otros hemos comenzado a pensar que quizá las comparaciones respecto de la situación presente no deban detenerse en la Gran Depresión de 1929/30 sino prolongarse hasta las vísperas de la Segunda Guerra Mundial. Y esto no porque el resultado vaya a ser similar sino porque pueden incrementarse las guerras focalizadas y el recurso a la fuerza allí donde el gatopardismo no alcance para contener la protesta. Después de todo, Alemania o Francia inundaron a países como los mencionados de préstamos pero también de armas.

En cuanto al OWS, hay un hecho elemental: lo mismo que en el viejo continente, en Estados Unidos se viene el invierno, con sus temperaturas heladas y sus tormentas de nieve. Hubo quienes instalaron carpas y calefactores para no moverse de sus lugares. Otros, proponían dar por cerrada exitosamente una primera etapa a fin de inaugurar abril con una "ofensiva de primavera". La represión policial viene de zanjar la controversia desalojando a los primeros. Quizá sea mejor para el OWS. El contexto internacional es muy inestable y conviene observar con cuidado cómo evoluciona en estos meses. Por otra parte, la calle no es el único lugar donde se pueden llevar adelante diálogos y discusiones que son más indispensables que nunca. Conviene recordar que el movimiento se inició y se desarrolló a través de las redes sociales y que ha llegado ya tanto a las universidades como a los sindicatos y a los medios de comunicación. Y uno de los grandes ejes de la polémica que se ha abierto es si acaso son alcanzables formas de capitalismo controladas democráticamente que sean capaces de liquidar el desempleo y la pobreza y de asegurar, a la vez, una mayor igualdad y un creciente bienestar colectivo.

© La Nacion

El autor, abogado y politólogo, fue secretario de Cultura de la Nación .

miércoles, 5 de octubre de 2011

Bajen a Roca, alcen a Néstor


Por Luis Alberto Romero

Publicado en edición impresa y online del diario La Nación, el miércoles 5 de octubre de 2011

La inauguración del gran mausoleo de Néstor Kirchner en Río Gallegos y la instauración de su estatua , que probablemente desplace a la del general Roca, están cargadas de simbolismos y rituales todavía confusos. Una mirada al pasado quizás aclare algunas de sus múltiples significaciones.

Un caso con alguna afinidad fue la creación del culto al emperador en el momento de la fundación del Imperio Romano. Por entonces, Augusto levantó una estatua al divino Julio César, su padre político, asesinado poco antes. Desde entonces, cada emperador muerto fue divinizado para así transmitir el carisma a su sucesor. Y su estatua, reproducida en cada gran ciudad, se convirtió en el centro del nuevo culto imperial, entre religioso y político.

En la historia se han entrelazado la política y la religión, las personas y las instituciones, el Estado y el culto. Luis XIV, por ejemplo, aunque era monarca por derecho divino, desplegó una intensa actividad muy terrenal para construir su imagen: retratos distribuidos masivamente, cuadros alegóricos, arcos de triunfo y, por supuesto, estatuas, además de panegíricos, tratados filosóficos u obras teatrales. Todo dirigido por el ministro Colbert, de una eficacia digna de Goebbels.

Posteriormente, la política democrática, aunque fundada en el pueblo y en la nación, siguió apelando a toda la panoplia de recursos religiosos: relatos míticos de orígenes y destinos nacionales, rituales públicos, lugares de culto, emblemas, monumentos y estatuas. En Francia, la República se simbolizó en la estatua de Marianne; en Alemania, las "columnas Bismarck" representaron al Reich imperial. En el siglo XX vinieron los movimientos de masa, y con ellos los líderes carismáticos, que cultivaron otra faceta de raigambre religiosa: el mesianismo. Con el fascismo y el nazismo, el Estado y el Movimiento, los líderes desplegaron ampliamente estas formas del culto a la personalidad. En la Unión Soviética, que prodigó las estatuas de Stalin, se le agregó la veneración del cadáver de Lenin en la Plaza Roja; como el emperador romano, simbolizaba la permanencia de los principios fundadores, transmitidos a sus sucesores.

La Argentina tuvo su modesto culto republicano. En 1811 se levantó la Pirámide de Mayo, pero sólo en 1862 se erigió la primera estatua a una persona: el general San Martín, en quien se reconocía no sólo su obra política y militar sino también su alejamiento de las facciones locales. En 1873 se levantó la estatua de Manuel Belgrano, quien luego de servir diez años al gobierno revolucionario perdió su fortuna y murió pobre de solemnidad. Indudablemente, eran otros tiempos, con otros valores.

En el siglo XX llegó a estas tierras el culto a la personalidad. Comenzó con Yrigoyen, con recursos modestos, y tuvo su apogeo con Perón y Eva Perón. La fábrica del Estado funcionó como la de Luis XIV: retratos y escuditos; nombres en provincias, ciudades, barrios, calles, plazas y estadios de fútbol, sumado a todo lo que aportaban los modernos medios de comunicación. En el imaginario popular fue instalándose una cierta relación con el trasmundo, cuando la liturgia peronista subrayó los dones sobrenaturales de Evita. Su cuerpo embalsamado debía fundar un culto y consagrar la transferencia de su carisma al presidente viudo.

Algo de todo eso se insinúa hoy, con la presidenta viuda. Calles, barrios, campeonatos y becas reciben el nombre de Néstor Kirchner . Son muchas las prácticas, interpelaciones, apelaciones y representaciones que esbozan la colocación de Kirchner en una esfera sobrenatural, más pagana que cristiana, desde donde motiva a sus seguidores y legitima e inspira a Cristina. Una operación similar a la que Augusto hizo con Julio César.

El relato mítico del kirchnerismo está en pleno proceso de construcción, y por ahora suma motivos que no siempre encajan. Esta suerte de beatificación de Kirchner se une ahora con la execración de Roca . La cuestión pasa de lo sobrenatural al combate por la apropiación del pasado. Su gobierno ya ha sido calificado como el mejor de los últimos cincuenta años, y solo se compara, por ahora, con el primero de Perón. En cuanto al resto, el relato del pasado se está armando con fragmentos diferentes. Aunque abreva en la versión revisionista, no hay mayores referencias a Rosas o a los caudillos, ni a grandes líneas históricas. Más bien se trata de eliminar competidores. Así ocurrió con Sarmiento, y luego con los hombres del Centenario. Los historiadores oficiales se esfuerzan en desmentir el supuesto progreso de aquella Argentina, contrastando sus modestos logros -admiten que quizás hubo crecimiento, pero sobre todo represión y poca distribución- con los espectaculares resultados del "modelo" actual.

Aquí empalma otro relato: el de los derechos humanos, una bandera asumida por el kirchnerismo como un logro propio y exclusivo. Desde esta perspectiva, nuestro reciente terrorismo de Estado empalma con el genocidio nazi, lo que suma toda una opinión progresista. Se trata, pues, de buscar genocidas en el pasado. Confluyen así dos discursos fuertes y movilizadores: el de la condena del genocidio, presente y pasado, y el de la nación kirchnerista, que se pone de pie dejando atrás un pasado de sombras y divisiones y construye unida un nuevo futuro. En el cruce de ambos discursos aparece el general Roca.

Roca suele ser presentado como el artífice del denostado "modelo del 80", lo cual es exagerado, pero ya le vale la tarjeta roja. Pero, además, Roca comandó la campaña de 1879, lo que lo convierte en el exterminador de los pueblos originarios, el genocida de su tiempo. Con la apelación a los pueblos originarios viene también el multiculturalismo, otra causa progresista. Todo suma. Se trata, ciertamente, de una manipulación grosera y efectista del pasado.

Es importante recuperar la perspectiva histórica, evitar los anacronismos y recordar uno de los principios básicos del oficio de historiador: los hombres y las instituciones deben ser comprendidas en el contexto de su época, sus prácticas y sus valores. No sólo ayuda a hacer buena historia, sino a tomar las lecciones correctas del pasado.

Roca fue un militar profesional que guerreó para construir el Estado nacional. Peleó en la Guerra del Paraguay, combatió a los poderes provinciales que cuestionaban la autoridad nacional, derrotó a los imperios aborígenes del Sur y definió las fronteras argentinas, ocupando un territorio que por entonces también pretendían los chilenos. No hay nada de excepcional en esta historia, similar a la de cualquier otro Estado nacional construido con los métodos que por entonces eran considerados normales. Los nacionalistas integrales, quienes consideran esencialmente "argentino" cada fragmento del territorio -no es mi caso-, deben admitir que Roca contribuyó a una soberanía que creen legítima. En cuanto a los pueblos originarios, ciertamente hoy no aprobaríamos la manera como los trató Roca, y la conducta del gobernador Insfrán nos parece detestable. Pero si se trata de leer el pasado desde el presente, deberíamos condenar también la manera en que, a lo largo de siglos, algunos "pueblos originarios" -por ejemplo, los aztecas o los incas- trataron a otros. Al menos, Roca no hacía sacrificios rituales con los prisioneros.

Sobre esta historia matizada se han elaborado sucesivos relatos míticos. Todavía recordamos el de la dictadura militar, cuando el centenario de la Conquista del Desierto. Era deplorable, faccioso, autoritario y mesiánico. Hoy es execrado, pero en nombre de otro relato igualmente mesiánico y faccioso, de enorme capacidad sincrética y mucho oportunismo.

La estatua, la casi beatificación, la elaboración de un relato mítico contradictorio, todo es parte de un proceso verdaderamente interesante para quien pueda examinarlo con la ecuanimidad y distancia del antropólogo o el historiador. Pero es difícil que puedan mirarlo así quienes tienen puesta su fe y sus convicciones en la República y quienes advierten, en este y en otros casos, de qué modo el faccionalismo va deviniendo en totalitarismo.

© La Nacion

El autor, historiador, es investigador principal del Conicet/UBA

martes, 20 de septiembre de 2011

Manual de kirchnerismo, bolilla 1 - LUIS ALBERTO ROMERO


El programa de una materia de una universidad nacional recién creada expone los insumos clave de la ideología oficial. Es uno de los tantos ejemplos de cómo una institución del Estado es usada por el Gobierno para difundir un mensaje partidista.

El triunfo de Cristina. La aparición de la soja, instrumento de la reacción política de la Sociedad Rural. Dos modelos políticos, como puja de dos intereses de clase. La desaparición física de Néstor Kirchner y el resurgimiento de la conciencia política de la juventud. El kirchnerismo como etapa superior del peronismo.
Este texto corresponde al programa de una materia introductoria en la Universidad Nacional de José C. Paz, recientemente creada. Los insumos del “relato” kirchnerista están expuestos de manera transparente. En primer lugar, una visión conspirativa, que es común al revisionismo histórico. La soja no es un cultivo cuyos beneficios son el pilar del “modelo”, sino una herramienta al servicio de la opresión por la corporación rural.
En otros puntos asoma un marxismo que otrora llamábamos reduccionista o vulgar. Los intereses de clase en puja -que son dos- generan dos modelos políticos, sin mediaciones ni pasos intermedios. Lo mismo podría haber sido dicho en clave nacionalista: patria y antipatria.
También Lenin hace su aporte: así como el imperialismo fue, a fines del siglo XIX, la fase superior del capitalismo, hoy el kirchnerismo culmina y supera al peronismo. Supongo que quienes escribieron esto habrán detenido el símil allí; como es sabido, para Lenin esta superación era sólo una etapa de la inevitable crisis capitalista, cuando la revolución rompiera el eslabón más débil de la cadena.
El “resurgimiento de la conciencia política de la juventud” pertenece a una constelación ideológica más voluntarista y subjetivista. Parece expresar una pobre idea de la juventud, cuya conciencia política sólo despertó con la muerte de Néstor Kirchner. Aquí aparece el elemento místico, que vincula la política con la religión. Es la imagen de quien sacrifica su vida para la salvación de su pueblo, que el cristianismo comparte con otras creencias. Quizás la frase también remita a Maquiavelo. Un gambito, que en ajedrez es el sacrificio de una pieza, para obtener una ventaja posicional. Usualmente hay gambitos de peón, de caballo y hasta de dama. Este podría haber sido uno mucho más arriesgado: el gambito de rey.
Todo resulta de una inocencia conmovedora. Pero es muy serio. No es el dictado de una clase, en el marco de la libertad de cátedra. Se trata de un programa, que es prescriptivo, y de una universidad pública. No es excepcional en estos días. Enunciados similares pueden encontrarse en muchas otras universidades públicas del Gran Buenos Aires, de creación más o menos reciente. Entre ellas hay algunas excelentes, que persiguen elevados objetivos académicos, y otras -como la de este caso- en las que los objetivos académicos y políticos se confunden. En todo el país hay cada vez más rectores que extienden su identidad peronista a su universidad, y suelen combinar los actos académicos con eventos partidarios.
En otro plano, una universidad recientemente creada en el conurbano descarta la denominación lugareña habitual y adopta una más genérica, afín a la sensibilidad peronista: “Universidad Arturo Jauretche”. En lo formal, no conozco otro caso de personalización en la denominación, con excepción quizá de la Universidad del Salvador.
En lo particular, conocí y aprecié a don Arturo y dudo de que este homenaje le hubiera hecho mucha gracia. Siempre fue un outsider, un francotirador. Según me contó, su paso por las aulas universitarias fue rápido y leve, y no dejó ningún recuerdo particularmente valioso. Nadie más lejano que él del pesado y rutinario trabajo académico que cotidianamente realizan profesores y alumnos. He pasado muchas décadas en estos menesteres, y me gustaría que mi institución, la universidad pública, asociara su nombre con quienes participaron de este esfuerzo, frecuentemente gris, pero guiado por valores específicos, que nos son entrañables.
Al final, lo más importante. Una institución del Estado es utilizada por el Gobierno para difundir un mensaje partidista. Se propone un ejercicio de adoctrinamiento militante, por medio de una herramienta estatal. No es el primer caso de este Gobierno, ni tampoco el más llamativo. Pero impresiona, por tratarse de una universidad pública. En el universo peronista, la distinción entre movimiento, Gobierno y Estado nunca fue significativa. Más aún, su confusión no es considerada un problema sino una virtud. Esta práctica era habitual durante el primer gobierno de Perón. Lejos de superar al peronismo, el kirchnerismo vuelve una y otra vez a sus fuentes.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Hallan la clave de la cerveza rubia


Trabajo internacional liderado por un argentino / Develan un misterio de 500 años
Hallan la clave de la cerveza rubia
Sería una levadura que crece en los bosques patagónicos y que habría llegado por casualidad a Europa


Una levadura de la Patagonia que llegó por casualidad a Europa en el siglo XV dio origen a la cerveza rubia de fermentación fría, apreciada hoy en todo el mundo.

Un equipo de científicos de Portugal, Estados Unidos y la Argentina, encabezado por Diego Libkind, investigador del Conicet, encontró en nuestros bosques patagónicos este hongo microscópico que resuelve un misterio de casi 500 años: el origen de la levadura responsable de la elaboración de la cerveza tipo l ager, la más consumida en el mundo.

El descubrimiento se publicó ayer en la revista científica Proceedings of the National Academy of Science, y podría permitir desarrollar nuevas estrategias para mejorar levaduras para cerveza y biocombustibles.

Existen miles de especies de levaduras que habitan en casi todos los ambientes naturales. Tienen un papel protagónico en la producción de salsa de soja, como aditivo de alimentos o por su capacidad para producir compuestos antioxidantes y filtros solares, este último también un hallazgo del laboratorio del Instituto de Investigaciones en Biodiversidad y Medioambiente (Inibioma), de Bariloche, precisamente el centro en el que trabaja Diego Libkind.

Sin embargo, según explica, existe una especie de particular importancia por ser la responsable de la fermentación de casi todos los vinos y de muchas cervezas, del levado del pan y de producir el biocombustible etanol: la levadura a le ( Saccharomyces cerevisiae ).

La bebida alcohólica de mayor consumo en el mundo, la cerveza l ager (cualquiera de las industriales que compramos en el supermercado), se produce desde hace más de 500 años. Sin embargo, el origen de la levadura que se utiliza para su fermentación era un misterio? hasta hoy.

La genética molecular ya había demostrado que la levadura l ager era el resultado de la fusión de dos especies de levaduras considerablemente alejadas por su ADN, tanto como el ser humano y la gallina, por ejemplo.

A pesar de que la levadura l ager es uno de los híbridos mejor estudiados por la ciencia, aún se desconocía una de las dos especies que le habían dado origen (son las llamadas especies "parentales"). "Estudios previos habían demostrado que una de las protagonistas de la fusión era la levadura a le y que la otra era la responsable de haber aportado al híbrido las características necesarias para la fermentación a bajas temperaturas, el sello distintivo de la producción l ager", explica Libkind.

INCÓGNITA CENTENARIA

Se necesitó un equipo de científicos de tres continentes, cientos de nuevos aislamientos de levaduras y la última tecnología de secuenciación de ADN para resolver el misterio.

Después de descartar todas las levaduras europeas conocidas, el equipo expandió su búsqueda por el planeta y así descubrió una especie nueva para la ciencia, en los bosques de las frías montañas de la Patagonia argentina, que podía llegar a ser el donante desconocido: Saccharomyces eubayanus . A esta levadura patagónica le "gusta" el frío, y las primeras comparaciones arrojaron resultados promisorios.

La confirmación definitiva llegó cuando se obtuvo la secuencia completa de su genoma (un estudio sin precedente para una levadura argentina) y se comparó su ADN con el de la mitad desconocida de la levadura l ager. De esta forma, los investigadores mostraron cómo la fusión de la levadura a le y la especie patagónica produjo un híbrido tolerante a la baja temperatura.

La levadura híbrida l ager comenzó esencialmente como un matrimonio igualitario entre las dos especies, en el que ambas contribuyeron con un número equivalente de genes (más de 10.000 en total). Ese híbrido luego evolucionó de la mano del ser humano (y de la cerveza) hacia la levadura l ager moderna, que hoy se utiliza en la mayoría de las industrias cerveceras del mundo, y que presentó varios cambios genéticos que modificaron su metabolismo.

"Estos cambios, producto de múltiples ciclos de reutilización y selección de la levadura por parte de los maestros cerveceros, ayudaron al nuevo híbrido a adaptarse al ambiente rico en azúcares de la fermentación y fueron progresivamente generando una mejor cerveza", explica este biólogo recibido en la Universidad Nacional del Comahue. Y agrega: "Los cambios genéticos detectados por el grupo de científicos implican mejoras en la asimilación de maltosa (el azúcar predominante en el mosto) y aumento en la producción de sulfitos naturales estabilizadores de sabor y aroma, lo que contribuye a crear la bebida popular que hoy conocemos".

La posibilidad de identificar cambios evolutivos surgidos durante el proceso de domesticación de la levadura y de tener acceso a la reserva natural hasta hoy desconocida de sus parentales promete contribuir al conocimiento sobre el papel que tuvieron las bebidas fermentadas en la historia y proveerán de nuevas estrategias para el mejoramiento de levaduras para la producción de cerveza y biocombustibles.


DE LA PATAGONIA A BAVARIA


El proceso l ager de producción de cerveza en forma lenta y a baja temperatura comenzó en las cuevas y monasterios de Bavaria aproximadamente al mismo tiempo que se iniciaba el comercio transatlántico.

¿Es posible que la nueva levadura patagónica haya viajado en el barco de Magallanes? No se sabe. Sin embargo, lo seguro es que encontró la manera de arribar al Viejo Mundo, porque, de no haber llegado a las cerveceras de Bavaria, y de no haberse unido con la levadura a le allí presente, a millones de enamorados de la cerveza l ager se les hubiera negado su característica cristalina y su refrescante sabor a malta.

Este estudio que pone fin a un enigma centenario fue realizado por Diego Libkind Frati, investigador del Laboratorio de Microbiología Aplicada y Biotecnología perteneciente al Inibioma, de la Universidad Nacional del Comahue y el Conicet, ubicado en San Carlos de Bariloche. Se realizó junto con investigadores de Portugal (José Paulo Sampaio y colaboradores) y de Estados Unidos (Chris Hittinger y colaboradores).

El Laboratorio de Microbiología Aplicada y Biotecnología estudia las levaduras naturales de la Patagonia desde hace más de quince años, y presta servicios a la industria cervecera regional desde hace más de diez, mediante la preservación de cepas comerciales de levaduras, el control de calidad de cepas, análisis físico-químicos y microbiológicos de aguas, y mediante el asesoramiento sobre buenas prácticas de manufactura, además del desarrollo e innovación de procesos y productos derivados de estos hongos microscópicos unicelulares.

Recientemente, los gobiernos de Neuquén y Río Negro respaldaron un proyecto, que también cuenta a Libkind como colaborador para utilizar esta nueva especie y otras nativas para el desarrollo y aplicación de levaduras para la diversificación productiva de vino, sidra y cerveza mediante fermentaciones a bajas temperaturas.

viernes, 12 de agosto de 2011

El engaño del populismo - René Balestra




Tal vez Sarmiento sea el único prócer inagotable. De manera consciente o inconsciente, se lo resiste. Una ancha capa de nuestra sociedad no lo quiere. A esa capa no le resulta simpático, aunque muchos no saben por qué. La argentina es una sociedad, en términos generales, populista. Y el populismo -no es ninguna novedad- es una nivelación para abajo. El esfuerzo, la perseverancia, el trabajo, el estudio, son verbalizados, pero no protagonizados con placer. Esta no es una condición argentina exclusiva. Pero, como en todos los órdenes de la vida, en el análisis se deben contabilizar los pros y los contras.

La cantidad de valores o disvalores determina la calificación. Cuando en el seno de una sociedad como la nuestra la corriente del menor esfuerzo, del dejar pasar, del dejar hacer, corre impetuosa, uno debe anotarlo. Entre nosotros la multitud, desde hace demasiado tiempo, es exaltada y halagada indiscriminadamente. Importan los más, sin importar el para qué. La calidad ha sido puesta bajo sospecha.

De la boca para afuera, se dice: "Todos somos iguales". Por ejemplo, se ha llegado a sostener que "un alfarero indígena no es inferior a Miguel Angel". Quien lo dijo es un buen músico y cantor que, desde luego, no cobra los honorarios de un simple guitarrero. Estamos seguros, aunque no tengamos los datos, de que este juglar, en el desdichado percance de tener que operarse del corazón, elegiría a Favaloro si estuviera vivo y no a cualquier cirujano del registro. No tenemos datos fehacientes, pero sospechamos también que sabe que Maradona, antes, y Messi, ahora, no son lo mismo que cualquier jugador de fútbol común. No es que tenga la tabla de valores rota. Hace trampas.

El populismo y los populistas realizan en nuestros días un admirable trabajo de publicidad engañosa. Intentan convencer a la opinión pública de que el progreso, la justicia y el mañana son sinónimos de lo que defienden. La verdad rompe las puertas y las ventanas de la realidad. El pasado más rancio y reaccionario ha "amasado" siempre a la muchedumbre con el populismo. Entre nosotros, los señores manipuladores de las provincias, antes y ahora, usaron y usan a la multitud para su indebido provecho. La montonera en el siglo XIX y en la década del 70 del siglo XX fue la forma y el modo en que la legendaria oligarquía se perpetuaba. Esa ternura sensiblera hacia la barbarie del hormiguero humano es el pasaporte que le permite circular disfrazada.

Sarmiento y su generación sintieron horror por la barbarie. La habían padecido y practicado. No podían extirparla por el modo clásico: el cuchillo. La clave de Sarmiento es que desde mediados del siglo XIX supo que "la cosa" estaba en educar a todos. No -como querían casi todos sus contemporáneos- a una delgada capa de "los mejores" o de "los valiosos". El supo que vivir es convivir y que convivir es convivir con todos, no sólo con algunos. En el teatro, en la calle, en el estadio, en el comedor público se desenvuelve la vida, aparte de la intimidad del hogar.

Si la vida de la modernidad es la era de la multitud o, como la llamó Ortega y Gasset, la era del lleno, todos los que conforman esa multitud y llenan esos espacios públicos importan. La calidad, la altura y la hondura de la vida de los distintos países no están dadas principalmente por sus círculos académicos, sino por el flujo civilizado o caótico de sus calles y avenidas.

Sarmiento, como ninguno en su tiempo, advirtió que el futuro de la República tenía todo que ver con la etimología de la palabra. En latín, res pública quiere decir "cosa de todos". El salvaje ululante, el gaucho matrero, el criollo haragán, lo horrorizaban. No pensó en ellos como en instrumentos para usufructuar, sino como un inmenso desafío educador. Ellos y los hijos de todos los gringos inmigrantes, sin distinción alguna, fueron el padre, el hijo y el espíritu santo de su impulso oceánico escolar. En los bancos para todos se fue forjando la amalgama argentina. Cada uno -a través del abecedario- supo quién era. Dejó de ser súbdito, montonera o peonada manejable para empezar a pertenecerse a sí mismo y ser protagonista de su propia existencia.

No es un accidente circunstancial que antes y ahora el anti-Sarmiento hayan sido y sigan siendo Rosas y el rosismo. Las secuelas y las corrientes actuales de ese soterrado rencor se sublevan contra lo que consideran la "traición" de la generación del 80 y sus ideas. "Alpargatas sí, libros no" y "Haga patria, mate un estudiante" no fueron expresiones extrañas o ajenas. La peonada, domada, con nuevo patrón, seguía como montón. Hay un odio coherente en esa masa suburbana contra todo lo que pueda parecerse a Sarmiento. El ambiente que describió Esteban Echeverría en El matadero, en la década del 30 del siglo pasado, sigue latente en los punteros y en los arrabales del gran Buenos Aires de hoy.

Juan Domingo Perón no inventó el populismo argentino, pero lo acrecentó, lo institucionalizó; le dio pasaporte; lo legalizó. "Mañana es san Perón" no fue una chicana, una avivada, una ocurrencia. Fue la certificación, como ante escribano público, que regiría para siempre la ley del mínimo esfuerzo. No se trató nunca de un reparto equitativo, sino de la dádiva. No era la sociedad o el Estado, sino "Ellos", los que regalaban. La Fundación Eva Perón recaudaba indebidamente aportes forzosos con los que distribuía regalos personalizados. Un conocido industrial fabricante de caramelos se negó a esos manejos y su fábrica padeció el sabotaje y fue cerrada.

Han pasado décadas, pero el populismo de entonces sigue vivo. Hay otra fundación y otros protagonistas, pero el sistema conserva lozanía entre nosotros.

Hacen bien los enemigos acérrimos de Sarmiento cuando atacan su figura o su nombre. Cuando lanzan alquitrán a su estatua y gritan "Muera Sarmiento" y "Viva Rosas". Saben que Sarmiento está vivo y Rosas está muerto. Ese Sarmiento vivo no sólo sigue soñándonos, como en el verso de Jorge Luis Borges, sino empujándonos hacia arriba, como siempre. La única forma y el único modo de dejar de ser masa maleable para convertirnos en ciudadanía pensante.

© La Nacion. Publicado en edición impresa de La Nación, viernes 12 de agosto de 2011

jueves, 11 de agosto de 2011

Dónde está hoy la izquierda - Luis Alberto Romero


Cuando la política se lee desde categorías esquemáticas y equivocas

Hace poco me referí a un intelectual como un "hombre de izquierda", y un joven colega me preguntó si se trataba de la "izquierda kirchnerista" o "de la otra". Pensé contestar que "izquierda kirchnerista" era un oxímoron, una contradicción en los términos, pero me contuve: al fin, cada uno tiene el derecho de acomodar las clasificaciones corrientes.

El problema está en la clasificación misma. La de "izquierda" y "derecha" divide el complejo mundo de la política en dos opciones únicas y excluyentes, inmutables aunque sus contenidos cambien, y asociadas con un sentido y un final atribuidos a la historia. Progresistas y conservadores conforman un esquema y una teleología, adecuados para creencias o convicciones, problemáticos para compartir su sentido e inútiles para comprender lo que pasó y lo que pasa.

Su origen es casual. Designó simplemente el lugar donde se sentaban dos grupos de la Asamblea de la Revolución Francesa: los radicales a la izquierda y los moderados a la derecha. El esquema se impuso y constituye desde entonces el punto de apoyo de cualquier relato político. Se reconocen infinidad de subespecies, y hasta un híbrido "centro", pero siempre remiten a la distinción binaria principal. Antes de la Primera Guerra Mundial sirvió para diferenciar a liberales de conservadores y, en general, las cuestiones en debate podían ser alineadas en esos términos. Quienes miraban las cosas en particular señalaron frecuentemente la inadecuación del esquema, aunque prefirieron culpar a la gente, que no se comportaba como debía hacerlo.

En 1890, los liberales de Viena, convencidos de ser la izquierda progresista y sensata, lamentaban ser atacados por un movimiento popular, radical, nacionalista, antijudío y dirigido por un aristócrata. Izquierda y derecha mezcladas; un completo contrasentido. Por entonces el politólogo Mijail Ostrogorski lamentó similares contrasentidos de los políticos ingleses: los liberales eran imperialistas; los conservadores, populistas, y los laboristas, partidarios del comercio libre.

El comunismo soviético y el fascismo revitalizaron la idea de una confrontación esencial entre izquierdas y derechas, ignorando los múltiples puntos de contacto entre ambos. Con el fin de la Segunda Guerra Mundial, los Estados de bienestar, los movimientos anticoloniales y la Guerra Fría hicieron mucho más complejo el escenario y las opciones, pero no declinó la voluntad de agruparlas en ese lecho de Procusto. Los cambios de finales del siglo XX están demasiado cercanos para que necesitemos recordar, por ejemplo, el desconcierto que producen en la izquierda las figuras de Tony Blair o Felipe González.

En la política argentina, con sus dos grandes movimientos nacionales y populares, identificar a derechas e izquierdas nunca fue fácil. El peronismo fascinó a muchos izquierdistas, pero no al punto de considerarlo de izquierda. En los años 60 y 70 se instaló otro eje, que cruzaba ambos campos: el método de la violencia asesina. En 1983 se estableció un nuevo escenario, firmemente basado en la democracia y los derechos humanos, que mantuvo acotadas las tendencias o divergencias. Dentro de ese acuerdo, las posturas progresistas, que se denominaron de centroizquierda, se caracterizaron por asociar la democracia con la equidad social, garantizada por un capitalismo serio y un Estado robusto.

Esta propuesta progresista chocó pronto con la realidad de un país profundamente transformado, que emergió en 1989. Una sociedad polarizada, un vasto mundo de la pobreza, un Estado desarticulado, agobiado por la deuda externa y exprimido por los grupos de interés que lo colonizaban.

En los años 90 esta realidad se impuso y redefinió la división entre derechas e izquierdas. La "derecha neoliberal" -básicamente peronista- impulsó políticas de reforma y achique del Estado que en lo inmediato consolidaron el mundo de la pobreza. Las impuso un poder presidencial acrecido, que descartó los controles institucionales y reforzó el prebendarismo y la corrupción. Otros cambios, como una parcial racionalización del Estado o una mejora en la eficiencia del agro o las industrias exportadoras, no fueron percibidos o valorados. Por entonces, el progresismo de izquierda encontró un cómodo espacio de coincidencia, que incluyó a los afectados por la gran transformación y a sus críticos políticos; entre ellos, unos cuantos peronistas. Las diferencias eran secundarias. Cualquiera sabía dónde estaba la izquierda.

En este siglo, con el kirchnerismo, los tantos ya no están claros. La prosperidad económica -un don imprevisto- ha cambiado mucho las cosas. El Estado salió de sus aprietos y el Gobierno pudo estabilizar la economía y disponer de amplios recursos para consolidar su poder y apaciguar el mundo de la pobreza, que, sin embargo, permaneció irreductible. Nada muy distinto de los años 90. Tampoco cambiaron mucho los gobernantes. La diferencia está sobre todo en su discurso. Kirchner atacó el "neoliberalismo", proclamó un populismo de izquierda que emparentaba con el de 1973, construyó con palabras una derecha que alternativamente centró en la oligarquía, los monopolios, los grandes medios o los destituyentes, y negó la posibilidad de posturas intermedias.

Políticas muy tradicionales fueron envueltas en los tópicos del nacionalismo populista, sensible para parte de la tradición de izquierda. Los subsidios al consumo fueron presentados como crecimiento del mercado nacional; los subsidios a la pobreza, como inclusión; la prosecución de los juicios a los represores, como política de derechos humanos. La proclamada recuperación del Estado consistió en la injerencia discrecional del Gobierno y la promoción de nuevos prebendados a través de la reestatización de empresas privatizadas en los 90. Esta combinación produjo desconcierto: ¿la izquierda es hoy el kirchnerismo? Quienes conformaban en los 90 el progresismo de centroizquierda están hoy divididos, y confrontan duramente, reclamando cada uno la bandera de la izquierda.

Quizá convenga dejar de lado esta distinción, casi metafísica, y ordenar las cuestiones que enfrentan a ambos sectores. No son exclusivas de la izquierda, pues las alternativas dividen a casi toda la ciudadanía. En mi opinión, el principal punto de clivaje separa a quienes toman como referencia la propuesta política de 1983 y quienes se identifican con la profunda revisión de esa propuesta en 1989.

Para los primeros, la democracia está asociada con las instituciones, el equilibrio de poderes y el pluralismo. Para los segundos, la lección de 1989, ratificada en 2001, legitima la concentración presidencial del poder y la subordinación de las formas institucionales a las políticas de emergencia que solucionen los problemas del pueblo. Respecto de los derechos humanos, los primeros encadenan los juicios a los represores con la consolidación del Estado de Derecho. Los segundos unen ese castigo con la reivindicación de la militancia de los años 70, su gesta, sus proyectos y también sus métodos. No es fácil decir dónde está la derecha y la izquierda.

El otro gran clivaje se refiere al Estado. Hoy su necesidad e importancia no es discutida. Pero unos la entienden en términos de políticas de Estado, apuntaladas por un Estado institucional, eficiente, regulador y regulado, que establezca reglas y las sostenga. Los otros subordinan el Estado a un gobierno cuya plebiscitada legitimidad lo autoriza a ajustar las normas a las necesidades de la coyuntura. "Las normas están hechas para ser violadas", dicen sus intelectuales; "salvo la ley de la gravedad, todo se arregla", se repite en sede popular. Nada muy distinto de los años 90.

Hay muchas otras cosas en debate, cada una con sus especificidades y alineamientos cambiantes: la pobreza, la educación, la seguridad, la libertad de expresión y tantas otras. De un modo u otro remiten a estas dos maneras de entender la política y el progreso.

Volvamos a la clasificación. Aunque tengo una opinión acerca de cuál de estas alternativas puede reclamar legítimamente pertenecer a la tradición de izquierda, no creo que sea una discusión relevante. Parece mucho más productivo discutir sobre cuestiones y no sobre banderas: qué tipo de gobierno queremos, qué tipo de Estado, qué tipo de capitalismo, qué tipo de políticas sociales. Sean de izquierda o no.

© La Nacion
Publicado en edición impresa el jueves 11 de agosto de 2011

miércoles, 10 de agosto de 2011

No es momento de mirar hacia otro lado - Roberto Lavagna


La tensión en los mercados desarrollados de Estados Unidos, Europa y Japón tendrá sin duda efectos negativos sobre el mundo en desarrollo. Esta es una realidad y de ella habrá que ocuparse. El peligro mayor no radica en este hecho, sino en que los gobiernos -y pienso particularmente en el de nuestro país- usen esa realidad para ocultar sus propias debilidades que demandaban correcciones aun antes de este nuevo y menos benigno marco internacional.

Vale la pena recordar algunos datos de la evolución en los últimos cinco años:

El país gastó todo su superávit fiscal primario, que entre la Nación y las provincias había alcanzado un record histórico (4,5% del PBI).

A pesar de los altos precios internacionales de la exportación de granos, la cuenta corriente del balance de pagos, es decir, la cuenta en divisas de nuestras relaciones reales con el exterior, ha perdido nada más y nada menos que el 6% del superávit respecto del PBI.

La competitividad argentina, tanto en nuestro mercado como en el exterior, de servicios y productos industriales se ha reducido sensiblemente por efecto de la caída en la productividad sistémica y del tipo de cambio real. Ni siquiera la valorización de la moneda brasileña ha servido para contener el déficit comercial en bienes industriales.

La inversión se ha ubicado desde 2006 en adelante debajo del 20% de aumento anual requerido para mantener una tasa alta de crecimiento.

La creación de empleo y sobre todo de empleo privado, en blanco y para los jóvenes que ingresan a la vida laboral se ha resentido notablemente.

Como contrapartida, unos 70.000 millones de dólares que debieron haber estado en el circuito económico local han salido de él, lo que habitualmente se llama fuga o salida de capitales.

La pobreza ha vuelto a subir y ha alcanzado a 3 de cada 10 argentinos (30%) después de haber descendido hacia mediados de la década a 25/26%.

Por cierto, esto ha ocurrido de manera gradual y mientras el consumo, sobre todo de sectores de ingresos de clase alta, media alta y media, seguía el ritmo de la inflación, lo cual, reforzado por la expansión de crédito y las cuotas, ha asegurado una alta demanda.
Diferencias

Sin embargo, no resulta demasiado difícil descubrir que se ha pasado de un programa económico de aumento de consumo, inversión alta y baja inflación a uno de aumento de consumo, estancamiento de la inversión e inflación en torno al 25% anual.

La diferencia entre uno y otro tipo de programas oculta bajo la misma situación de expansión del consumo una diferencia fundamental, que no es otra que la diferencia entre algo durable, sostenible en el tiempo y un esquema, un "modelo" como le gusta decir al Gobierno, de pan para hoy y hambre para mañana.

Los argentinos sabemos mucho de estas burbujas no sostenibles. Sin ir muy lejos, la última se produjo a mediados de los años 90, en el momento de una reelección presidencial.

Habrá que ocuparse de los efectos externos sobre nuestra economía y sobre nuestro golpeado cuerpo social, pero sobre todo habrá que entender la necesidad de cambiar en busca de una lógica y una coherencia interna que recupere la combinación de crecimiento con sustentabilidad. Lejos de los programas de "ajuste" recesivo estilo FMI, pero igualmente lejos de fantasías populistas seudoprogresistas.

El mayor progresismo, el verdadero, emerge de la creación de empleo privado y de calidad, y eso requiere paz y administración, como decía Roca, compromiso e integración social, como decía Perón, y desarrollo económico, como decía Frondizi.

Respecto del mundo, quizá deban sus dirigentes reflexionar que de una crisis de alto consumo basado

en el crédito no se sale bajando el consumo por medio de programas de "ajuste" recesivo, sino combinando reordenamiento y moderación fiscal con medidas estructurales que reestructuren tanto los pasivos privados (Estados Unidos) como ciertas deudas soberanas (Europa) y vuelvan a permitir relanzar el consumo, la producción y el empleo sobre bases más sanas y sólidas.

Publicado en La Nación, 10 de agosto de 2011

domingo, 7 de agosto de 2011

Hay cosas que no tienen retorno - Thomas Abraham


El país cambió radicalmente en estos últimos ocho años. Quienes están disconformes con la conducción actual deben estar preparados para saber que si se diera el caso de la asunción de otro gobierno, no hay retorno posible sobre cuestiones de peso en lo concerniente a la organización de la República.

El país ya no es de aquellos hombres de una supuesta buena voluntad que sueñan con el orden y el progreso. Ese orden ya no existe. El modelo sueco no existe. El modelo coreano tampoco. Ni el chileno. Ese sueño principesco de una sociedad integrada en la que sus agentes aceptan su lugar y se disponen a mejorar sus condiciones de existencia en marco de la ley, del respeto por la propiedad privada y del derecho del prójimo, no existe. El país de la igualdad y de la redistribución de la riqueza es un emblema vacío de campañas políticas a pura retórica. Ni hablar del contrato moral.

La Argentina no es un desierto a la espera de ser colonizado por pioneros del bienestar ciudadano según reglas de una civilización madura y equilibrada. La pobreza en la Argentina no es silenciosa ni resignada. Todos quieren más. Los que nada tienen quieren más, los que tienen todo también quieren más. Y los que están en el medio de ninguna manera quieren menos.

Todos los sistemas son inestables. Ninguno asegura una consistencia a prueba de crisis. Ni siquiera podemos apostar a la mentada destrucción creadora para consolarnos con una ley histórica progresiva. Sin corrupción seguirá habiendo pobreza, y hasta miseria.

Los de arriba creen que si se sentaran a conversar con mesura y generosidad, el clima de la República variará sustancialmente. Esta idea del diálogo y el consenso entre sectores y dirigentes en pos de la paz social rezuma un idealismo acrítico. La Argentina está levantada. Desde Jujuy hasta la avenida 9 de Julio. Pueblos originarios de Formosa, habitantes sin techo de la Puna, chacareros del Litoral, camioneros de todo el país, obreros de Sueños Compartidos, docentes de la escuela pública, una lista interminable que se moviliza todos los días, no lo dejará de hacer porque un par de dirigentes del radicalismo, del peronismo federal, del Pro, del Frente Amplio Progresista, o del sciolismo, se saquen sonrientes una foto.

Para muchos una situación como ésta resulta de una política que nos ha llevado al desastre. En realidad venimos de un desastre que se llamó 2001, y que fue el fruto de una política que muchos escandalizados de hoy aprobaban con entusiasmo. Acostumbrados que estamos de ser una comunidad ligera de culpas ya que siempre se las arrojamos a otros, tampoco podemos decir que la algarabía de la convertibilidad haya sido una insensatez urdida por mentes enfermas o codiciosas. Por el contrario, país de los alivios, el nuestro venía de otro desastre, uno más de una larga lista, que hizo explosión en el fatídico año 1989.

Se le echó la culpa de la década a Carlos Menem cuando se sabía que ya iba a abandonar el poder, y se votó a De la Rúa y Chacho Alvarez con la garantía de que no iban a modificar un ápice el sistema económico imperante.

Podemos hacer uso de la memoria histórica y distribuir postales argentinas por doquier. Se sabe que el pasado es una configuración voluntarista. No es que se pueda hacer con ella cualquier relato, pero como la realidad es un hojaldre que requiere un acercamiento por aproximaciones y ángulos de mira, la perspectiva es variable. Ningún monumento a la memoria hará del tiempo humano una efigie de mármol. Pero hablemos del futuro.

La Argentina tiene una tasa de inflación muy alta. No se sabe si puede ser controlada en el 25% de promedio actual. Las carnes y trigo suben y atacan los bolsillos del pueblo. El famoso "modelo" puso toda la carne el asador. No sólo la vacuna sino la de toda la economía.

Las unidades productivas ociosas colmaron su capacidad y llegaron a un límite. Se habla de crear un clima de confianza para las inversiones cuando las mismas superan el veinte por ciento del PBI. No es mucho, pero no es poco. Se habla de falta de seguridad jurídica para inversores a la vez que la UIA elogia el Gobierno. Se dice que nuestro país no es normal sin que se pueda recordar en qué momento lo fue. La evocación de 1910 ya es risueña.

La crisis social de 2001 fue la más grande que se conozca. La desocupación, el hambre que mataba niños, los gatos que se comían en Rosario, y la salida del trueque para una clase media destruida plantearon una situación de extrema necesidad. Ni hablar del default, de la deuda externa y de las multinacionales de servicios que pedían su seguro de cambio contra la devaluación.

Veo que seguimos en el pasado. Pero para pensar el futuro hay que tomar en cuenta que nuestro país, a pesar de una economía acelerada y con un consumo estimulado con una serie de incentivos de todo tipo, padece una situación social de una extrema fragilidad. Hay millones que viven con el mínimo. Los subsidios que pueden recortarse para algunos sectores deben mantenerse no por demagogia sino por supervivencia. Por supuesto que hay riesgos que de seguir con este ritmo de crecimiento e inflación, el día en que la máquina se pare por cualquier motivo, se puede llegar a escenas de extremo dolor y violencia.

Sin embargo, el enfriamiento paulatino de la economía con disminución del gasto público, incremento de las tasas de interés, tope para incrementos salariales que no tomen en cuenta los últimos aumentos del costo de vida y, como consecuencia, ajusten los bolsillos, requieren de un acuerdo político. No se lo logrará sin una política más equitativa que prósperos y pudientes rechazan de plano. Nadie que puede hacerlo quiere entregarle un centavo más al Estado. A pesar de la rebelión fiscal el gasto social no puede disminuir si se quiere evitar que se vacíen todos los supermercados sin pasar por la caja.

Hay demasiada gente que vive el borde de la subsistencia. No se podrá ignorar que hay decenas sino centenas de movimientos sociales que tienen su dirigencia, su liderazgo. Es fatuo pensar en una ciudadanía compuesta por individuos aislados en relación directa con el Estado. El clientelismo existe pero no se borra ni con prédicas ni maldiciendo a sus organizadores.

En materia de juicios a represores no hay vuelta atrás. En el futuro las organizaciones de derechos humanos deberán no sólo tener la protección del Estado para que continúen con su tarea de buscar hijos y nietos de familiares desaparecidos por los crímenes del terrorismo de Estado, sino que habrá que proteger a sus dirigentes de la cooptación perversa del actual gobierno. Hay que asegurarse de que tengan independencia del Estado y que lleven a cabo su misión secular de vigilancia contra-estatal para garantizar los derechos humanos del presente.

Será necesario reflexionar con profundidad sobre el tema de la seguridad. Decir que hay que atacar el narcotráfico es carecer de la más elemental seriedad. Se supone que ningún político con una mínima cordura pedirá estimular ni la venta de drogas, ni el tráfico de órganos, ni la trata de blancas. Sin embargo, la seguridad no es un problema en sí mismo. Es parte de una red política. No se puede enfrentar el crimen organizado si no es con grandes recursos, programas y herramientas económicas, sociales, culturales, además de fuerzas especiales que las combatan en la zona de fuego. Los países que encaran este problema instalan en los territorios ocupados por las mafias, clínicas, centros culturales, bancos, comisarías, asistentes sociales, planes de trabajo, ferias comunitarias, etc.

No se trata de mano dura ni de poses de moralina progresista. Tampoco se trata de repetir en un próximo futuro el sermón de la educación ni de mostrar grave preocupación por la juventud. La educación no debería ser un tema políticamente correcto. Ni es con las vivas al espíritu militante de una juventud de propaganda y sometida a un verticalismo de pacotilla, ni con un llamado al espíritu de seriedad de otros tiempos que se mejorará la educación no sólo de los jóvenes sino de sus maestros.

Pero habrá que hablar y mucho del estudio y de la necesidad de producir conocimientos para ser libres. Hablar menos de los alumnos y más de la práctica docente. Tender a la masividad del acceso a la educación y a la vez pautar normas de exigencia.

La militancia no es hacer pogo, twitear y salir a la calle, no es eso solamente. El militante de hoy debe mejorarse a sí mismo si quiere ser útil a los demás. Si quiere transformar el país debe conocerlo. Los eslóganes de gente retardataria que evoca su propia juventud ya ida no son de mucha utilidad.

El futuro no es igual al pasado. Ni los jóvenes de hoy son iguales a los de antes. Ni el mundo, mucho menos el mundo, es igual al de antes. Los que pregonan la juventud maravillosa de otros tiempos en los que parecía no haber más solución que agarrar un rifle y disparar, secuestrar y matar, no son sólo irresponsables sino estafadores ideológicos que viven de las rentas del sufrimiento de muchos caídos en los campos de batalla.

Ganar un futuro es costoso. Superar el presente se hace a pérdida. Es el parto de la historia. Hay muchos que lo quieren hacer con los beneficios que obtienen hoy, con los obtenidos ayer y los que desean obtener siempre.

© La Nacion
Publicado en edición impresa y digital el Viernes 05 de agosto de 2011

domingo, 31 de julio de 2011

La farsa kirchnerista - El Litoral.com


La farsa kirchnerista


Según el diccionario de la Real Academia, “farsante” es toda persona que finge lo que no siente o se hace pasar por lo que no es. En política el comportamiento del farsante no es nuevo. Maquiavelo lo admite en determinadas circunstancias y lo considera un atributo del Príncipe. De todos modos, importa recordar el significado de esta palabra porque es la que mejor representaría la identidad del régimen kirchnerista y, en particular, su liderazgo. Si la incompetencia fue el tono dominante de la gestión de De la Rúa, la corrupción más desenfadada el de Menem, el democratismo con sus virtudes y sus límites a Alfonsín y el terror a la dictadura militar, el adjetivo “farsantes” es a mi juicio el que mejor califica al liderazgo kirchnerista.

Al respecto, algunas aclaraciones son necesarias: el político farsante suele identificarse con el demagogo y su identidad es más una calificación política que personal. La farsa en términos políticos es la puesta en escena, la distancia que se establece entre las palabras y los hechos, el empleo de un lenguaje que alienta las emociones más elementales. Podría pensarse también en relaciones sociales y políticas fundadas en la farsa, porque un régimen farsante sólo puede funcionar sobre la base de un sector mayoritario de la sociedad dispuesta a compartir ese juego en nombre de la ilusión, la resignación, la fatalidad o, como se dijera en otros tiempos, la alienación, la necesidad de un colectivo social de “inventar” ilusiones que satisfagan frustraciones pasadas o presentes.

El rasgo distintivo de los Kirchner es la farsa, la publicidad de valores que no creen ni sienten, pero consideran útiles para constituir una identidad política. La farsa se justifica en nombre del realismo, el pragmatismo o el más descarado cinismo. En todos los casos es una estrategia de poder montada desde el poder. Su eficacia se mide no sólo por la audacia de las propuestas, sino por su capacidad para ganar voluntades. El éxito del régimen no se mide por los farsantes que es capaz de sumar a sus filas, sino por los hombres y mujeres de buena fe que seduce para su causa.

El “relato” y el “modelo” suelen ser los dos vocablos que sostienen la identidad del kirchnerismo. El “relato” es el guión de la farsa, mientras que la traducción económica del “modelo” puede ser un enigma o, lisa y llanamente, la versión lumpen y parasitaria del capitalismo dependiente. Si los animadores del “relato” suelen ser González, Forster o Feinmann, los protagonistas que encarnan el “modelo” se llaman Guillermo Moreno, Eskenazi, Samid, Ulloa...Las distancias entre unos y otros, sus visibles diferencias son también constitutivas de un régimen farsesco.

Los Kirchner en la década del noventa integraron en siete ocasiones listas electorales con Menem. El rechazo al supuesto neoliberalismo de Menem, ¿proviene de una ideología superadora o del más crudo oportunismo, el mismo que lleva a ponderar hoy las virtudes de la gestión estatal mientras ayer se felicitaban por haber privatizado YPF?

Mientras controlaron a la provincia de Santa Cruz no se registró un solo antecedente a favor de los derechos humanos. Ya es historia sabida que ni como ciudadanos ni como gobernadores los Kirchner se interesaron por los derechos humanos. No lo hicieron cuando estaban en el llano y mucho menos cuando llegaron al poder. ¿Por qué este desvelo por aquello en lo que nunca creyeron? ¿Arrepentimiento o farsa? ¿Cómo responder a las relaciones carnales con Magnetto ayer y la calificación política de enemigo público número uno hoy? ¿Por que el Grupo Clarín es la encarnación del mal mientras que el Grupo Spolsky representa las virtudes de la causa nacional y popular?

Un eje discursivo nítido del kirchnerismo es la crítica sin atenuantes al menemismo. ¿Cómo se compaginan esos arrebatos con los actuales acuerdos políticos, acuerdos que se hacen extensivos a esas otras lacras del feudalismo provincial que son los Saadi o los Insfrán? Se ponderan las virtudes de un modelo productivo en clave desarrollista, pero las inversiones de los amigos del poder están relacionadas con el juego, la especulación financiera y la inversión inmobiliaria. Hablan pestes de la oligarquía terrateniente, pero cuando hacen una diferencia económica lo primero que hacen es comprarse un campo.

Se habla del rol del movimiento obrero, pero el interlocutor privilegiado es Moyano, mientras la CTA sigue sin ser reconocida jurídicamente. Se critica a los gurúes de neoliberalismo, cuya expresión clásica sería Alvaro Alsogaray, pero el principal colaborador de la señora, su ministro de Economía y su flamante compañero de fórmula, proviene de esas canteras políticas y sólo la ingenuidad, la mala fe o la subestimación a la inteligencia de la gente, puede hacernos creer que el caballero cambió de filas porque descubrió el dolor humano o las virtudes de la causa “nac&pop”.

Se emite desde el poder un discurso contra los ricos y las riquezas, pero la pareja gobernante es la que más se ha enriquecido desde el poder. Se dicen pestes de la soja y la sojización, pero la actual estabilidad económica proviene de los formidables ingresos que brinda la “maldita” soja. Los propagandistas del régimen condenan a los Anchorena , los Alzaga o los Alvear, es decir a un patriciado que no existe, mientras hacen negocios multimillonarios con una burguesía nacional guaranga y rentística subsidiada por el Estado y amparada por el poder. Se lo ataca a Macri por derechista, pero cruzando la General Paz se lo defiende a Scioli. Se habla del poder popular “desde las bases”, pero la única que decide candidaturas y fortunas es la señora desde el atril.

En un régimen farsante los malentendidos suelen estar a la orden del día. El peligro en estos sistemas no lo representan quienes no creen en él pero se valen de sus beneficios, sino los que creyendo en él están dispuestos a ir hasta las últimas consecuencias en nombre de una causa que sólo existe en sus fantasías y sus deseos. Dicho con otras palabras: no son los cínicos los peligrosos, sino los fanáticos.

Tal vez el rasgo distintivo del régimen kirchnerista es que ha logrado movilizar detrás de su causa a intelectuales y militantes populares cuya referencia mítica es la década del setenta. Hay que entenderlos a los muchachos. Después de haber soportado a Isabel y López Rega en los setenta, a Herminio Iglesias y Lorenzo Miguel en los ochenta y a Menem y Duhalde en los noventa, esta “izquierda peronista” encontró en el kirchnerismo una reparación a sus constantes frustraciones políticas. Mejor dicho, creyeron encontrarla. Por razones diferentes, pero coincidentes en un punto, farsantes y crédulos se necesitaban. Como esas niñas desencantadas y desencajadas por la soledad, los desengaños y los rigores de la vida, los militantes “nac&pop” estaban a tiro del primer aventurero que les hiciera un guiño o se limitara a sonreírles. “Tirar la chancleta” se dice a esta conducta en el lenguaje popular.

Tal vez el gran logro, la gran conquista política del kirchnerismo, incluso su chispa de creatividad, consistió en haber movilizado a estos sectores detrás de un mito en el que los Kirchner no creen pero se benefician. Sin ese componente “nac&pop” el kirchnerismo no sería más que una administración populista conservadora administrada por políticos mañosos y mañeros, rápidos para las trapisondas, las roscas y las camándulas, ávidos de poder y diestros para enriquecerse.

La presencia movilizadora y confrontativa de la izquierda peronista le otorgó al régimen un rasgo diferenciador, un toque de distinción política impensable. A ello se sumaron después de la muerte de Kirchner algunos contingentes juveniles que básicamente se expresan a través de dos vertientes: los que todavía no han logrado diferenciar la política de un concierto de rock and roll y los que han aprendido demasiado rápido y hoy se están haciendo millonarios en nombre de los ideales juveniles.

Pero lo que llama la atención es que el rol de la izquierda peronista contribuyó más a profundizar la conflictividad, a estimular la confrontación, que a crear propuestas superadoras. Con la prudencia del caso habría que decir que esta izquierda peronista cumple en el kirchnerismo la misma función que la Alianza Libertadora Nacionalista de Patricio Kelly cumplía en los tiempos del primer peronismo. Las causas que se invocan para crispar la política, para agredir y descalificar a los enemigos son diferentes, pero los resultados prácticos son los mismos: una Argentina partida por la mitad, un permanente malhumor en las relaciones cotidianas, una creciente degradación de la política. es que la política dominada por la farsa, no produce resultados neutrales. Cobra su precio y a veces ese precio suele ser demasiado alto.

De La farsa kirchnerista - El Litoral.com (Crónica política

domingo, 5 de junio de 2011

Por qué mucha gente apoyó a los militares


Por qué mucha gente apoyó a los militares
Ceferino Reato
Para La Nación


Treinta y cinco años atrás, en las vísperas del derrocamiento de la presidenta Isabel Perón, no había encuestas ni sondeos que registraran qué pensaba la opinión pública, pero los diarios y revistas de la época sugieren que la mayoría de la gente estaba harta del gobierno peronista.

Claro que en estos tiempos de crispación y periodismo militante, y tan bien pago, alguien podría impugnar esta presunción con el argumento de que la prensa era golpista, en tanto integrante de un supuesto "eje del mal" que viene desde el fondo de nuestra historia, junto con la oligarquía y sus aliados transnacionales, los militares, la Iglesia Católica, los políticos y sindicalistas traidores y la clase media conservadora.

Sin embargo, aquella sensación de vacío de poder, de un gobierno que no podía controlar la situación, se reflejaba también en un diario de centroizquierda como La Opinión, de Jacobo Timerman, para no hablar del vespertino La Tarde, dirigido por su hijo, Héctor Timerman, el actual canciller, que era abiertamente golpista.

La Opinión daba algunos datos desoladores: cada cinco horas se producía un asesinato político y cada tres estallaba una bomba; la presidenta había nombrado un ministro cada 25 días, y la inflación llegó al 38% en marzo de 1976 y al 98,1 en los tres primeros meses del año.

Testigos confirman el estado de ánimo de la opinión pública. Por ejemplo, el periodista inglés Robert Cox, que dirigía el Buenos Aires Herald y luego, en la dictadura, se convertiría en un destacado defensor de los derechos humanos. "El 24 de marzo fue un día soleado, «peronista», como se decía. La mayoría de la gente estaba contenta pensando que las cosas iban a mejorar. Después sí vino el gran silencio", me dijo en una entrevista para el libro Operación Primicia . Cox agregó: "Todo 1975 se vivió como una tragedia griega, que desembocó en el golpe. Desafortunadamente, muchos argentinos estaban siempre buscando a los militares para que entraran al gobierno, ordenaran el país y dieran luego elecciones. Pasaba ahora también con gente de la izquierda: recuerdo que con mi mujer nos encontramos en una recepción en la embajada de Egipto con un periodista de El Cronista Comercial, que militaba en la izquierda, y con su esposa, que estaba embarazada. Ellos confiaban en que un gobierno militar pondría en marcha una represión más legal que la del gobierno de Isabel Perón, en el que aparecían cuerpos carbonizados en zanjones".

Precisamente, una de las tesis de mi libro es que muchos argentinos recibieron el golpe con alivio por dos razones. Por un lado, por la ineficacia y pérdida de legitimidad del gobierno, que había convertido en insolubles los problemas de la inflación, el desabastecimiento y la violencia política, y por la dramática debilidad del liderazgo de la viuda de Perón, que hasta se deprimía seguido. Más inquietante es la segunda razón: todos los actores relevantes colaboraron, en forma directa o indirecta y por diferentes razones, en la caída de Isabel, salvo, lógicamente, la presidenta y el puñado de políticos y sindicalistas que todavía la respaldaban.

Según el kirchnerismo, el golpe fue uno de esos momentos en que la hidra del mal coaguló para abortar los sueños y los ideales de los sectores populares, que eran fielmente interpretados por la "juventud maravillosa" de los años 70, de la cual el gobierno actual se considera el heredero legítimo.

Y sin embargo aquella "juventud maravillosa", al menos quienes siguieron integrando Montoneros, resultaron en parte responsables del golpe y del respaldo popular que recibió a los militares. Es que en aquel momento, el "objetivo político principal" de Montoneros era "el deterioro del gobierno de Isabel Martínez", que era visto como un velo, un obstáculo, para que el pueblo respaldara a la guerrilla en su marcha triunfal hacia la patria socialista, según un documento interno de 1977 ("Curso de Formación de Cuadros del Partido Montonero Comandante Julio Roqué"). El propio Mario Firmenich confesó, en 1977, en una entrevista con Gabriel García Márquez, que "desde octubre de 1975 nosotros sabíamos que se gestaba un golpe militar para marzo del año siguiente" y "no tratamos de impedirlo". Los guerrilleros, en general, habían llegado a la conclusión de que el golpe los favorecería porque, puestos a elegir, los argentinos los respaldarían a ellos en su lucha contra los militares. Por eso crearon el Ejército Montonero, que debutó el 5 de octubre de 1975 con un ataque al cuartel de Formosa.

La "juventud maravillosa" no defendía la democracia ni los derechos humanos. No eran los únicos; eso formaba parte de una cultura política arraigada: en la Argentina, la democracia, con todo su contenido, sólo se convirtió en un valor relevante en 1983, luego de la sangrienta dictadura. Culpas repartidas, aunque no en la misma proporción, de una historia que resiste el estrecho e interesado molde del relato oficial.

Ceferino Reato, periodista, es autor de Operación Primicia

miércoles, 2 de marzo de 2011

¿Usted prefiere que su hijo logre el éxito o la felicidad?


¿Usted prefiere que su hijo logre el éxito o la felicidad?
Por Peter Singer
Profesor de bioética

Hace muchos años, mi esposa y yo nos dirigíamos hacia algún lugar con nuestras tres hijitas, cuando una de ellas preguntó: “¿Qué prefieren, que seamos inteligentes o que seamos felices?”
Me acordé de eso cuando semanas atrás leí el artículo “Por qué las madres chinas son superiores” de Amy Chua en el Wall Street Journal, que generó más de 4.000 comentarios en www.wsj.com y más de 100.000 comentarios en Facebook. El artículo promocionaba el libro de Chua, Himno de batalla de la madre tigre, que se convirtió en un éxito editorial al instante.
La tesis de Chua es que, cuando se los compara con sus pares norteamericanos, los chicos chinos tienden a ser más exitosos porque tienen “madres tigres”, mientras que las madres occidentales son gatitos, o peor.
A Sophie y Louise, las hijas de Chua, nunca se les permitió mirar televisión, jugar juegos en la computadora, quedarse a dormir en la casa de alguna amiga o participar en una obra de teatro de la escuela. Tenían que pasar horas todos los días tocando el piano o el violín. Se esperaba que fueran las mejores alumnas en todas las materias excepto en gimnasia y en teatro.
La crianza de madre tigre apunta a que los chicos maximicen las habilidades que poseen, y por ende pareciera inclinarse por la parte “inteligente” de la opción “inteligente o feliz”. También es esta la visión de Betty Ming Liu, que escribió en un blog en respuesta al artículo de Chua: “Los padres como Amy Chua son la razón por la cual los norteamericanos de origen asiático como yo hacemos terapia”.
Chua respondería que alcanzar un alto nivel de logros aporta una gran satisfacción y que la única manera de lograrlo es mediante el esfuerzo. Quizás, ¿pero no se puede alentar a los chicos a que hagan cosas porque intrínsecamente valen la pena, y no por temor a la desaprobación de los padres?
Coincido con Chua en un punto: negarse a decirle a un chico qué hacer puede llegar demasiado lejos. Una de mis hijas, que ahora tiene sus propios hijos, me cuenta historias asombrosas sobre los estilos de crianza de sus amigos.
Uno de ellos le permitió a su hija dejar tres jardines de infantes distintos porque no quería ir. Otra pareja cree en el “aprendizaje auto-dirigido” hasta tal punto que una noche se fueron a acostar a las 11 de la noche y dejaron a su hija de cinco años mirando su novena hora consecutiva de videos de Barbie.
La crianza de madre tigre puede parecer un contrapeso útil para semejante permisividad, pero ambos extremos dejan algo afuera. El enfoque de Chua es implacable en cuanto a las actividades solitarias en el hogar, sin ningún aliento de las actividades grupales, ni ninguna preocupación por los demás, ni en el colegio ni en la comunidad en general.
Deberíamos apuntar a que nuestros hijos sean buenas personas, y que vivan vidas éticas que manifiesten preocupación por los demás así como por sí mismos. Este enfoque de crianza de los hijos está relacionado con la felicidad: existe abundante evidencia de que aquellos que son generosos y amables están más contentos con sus vidas que aquellos que no lo son. Pero también es un objetivo importante en sí mismo.

Publicado en diario Clarín, el 20 de febrero de 2011

viernes, 11 de febrero de 2011

La degradación de las políticas públicas y la verdad de la milanesa



La degradación de las políticas públicas y la verdad de la milanesa

Por Ignacio Miri - Editor de Política
Tomado de El Cronista.com


En algún momento del nuevo siglo, la Argentina perdió la noción de lo que es una política pública. Dicha así, esa afirmación parece una cita destinada al mundo académico, pero existen formas de bajarla de tamañas alturas. Esta semana, por ejemplo, Cristina Kirchner presentó una medida que permite llevar esa idea al ámbito doméstico, incluso hasta el comedor o la cocina. La Presidenta anunció el miércoles el programa “Milanesas para todos”. A pesar de que el plan fue anunciado por la máxima autoridad política del país, que representa a todos los argentinos, en un acto público en la Casa de Gobierno, la medida no es una política pública. No lo es porque, según explicó la propia Presidenta, el anuncio implica que una sola carnicería –el Mercado Central, en Tapiales– de las miles que existen en el país, ofrecerá un corte de carne determinado a un precio de 21 pesos. Eso parece más una impensada publicidad para un pequeño emprendedor privado que una política pública, que por definición debe estar destinada a toda la población o al menos tener la pretensión de llegar a todos.
El disparate pasó desapercibido acaso porque la Presidenta acostumbra a presentar en persona esa clase de ideas, que hasta no hace mucho caían en manos de funcionarios menores. Ya desde los inicios de su gobierno, cuando ofrecía planes de bicicletas a bajo precio que se mantenían por dos semanas en algunas cadenas de supermercados, o el año pasado, cuando escenificó una escena de compra de filetes de merluza para promocionar la aparición de un camión frigorífico bautizado como “Pescado para todos”, Cristina mostró su predilección por los anuncios destinados a porciones ínfimas de la población, de duración mínima o que llegaban a un puñado de barrios. La etiqueta “Para todos” –que debutó cuando el Gobierno decidió subsidiar con fondos públicos a los clubes, dirigentes, representantes, técnicos y jugadores de fútbol profesional para quitarle el negocio de las transmisiones televisivas al Grupo Clarín– fue usada también para promocionar toda una serie de intervenciones, algunas más arbitrarias y extravagantes que otras, en los mercados de bienes y servicios. ¿Cuánto falta para que se lance el plan “Bailando por un sueño para todos”, ya que los programas de Marcelo Tinelli demostraron ser incluso más populares que el fútbol? ¿Qué otros platos de la cocina argentina, además de las venerables milanesas, se cruzarán en la mente de los publicistas del Gobierno? ¿Por qué discriminar a los suculentos y popularísimos ravioles? ¿Qué funcionario tuvo la idea de mezquinar la implementación del programa “Flan con crema para todos”, atendiendo a su arraigo entre la población y a sus reconocidas propiedades alimenticias? Para tranquilidad del Ministerio de Economía, hay que decir que el flan también está caro en los restaurantes y almacenes. Incluso, si se atiende al cálculo proporcional, más caro que las milanesas.
La explicación tal vez haya que buscarla en la pretensión de mostrar a la Presidenta en un continuado de anuncios diarios, que la obliga a ocuparse de esa clase de microanuncios. Hay que decir que las inauguraciones de una escuela o de tres kilómetros de autopista no son patrimonio de Cristina Kirchner y que son muchos los presidentes que se dedicaron a esas cosas en la historia argentina. Sin embargo, la proliferación de publicidades con decisiones irrelevantes termina por opacar otras medidas que benefician a todo el país. Por caso, el mismo miércoles, unas horas después de anunciar el plan de las milanesas, Cristina aseguró que la vacuna contra el Virus del Papiloma Humano (VPH) –que afecta a millones de argentinas y que es la segunda causa de cáncer femenino– se incorporará al calendario de vacunación oficial. Esa sí que es una política pública, para decir la verdad de la milanesa.