domingo, 30 de junio de 2013

El peronismo, la organización que vence al tiempo

Por   | Para LA NACION

El irresistible ascenso de Sergio Massa conmueve a la política. Su decisión de participar en las elecciones obliga a replantear estrategias, a revisar alianzas y a entender el nuevo mapa del poder. Todo se ha dicho sobre él y los diversos análisis convergen en una certeza, sólo desmentida por los funcionarios del Gobierno: la irrupción de Massa anuncia el fin del ciclo de Cristina Kirchner. Acaso haya que destacar tres datos básicos de este episodio. En primer lugar, comienza una vez más un proceso sucesorio en el peronismo; en segundo lugar, esa transición acontecerá en el seno del poder gubernamental, sin intervención relevante de otros actores externos; en tercer lugar, no parece que fuera a ocurrir en el contexto de una severa crisis económica y social.
En principio, la sucesión abierta en el peronismo y las consecuencias que pueda tener no constituyen ninguna novedad, más bien son una regla de la Argentina contemporánea. En cambio, el hecho de que la descendencia no ocurra después de un gobierno de otro signo, como en 1989 y 2001, asimila el escenario actual al de 2003, cuando el peronismo se sucedió a sí mismo, sepultando a Menem y entronizando a Kirchner de la mano de Duhalde. La autosucesión de hace una década fue consecuencia del afianzamiento de la hegemonía justicialista, bajo distintas variantes, después de la tragedia de la Alianza. Ahora volvería a repetirse el fenómeno, pero acentuado. En la singular elección presidencial de 2003, las tres listas del justicialismo se llevaron más del 60% de los votos. Hoy, las tres listas peronistas (Massa, Insaurralde y De Narváez) podrían alcanzar más del 70% en la provincia de Buenos Aires.
En este contexto, tal vez lo más novedoso es que la sucesión ocurriría sin una crisis terminal. Aun mal conducida, la Argentina de la soja y la deuda pública refinanciada tiene otras posibilidades, que la apartan del horror económico y social. No es un dato menor. A diferencia de Menem y la dupla Duhalde-Kirchner, Massa no deberá recurrir a un discurso refundacional. Nadie espera ahora "cirugía mayor sin anestesia", aunque haya que hacer ajustes, y mucho menos un lento éxodo del Infierno al Purgatorio como propuso Néstor Kirchner hace 10 años para alejarse del abismo.
En cierto sentido, la política argentina se ha simplificado y banalizado, dejando en pie una organización dominante y una demanda popular extendida. La organización es el peronismo, la demanda consiste en introducir cambios cosméticos, que mantengan el crecimiento económico y disminuyan la inflación y la inseguridad. Las instituciones, desgraciadamente, ocupan un plano secundario en relación con estas prioridades. Massa conoce la herramienta y la solicitud, y buscará su oportunidad. No habrá épica, sino pragmatismo, y los de afuera serán de palo.
De todos estos fenómenos, la perennidad del peronismo es quizá lo más relevante, constituyéndose, una vez más, en el enigma intelectual a descifrar. En esta búsqueda, el desafío de Massa al poder presidencial arrastrando intendentes, sindicalistas y otros líderes de base actualiza la brillante tesis de Steven Levitsky: la lozanía peronista se cifra en un juego dinámico entre una base preexistente, territorial y conservadora, y una cima presidencial fluida y cambiante, todo aceitado por el poder estatal a distintos niveles. Según este politólogo, el peronismo es antes un fenómeno organizacional que ideológico. Una "desorganización organizada", como lo llamó con sorna. Eso explicaría el giro de 180 grados entre el nacionalismo económico y el neoliberalismo, sin afectar la estructura del movimiento ni sacrificar franjas decisivas de su electorado. Juan Perón lo intuyó en la mejor tradición weberiana, aunque no consta que leyera al alemán: la organización es la heredera del carisma.
En otra perspectiva, Eliseo Verón y Silvia Sigal también eludieron la ideología para explicar el peronismo. Afirmaron que éste no reposa en los contenidos programáticos, sino en el modo de enunciarlos. Esa enunciación consiste en un "modelo de llegada" al poder, posibilitado por crisis profundas. Perón adviene, en el 45 y el 73, para redimir a la patria de su desgracia. Menem y Kirchner, sus sucesores en el 89 y 2003, reiteran el mandato salvador. La receta fue, a grandes rasgos, siempre la misma: un relato refundacional, un compromiso entre el pueblo y el líder y una feroz crítica a los antecesores políticos.
Como quería su fundador, el justicialismo vence al tiempo, aunque las condiciones ahora son distintas. No es necesario una actitud salvadora, ni refundacional. Al cabo de una década de relativa recuperación, la Argentina mayoritaria oscila entre el consumo y la indignación, y aguarda la vuelta del esplendor para despolitizarse.
Acaso Massa le venga como anillo al dedo. Pero aún es temprano, no probó su liderazgo y hay otros postulantes. En cualquier caso, el eterno peronismo garantizará el desenlace.

© LA NACION.

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