miércoles, 10 de agosto de 2011

No es momento de mirar hacia otro lado - Roberto Lavagna


La tensión en los mercados desarrollados de Estados Unidos, Europa y Japón tendrá sin duda efectos negativos sobre el mundo en desarrollo. Esta es una realidad y de ella habrá que ocuparse. El peligro mayor no radica en este hecho, sino en que los gobiernos -y pienso particularmente en el de nuestro país- usen esa realidad para ocultar sus propias debilidades que demandaban correcciones aun antes de este nuevo y menos benigno marco internacional.

Vale la pena recordar algunos datos de la evolución en los últimos cinco años:

El país gastó todo su superávit fiscal primario, que entre la Nación y las provincias había alcanzado un record histórico (4,5% del PBI).

A pesar de los altos precios internacionales de la exportación de granos, la cuenta corriente del balance de pagos, es decir, la cuenta en divisas de nuestras relaciones reales con el exterior, ha perdido nada más y nada menos que el 6% del superávit respecto del PBI.

La competitividad argentina, tanto en nuestro mercado como en el exterior, de servicios y productos industriales se ha reducido sensiblemente por efecto de la caída en la productividad sistémica y del tipo de cambio real. Ni siquiera la valorización de la moneda brasileña ha servido para contener el déficit comercial en bienes industriales.

La inversión se ha ubicado desde 2006 en adelante debajo del 20% de aumento anual requerido para mantener una tasa alta de crecimiento.

La creación de empleo y sobre todo de empleo privado, en blanco y para los jóvenes que ingresan a la vida laboral se ha resentido notablemente.

Como contrapartida, unos 70.000 millones de dólares que debieron haber estado en el circuito económico local han salido de él, lo que habitualmente se llama fuga o salida de capitales.

La pobreza ha vuelto a subir y ha alcanzado a 3 de cada 10 argentinos (30%) después de haber descendido hacia mediados de la década a 25/26%.

Por cierto, esto ha ocurrido de manera gradual y mientras el consumo, sobre todo de sectores de ingresos de clase alta, media alta y media, seguía el ritmo de la inflación, lo cual, reforzado por la expansión de crédito y las cuotas, ha asegurado una alta demanda.
Diferencias

Sin embargo, no resulta demasiado difícil descubrir que se ha pasado de un programa económico de aumento de consumo, inversión alta y baja inflación a uno de aumento de consumo, estancamiento de la inversión e inflación en torno al 25% anual.

La diferencia entre uno y otro tipo de programas oculta bajo la misma situación de expansión del consumo una diferencia fundamental, que no es otra que la diferencia entre algo durable, sostenible en el tiempo y un esquema, un "modelo" como le gusta decir al Gobierno, de pan para hoy y hambre para mañana.

Los argentinos sabemos mucho de estas burbujas no sostenibles. Sin ir muy lejos, la última se produjo a mediados de los años 90, en el momento de una reelección presidencial.

Habrá que ocuparse de los efectos externos sobre nuestra economía y sobre nuestro golpeado cuerpo social, pero sobre todo habrá que entender la necesidad de cambiar en busca de una lógica y una coherencia interna que recupere la combinación de crecimiento con sustentabilidad. Lejos de los programas de "ajuste" recesivo estilo FMI, pero igualmente lejos de fantasías populistas seudoprogresistas.

El mayor progresismo, el verdadero, emerge de la creación de empleo privado y de calidad, y eso requiere paz y administración, como decía Roca, compromiso e integración social, como decía Perón, y desarrollo económico, como decía Frondizi.

Respecto del mundo, quizá deban sus dirigentes reflexionar que de una crisis de alto consumo basado

en el crédito no se sale bajando el consumo por medio de programas de "ajuste" recesivo, sino combinando reordenamiento y moderación fiscal con medidas estructurales que reestructuren tanto los pasivos privados (Estados Unidos) como ciertas deudas soberanas (Europa) y vuelvan a permitir relanzar el consumo, la producción y el empleo sobre bases más sanas y sólidas.

Publicado en La Nación, 10 de agosto de 2011

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